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Opinión

CULTURA CIUDADANA

Clarissa Guevara
Por Clarissa Guevara - 04 mayo, 2018 - 02:00 a.m.
CULTURA CIUDADANA
Clarissa Guevara Lic. en Derecho con concentración en Gobierno y Transformación Pública Tec. de Monterrey  Facebook: Clarissa Guevara Twitter: @clarissaguevara

No son tres, somos todos

Este año electoral debemos hablar de lo que nadie quiere hablar ya. Hablar contra el silencio, contra la hipocresía, contra las mentiras. Compartir como lo hace Sergio González Rodríguez en su libro de Los 43 de Iguala nos dice, la certeza de que lo perverso ha devorado el bien común en nuestro país. He allí la terquedad de los hechos. El color gris que se extiende sobre lo que era un espectro cromático. Las cenizas de los muertos.

Sus nombres son: Javier Salomón Aceves, Jesús Daniel Díaz y Marco Francisco Ávalos. Todos, estudiantes, desaparecidos, torturados y asesinados.

Fotografías, documentos, informes, transcripciones jurídicas y testimonios. Este es el retrato fiel del México que nos negamos a enfrentar: la normalidad de lo atroz en medio de la política formal. La barbarie envilecida al amparo del formalismo institucional. Los tiempos sombríos de abusos e injusticias.

Y en nuestro país la atrocidad sucede como si nada aconteciera. Con la muerte de tantos –no solo de estos 3– se tritura el estatuto humano. Por ello el imperativo de no callar, de caer en la amnesia o el desdén. Dice González Rodríguez y con razón: “gritar es poder, al igual que sobrevivir es hacerse presente”. Gritar que el Estado tiene responsabilidad política y judicial. Gritar que rechazamos por inconsistente e incompleta la investigación oficial al respecto.

Omisas desde hace décadas con una normal en donde las frases reiteradas –voces dulces y broncas a la vez– se expresan en tono de proclama, convicción, denuncia. “Queremos un gobierno justo”. “Estamos decepcionados con el gobierno”. “Tenemos bastante rabia”. “Extrañamos mucho a nuestros compañerxs”. “Los funcionarios no se preocupan por nosotros”. “Exigimos justicia, no olvido”. “Fue el Estado”. Voces que surgen del segundo territorio de la República con mayor índice de pobreza. Donde 71 por ciento de la población está por debajo de la línea del bienestar, definida por el propio gobierno mexicano.

Un foco de agravio, advertido desde hace tiempo. Un lugar olvidado o por el júbilo reformista, debajo del cual subyace un severo deterioro social e institucional. Pero quienes señalaban lo que estaba ocurriendo en el sur de México eran tachados de aguafiestas, resentidos, amargados, activistas, radicales. Mientras el juvenicidio crecía, condenando a 16 millones de muchachos a algo peor que la escasez de futuro. La mitad de todos ellos viven en la pobreza. Padecen la discriminación diaria, la agresión incesante, algún tipo de violencia o maltrato. Enfrentan la disyuntiva diaria de la legalidad o la ilegalidad, la supervivencia o la autodestrucción, la inercia o la rebelión. Y en Jalisco al igual que en Guerrero la insurrección contra el orden instituido ha sido un acto de fe, constante. Las movilizaciones se nutren de la exasperación creciente, cíclica ante gobierno tras gobierno que solo parece voltear a ver a la región para enviar al Ejército allí.

Jalisco como tantos otros estados, sitio de detenciones ilegales y golpizas y torturas y violaciones y desapariciones forzadas. Sitio de encono incesante. Matar a personas o desaparecerlas se ha vuelto una costumbre.

Y mientras van y vienen las investigaciones, los informes y los contrainformes, las “verdades históricas” y las mentiras que contienen, lo que Sergio González Rodríguez nos recuerda es la tarea de seguir hablando. No permitir que la matanza de estos tres estudiantes, como la de los 43 o el caso de Jorge y Javier, desaparezca de la memoria. No permitir que la palabra se oscurezca y se extinga en lo impío de la autoridad que preferiría eso. No permitir que las autoridades minimicen o soslayen los hechos o argumentar que se trata de casos aislados. No permitir que la ciudadanía sea ajena a la causa de los padres sin hijos que es la de todos. Rechazar el país en el cual nos hemos convertido, de balas y esquirlas y gritos y pavor y cadáveres verdes y huesos opacos.

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