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Dóciles al espíritu de Dios

Por Staff / La Voz - 17 febrero, 2018 - 11:01 p.m.
Dóciles al espíritu de Dios

El Evangelio de este Domingo I de Cuaresma, relata de una manera muy escueta el episodio de las tentaciones de Jesús en el desierto: “A continuación, el Espíritu lo empuja al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás”. En esta breve noticia, aparte de Jesús que es el protagonista, aparecen otros dos personajes: el Espíritu y Satanás. Se puede decir que ambos se disputan el señorío sobre Jesús.

El Espíritu ya ha sido presentado. En efecto, la permanencia de Jesús durante cuarenta días en el desierto se pone inmediatamente “a continuación” de su bautismo en el Jordán por parte de Juan. Y allí se nos aclara su relación con el Espíritu: “En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: ‘Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco’” (Mc 1,10-11). Es el primer texto “trinitario” que encontramos en el Evangelio. La “voz del cielo” es evidentemente la voz de Dios. Él declara que Jesús es “su Hijo amado”. Y el Espíritu, que “baja del cielo” hacia el interior de Jesús, es el Espíritu de Dios. Jesús posee el Espíritu de Dios en plenitud; por eso él es el Hijo amado de Dios. Por eso obedece dócilmente a la moción del Espíritu de Dios: “El Espíritu lo empuja al desierto” y él permanece en el desierto cuarenta días.

Satanás, en cambio, no ha sido presentado, pues se da por conocido. El hecho de que Jesús sea tentado por Satanás demuestra que él, sin dejar de ser “Hijo de Dios, de la misma sustancia que el Padre”, es también verdadero hombre, pues Satanás es el seductor del ser humano, el que procura engañarlo y arrojarlo en la muerte.

Así engañó al primer hombre, Adán, e introdujo la muerte en el mundo, como recuerda el Apocalipsis, que lo llama “la Serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero” (Apoc 12,9). Satanás es, entonces, diametralmente opuesto al Espíritu. Quiere hacer con Jesús lo que hizo con Adán y Eva en el origen y lo que hizo con dos miembros de la comunidad cristiana primitiva llamados Ananías y Zafira, a quienes Pedro reprocha: “Ananías, ¿cómo es que Satanás se adueñó de tu corazón para mentir al Espíritu Santo?” (Hech 5,3).

El Evangelio de Marcos, en su brevedad, no nos dice en qué consistieron las tentaciones que sufrió Jesús, ni el desenlace de ellas. Pero el hecho de que a continuación presente a Jesús fiel a su misión, demuestra que venció a Satanás y que así nos comunica también a nosotros el poder de vencerlo. En efecto, el Evangelio continúa: “Marchó Jesús a Galilea; y proclamaba el Evangelio de Dios: ‘El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio’”.

El tiempo de Cuaresma es un tiempo de conversión que Dios nos concede. Con las armas de la oración, el ayuno y la limosna luchamos para rechazar las seducciones de Satanás y dejarnos conducir por el Espíritu Santo, como verdaderos hijos de Dios. Que en nuestra testimonio de vida sea claro que

Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (Gal 4,6).

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