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Coahuila

El charrito

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Por Admin - 09 octubre, 2016 - 11:15 p.m.

Cuando la riqueza florecía en todos los hogares de Real de Catorce por la fiebre del oro

El mesón de Sabás, se ha convertido en el espacio para presumir la recompensa a tan dura faena; las talegas de monedas de oro están sobre la mesa, ahí también servido está el aguardiente y la bebida del sotol combinada con resina de pino, brota en gotas en cada choque de copas. Gerónimo y Pedro no cesan de brindar de tanta alegría que supura su cuerpo; aún con su escasa dentadura, el primero grita a los cuatro vientos: “Mesonero sirve las otras, que para eso me he metido a la mina”. Pedro, a quien apodaban “el chueco”, no padecía ninguna disfunción en sus extremidades, así le llamaban por ser un marrullero, un mentiroso, dado a usar la labia de sus palabras para persuadir incautos, no solo bebía a raudales; también era un adúltero, pero compadres de pila bautismal. Al calor y abundancia de bebidas ingeridas surgió el valor y la convivencia se ha transformado en el momento para reclamar una deshonra; de las palabras pasaron a las manos y ya en la calle la luz de la luna destellaba en el filo de los puñales que buscaban acabar con la vida en un odio infernal que se avivó con el frío del sereno. De entre los mirones surgió un harapiento viejecito, se interpuso entre los dos y evitó se hicieran daño y las mortales armas hacían blanco en su envejecido y polvoso gabán. Agotados, después de la trifulca han despertado con los primeros rayos del sol y su resaca moral es más vergonzante que la física. Dicen que no hay borracho que trague lumbre; ambos sabían lo que había sucedido durante la noche y después de estrecharse la mano decidieron ir a dar gracias al santo de la parroquia. Para su sorpresa, a los pies de San Francisco de Asís estaban los puñales ensangrentados, y cubierto su cuerpo con el viejo gabán convertido en girones. Era, para su sorpresa el viejecito que evitó una tragedia. Así cuenta la leyenda del “charrito” de aquellos años de bonanza en las minas de Real de Catorce, cuando la riqueza florecía en todos los hogares y la fiebre del oro y la plata estuvo en su apogeo.

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