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El Chernóbil Mexicano, el mayor desastre nuclear de México

Por Agencia - 27 septiembre, 2020 - 11:51 a.m.
El Chernóbil Mexicano, el mayor desastre nuclear de México

Por: Yolo Camotes

Recientemente se puso de moda hablar de los desastres nucleares gracias a la serie televisiva Chernóbil producida por HBO y donde se relata en forma más o menos histórica la manera en que este accidente se produjo.

Muchos creen que esta clase de desastres son exclusivos de países desarrollados con tecnología nuclear, pero existe un accidente que podría considerarse no sólo el más grande de la historia de México, sino muy probablemente del mundo, debido a las condiciones en la que está sucedió y que a continuación les voy a relatar:

Dos años antes de que ocurriera la catástrofe de Chernóbil, en México ocurrió el mayor accidente nuclear del continente americano y que poco o nada trascendió en los medios internacionales.

La tragedia se le conoce hoy como el incidente del Cobalto 60 en Ciudad Juárez y tuvo su origen en una bodega del hospital privado conocido como el Centro Médico de especialidades en 1977.

Durante la administración del presidente José López Portillo, sin los permisos necesarios y sobornando al personal de aduana, el doctor Abelardo Lemus y sus socios del Centro Médico de Especialidades de Ciudad Juárez en Chihuahua, compraron una máquina de radioterapia marca Picker equipada con una bomba de Cobalto 60 por 16 mil dólares.

El cobalto 60 es un isótopo radiactivo sintético que emite rayos gamma y se emplea para tratar a pacientes con cáncer.

Este equipo había sido desechado por el Hospital de Lubbock, Texas por considerarlo obsoleto, a su vez fue adquirido por una empresa de Fort Worth en Texas, y este a su vez en 1977 fue adquirido por el Centro Médico de Especialidades de Ciudad Juárez.

Este cobalto se estimó que su actividad era de 1003 curies, para darnos una idea de la radiación, tan sólo un curie sería suficiente para matar a cualquier persona. Por falta de personal capacitado para operarlo, la máquina nunca se utilizó y quedó abandonada en un almacén durante seis años.

Fue hasta el 6 de diciembre de 1983 cuando el jefe de mantenimiento del hospital, viendo que Vicente Sotelo y su amigo Ricardo Hernández necesitaban dinero, les dijo a ambos que se llevaran la máquina y vendieran sus fierros para que sacaran “para unos refrescos”.

Vicente y Ricardo desmontaron la máquina y decidieron venderla como chatarra. Poco a poco desarmaron el armazón metálico de unos 100 kilos y perforaron el corazón de la bomba de cobalto, un cilindro que contenía el material radioactivo de aproximadamente 6000 balines de un milímetro de diámetro.

Una vez que la máquina fue desarmada, Vicente y Ricardo la subieron a una camioneta y la llevaron hasta el depósito de chatarra “Phoenix”, donde les pagaron 1500 pesos.

En el camino al depósito, la camioneta fue regando el material reactivo por toda la ciudad, esta información fue detallada en un informe secreto que después realizó la Comisión de Seguridad Nuclear y Salvaguardias.

El cobalto 60 se mezcló con el resto de la chatarra del depósito “Phoenix” y a su vez éste la vendió a varias empresas fundidoras de la zona, entre ellas Aceros de Chihuahua SA. ACHISA y la Maquiladora Falcón de Juárez S.A, ambas usaron el material radioactivo para fabricar mesas y varillas de acero corrugado, hoy empleadas en la construcción de edificios.

Todo este material, unas 6 mil toneladas aproximadamente, se distribuyeron a más de la mitad de los estados del país, así como también a los Estados Unidos.

El 16 de enero de 1984, un camión que transportaba varilla mexicana en Nuevo México y que pasaba cerca del laboratorio nuclear de los Álamos, hizo saltar los detectores de radiación de este lugar. Cabe señalar que en este laboratorio se construyó la primera bomba atómica operativa.

Las autoridades nucleares de los Estados Unidos alertaron a México de la contaminación y diez días después dieron con una de las principales fuentes de radiación: la camioneta de Sotelo estacionada en la colonia Altavista de Ciudad Juárez, uno de los barrios más humildes de la zona.

La camioneta del intendente estuvo estacionada frente a su casa varios meses, esto debido a que le habían robado la camioneta. Así que se convirtió en un punto donde los niños jugaban y la gente se paraba a convivir, todos recibiendo altas dosis de radiación.

Debido a que no se contaban con suficientes inspectores nucleares, el Gobierno de José López Portillo improvisó a supuestos expertos nucleares, simples empleados de la Secretaría de Salud sin conocimientos ni experiencia en el tema.

Se les pidió detectaran las radiaciones en los edificios contaminados, se les dio batas blancas, se le subió en camiones y se les llevó a buscar desechos radioactivos.

Nueve meses después, tan sólo en chihuahua se habían recolectado 20 mil toneladas de desechos reactivos y todos cerca de zonas habitadas. El Gobierno Mexicano con todo y vergüenza solicitó ayuda a los Estados Unidos, pero con la condición de que ésta fuese muy discreta pues no se quería dañar la imagen de un México fuerte y moderno.

Helicópteros del departamento de defensa de los EUA sin insignia, sobrevolaron las principales zonas afectadas, tropas en uniforme del Ejército de los EUA ayudaron en la labor de localización y recolección de los balines milimétricos los cuales estaban en todas partes en más de 400 kilómetros de carretera hasta Chihuahua.

La disposición final de todos los desechos después de que el personal militar de los EUA se retirara, fue realizado en su mayor parte por los trabajadores de las empresas afectadas, tardando varios meses, la labor se hizo a mano y con palas.

El gobierno mexicano dispuso como lugar para el depósito de los desechos una zona conocida como “El vergel”, en las dunas de Samalayuca sobre un acuífero y sin ninguna medida de precaución y tan sólo a unos metros de profundidad.

Estos desechos altamente radioactivos se enterraron en unas “muy seguras” bolsas negras para basura y cubiertas con una ligera capa de cemento, esto según testimonios de uno de los trabajadores que estuvo en contacto con los elementos radioactivos.

Otra parte de los desechos en específico varilla, se enterró en Hidalgo, el Estado de México y Sinaloa, además a todos los trabajadores en especial de ACHISA se les obligó a recolectar los desechos sin protección alguna, bajo pena de ser despedidos.

Cuando los trabajadores llevaron la queja a su sindicato, éstos les reiteraron la amenaza de despido, pero ante las crecientes quejas les hicieron exámenes médicos a los trabajadores para determinar si la radiación les había afectado, pero los resultados jamás fueron revelados por decisión del entonces líder sindical Napoleón Gómez Sada padre de otro abnegado líder sindical y hoy Senador Napoleón Gómez Urrutia.

Y como si fueran capaces en modernas haciendas del siglo 20 o comisarios Soviéticos, los representantes sindicales y los representantes de la Comisión Nacional de Energía Nuclear supervisaban por supuesto de lejos y detrás de tambos de agua, las labores de recolección del material radioactivo.

En el año 2001, se descubrió que 110 toneladas de material que se había enterrado en esas “seguras” y “herméticas” bolsas de plástico estaban expuestas liberando altos niveles de radiación al medio ambiente.

Se estima que los vecinos próximos al vehículo, así como trabajadores de las empresas que compraban el metal fueron impactados con 10 veces más radiación que el incidente en 1979 de la planta nuclear en el estado de Pensilvania en los Estados Unidos, hasta entonces el mayor desastre nuclear en el Continente Americano.

Según las autoridades nucleares de los Estadios Unidos, se liberaron 100 veces más radiación en Ciudad Juárez que en Pensilvania.

Los medidores detectaron que la camioneta de Sotelo arrojaba en algunas partes casi 1000 rads, la radiación equivalente a 20 mil radiografías. El centro médico donde se había sacado la máquina de rayos-x intentó culpar a Sotelo diciendo que se la había robado y que ellos mantenían los mayores y más estrictos controles de seguridad y que Sotelo los había violado todos.

Víctor Sotelo fue amenazado por el director, el administrador del hospital y forzado a firmar una declaración donde decía que había robado la máquina. Sotelo declararía posteriormente que jamás le fue dicho que esta máquina representaba alguna clase de peligro.

Las autoridades mexicanas siempre audaces, inteligentes y responsables decidieron mantener en secreto el número de personas afectadas. Incluso hoy en día se desconoce la cifra exacta de cuántos tuvieron complicaciones de salud a corto y largo plazo derivado de la radiación.

Existieron 109 centros de distribución del material contaminado en más de la mitad de los estados del país. Algunos de los afectados y vecinos de Vicente, dejaron de hacerse revisiones médicas en el hospital debido a que no tenían cómo pagar los medicamentos, así como el transporte.

Es muy difícil calcular cuántas víctimas hubo a largo plazo dada la exposición a la radiación y la cantidad de radiactividad. En los Estados Unidos se recuperó el 90% de las varillas contaminadas, así como se demolieron todos los inmuebles que presentaron alguna clase de radioactividad.

En México se demolieron los 814 inmuebles, pero más de 17 mil construcciones donde se encontró radiación por estas varillas, se determinó que sus niveles de radiación no eran letales, pero por supuesto sí podrían ser letales financieramente a la paraestatal ACHISA por lo que no se hizo nada. Además, mil toneladas de varilla nunca se recuperaron, con lo que se podrían construir unas 300 casas de tamaño medio, incluso según la versión de varios trabajadores que transportaron parte de las varillas contaminadas para ser enterradas, afirmaron que éstas no tenían relación alguna, asegurando que el personal del Gobierno Federal les había entregado varillas tan sólo para ser transportadas como parte de un circo mediático para aparentar que les habían recuperado.

Ante la incapacidad o algún otro motivo muy probablemente económico por parte de las autoridades por dar con el material radiactivo. Al menos 23 personas trabajadores del depósito de chatarra sufrieron Oligospermia, es decir escasa cantidad de espermatozoides, así como Azoospermia: una inadecuada producción de esperma, esto después de estar en contacto con la radiación.

Otro de ellos sufrió quemaduras en las manos y tres trabajadores más presentaron le Neutropemia, es decir un nivel bajo de glóbulos blancos.

Las autoridades mexicanas dieron seguimiento a 10 casos de personas que estuvieron en contacto con la contaminación y resolvieron que no existía daño severo a corto plazo, pero que no se podían descartar futuros problemas biológicos.

A corto plazo los síntomas visibles fueron quemaduras, vómitos, cefaleas o lesión medular. A mediano plazo la radiación provoca esterilidad provisional, quemaduras y alteraciones en el sistema nervioso. El daño más grave que sufrió la población de Ciudad Juárez fue la exposición a largo plazo.

Para que esto sea más claro, una radiación menor pero constante durante 30 o 40 años, se estima que provoca Leucemia, daño medular severo, cáncer de huesos y desórdenes genéticos hereditarios.

El Gobierno Mexicano estaba consciente de ello al grado que esto aparecía en el informe final pero decidieron no hacer nada, ni siquiera alertar a la población. El Gobierno Mexicano oficialmente dijo que todo estaba controlado, el accidente fue grave, pero “del susto no pasó”.

Esto igual como sucedió con el accidente de Chernóbil en la Unión Soviética, en lo que actualmente es Ucrania y Bielorrusia, el gobierno actuó de manera opaca con la población.

Los estados de Chihuahua, Sonora, Sinaloa, Baja California, Baja California Sur, Coahuila, Nuevo León, San Luis Potosí, Guanajuato, Jalisco, Zacatecas, Tamaulipas, Querétaro, Durango, Hidalgo y el Estado de México recibieron la varilla contaminada.

En años recientes se han reportado cientos de casos de cáncer, así como otras afectaciones graves de la salud en aquellos lugares donde la varilla empleada para las construcciones había sido catalogada como segura.

Todos los gobiernos de distintos colores y tamaños sólo han mostrado indiferencia y se echan mutuamente la culpa. Los representantes del hospital y el médico Abelardo Rocha quienes ilegalmente introdujeron esta máquina al país y que no la tuvieron bajo el debido resguardo y con los señalamientos adecuados, aseguraron que ellos no tienen la culpa de que les hubiesen sustraído la máquina y que tampoco tenían por qué haber puesto algún letrero de peligro, pues estaba “en un lugar seguro”.

La tragedia que llevaría a México a ocupar el primer lugar en contaminación radioactiva en el continente Americano, fue pronto minimizada por las autoridades federales. Se presentó un informe secreto en 1985 por parte de la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear donde se argüía que aun y cuando existía riesgo de contaminación radioactiva, ésta sería mínima y que las varillas y de más componentes para la construcción aún podrían usarse y ser financieramente rentables.

En este informe catalogado como Secreto de Estado, se daba cuenta a las distintas autoridades gubernamentales que existirían problemas futuros dependiendo de las dosis recibidas, tales como neoplasias, leucemia, cambios degenerativos, acortamiento de la vida y efectos genéticos en los descendientes de los expuestos a la radiación.

¿Pero porqué se manejó de esta manera se a fin de cuentas la función de la Comisión Nacional Nuclear es la de salvaguardar la seguridad de los mexicanos y no presentar informes de rentabilidad económica de unas varillas?

Esto se debe a que Aceros de Chihuahua ACHISA después de la nacionalización de la banca, pasó a engrosar la lista de paraestatales del estado y toda la varilla contaminada también formaba parte de los activos de la misma y el deshacerse de ella hubiese representado una gran pérdida financiera para el Estado Mexicano.

El hermetismo con que fue manejado el accidente nuclear sólo tenía una explicación, así como un nombre, Clemente Licón Vaca, accionista y miembro del consejo de administración del Centro Médico de donde se sustrajo la máquina radioactiva y la cual había sido importada ilegalmente al país.

Licón Vaca se desempeñaba al mismo tiempo como oficial mayor de la Secretaría de Energía Minas e Industria Paraestatal, a cuyo orden se encontraba la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear además de ser miembro de cierto partido que nos revolucionó a todos.

Como dicen por ahí, “para taparle el ojo al macho”, la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear, así como la Secretaria de Salud, interpusieron una denuncia ante la Procuraduría General de la República contra quien resulte responsable y “caiga quien caiga”, sin resultados hasta ahora.

En aquel tiempo la Secretaria de Energía Minas e Industria Paraestatal estaba encabezada por Francisco Labastida Ochoa miembro ilustre del partido el cual llevó al fracaso al programa nacional de energía y que años después fuera candidato presidencial pero que perdería ante Vicente Fox.

El accidente nuclear ocurrió cuando Emilio Gamboa Patrón era secretario particular del Presidente José López Portillo, Manuel Bartlett el hoy Secretario de la Comisión Federal de Electricidad, era en aquel entonces Secretario de Gobernación. Guillermo Soberón Secretario de Salud, Arsenio Farell Cubillas Secretario del Trabajo, Carlos Salinas de Gortari Secretario del Presupuesto. Todas ellas dependencias relacionadas en la solución al accidente nuclear y que nunca hicieron nada aún a pesar de contar con el informe secreto de la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear.

Siete años después, en 1991 cuando ya nadie se acordaba del supuesto accidente de Ciudad Juárez, el trabajador Vicente Sotelo fue aprendido, se le acusó de robo y por atentar contra la salud pública.

En la cárcel le apodaron “el cobalto” y en 1993, dos años después recuperó la libertad. 37 años después del supuesto accidente, miles de casos raros con mutaciones y malformaciones surgen por doquier y muertes por ideologías desconocidas son justificadas por los médicos en nuestro país alegando que este aumento desproporcionado en los casos de cáncer es por la mala alimentación y estilo de vida.

Subrayar que, aunque la alimentación, el estilo de vida y las emociones negativas son factores que contribuyen al desarrollo del cáncer, no son los únicos. Según la Organización Mundial de la Salud, los casos de cáncer en México se multiplicaron desde 1984 hasta 1997 en un 60% y continúa en aumento, algo que va más allá de una estadística normal.

El historial en el manejo de desechos nucleares y reactivos del Gobierno Mexicano ha sido sencillamente pésimo, por no decir nefasto y criminal. Años más tarde se importaría leche reactiva que se daría a las familias más pobres bajo el programa de Liconsa.

Por cierto los trabajadores de ACHISA que estuvieron expuestos a estos materiales, a lo largo de los años fueron desarrollando distintos problemas de salud tales como cáncer o muertes súbitas por enfermedades misteriosas, todas éstas según las autoridades fueron muertes naturales, porque por supuesto la muerte a fin de cuentas es algo natural.

En todo el país cientos, si no es que miles de construcciones, continúan emanando radiactividad que a dosis en corto plazo no es letal, pero a casi 40 años, ciertamente lo es. Quizá ello explicaría muchos por qué a pesar de llevar una dieta y hábitos sanos, aun así, repetidamente son presas de enfermedades mortales.

No hubo culpables, muchos de los responsables aún gozan de buena salud y llevan una buena vida. La niñez y la juventud de ese entonces adultos del día de hoy, fueron comprometidas, las generaciones posteriores se heredaron de sus padres una herencia mortal como lo vemos este el aumento vertiginoso en los casos de cáncer infantil México.

Muchos los casos de negligencia nuclear como Laguna Verde, la única planta nuclear de México, ha tenido una serie de accidentes importantes que jamás salieron a la opinión pública. Los robos de componentes de material radiactivo en el país son alarmantes, algunos de los cuales nunca se han podido recuperar, todo esto ponen una muy seria cuestión si algún día el gobierno mexicano decide de nuevo emprender algún programa de generación eléctrica a base de energía nuclear.

Por desgracia no hay final feliz en esta historia, la fuente radiactiva de aquellas varillas aún sigue ahí en edificios casas y otra clase de construcciones emanando su mortal contenido y para mala suerte quizá algunos de nosotros estemos …rodeados de ella.

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