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EPN, la comunicación

Por Admin - 28 octubre, 2016 - 02:06 a.m.

En el bajísimo nivel de la argumentación política se ve el estado de ánimo y ruptura de comunicación con una ciudadanía preocupada por un futuro incierto... El gobierno federal ha recibido reclamos de inconformidad. Los cuestionamientos por desgobierno y corrupción se escuchan por todos los círculos e incluso adversarios políticos, como López Obrador, han salido a defender a la institución presidencial. También se percibe la desconexión de los mensajes en la comunicación pública. En el bajísimo nivel de la argumentación política se ve el estado de ánimo y ruptura de comunicación con una ciudadanía preocupada por un futuro incierto e irritada por el marasmo de la justicia, inseguridad creciente e indignación por corrupción. La Presidencia podría haber abandonado el esfuerzo por comunicarse con una ciudadanía lejana por la desconfianza y temerosa de su futuro. Ante la que, como ha podido constatar este régimen, es cada vez más difícil de convencer con estrategias de imagen y la retórica de la vieja cultura del autoritarismo vertical del poder. Tampoco con reacomodos en el gabinete, sin explicaciones claras y en los que se ve la intención de pertrecharse con leales, incluso más allá del sexenio, como anticipa el nombramiento de Raúl Cervantes en la Procuraduría General de la República. El mayor riesgo de la desconexión para el gobierno es el aislamiento de las preocupaciones de la gente. Y el gran peligro para la gobernabilidad democrática es desligarse y decidir tomar su propio camino para asegurarse estabilidad y tratar de escapar del castigo electoral en 2018, con todos los recursos de la fuerza del Estado a su disposición. Renunciar a conectar con la gente para dedicarse a proyectar la realidad que se pretende alcanzar, aunque eso pase por el desconocimiento de las causas de rechazo al gobierno de dos de cada ocho mexicanos, según encuestas. El desinterés por lo que ya pueda decirse del gobierno, en efecto, abre el camino a la tentación de despreciar el debate público y privilegiar los amarres políticos con centros de poder. Por ejemplo, olvidar la alusión que se hiciera como exponente del nuevo PRI a Duarte, cuyos escándalos por corrupción tienen al partido en su peor momento de descrédito desde que perdió la Presidencia. Al contrario, incluso, pretender transmitir la idea de que el partido está “mejor que nunca, con gran vitalidad, con gran energía”, a pesar de la realidad. La excepción a declaraciones como éstas, que tergiversan los hechos, es el reconocimiento de desaciertos en la invitación a Trump. Llama la atención que sea en los mensajes hacia esa audiencia donde se encuentren respuestas razonables a las críticas, como si pareciera el único sitio necesario para mantener el diálogo o por el temor al peligro de ataques desestabilizadores que, desde ahí, han venido contra la administración. La apuesta por el ejercicio del poder sin debate inhibe los acuerdos y, sobre todo, la posibilidad de cambiar el malestar social que se requiere para enfrentar los tiempos adversos para el país. Los problemas requieren debate, ojalá no se vaya de la discusión.

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