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Opinión

LAS CARTAS SOBRE LA MESA

Agencia
Por Agencia - 17 septiembre, 2017 - 03:18 a.m.

Los valores no pasan de moda

Hemos de administrar la vida sabiamente por ello la hemos de construir sobre la roca de sólidos valores. Hoy se habla mucho de vacío de valores, pero muchas veces no se llega a comprender que en el fondo ese vacío proviene del vacío de Dios. Cuando el hombre pierde a Dios, cuando lo desconoce como valor supremo, tampoco alcanza a realizar los valores que no son sino bienes particulares que sólo tienen consistencia en relación a Él. El sentido de la vida y la misión que tenemos encuadran el tema de los valores en cuanto que éstos son bienes parciales que encuentran en Dios, bien supremo, su punto de referencia y su fundamento final.

Podemos definir los valores como diversos bienes objetivos a los que el hombre aspira y que lo perfeccionan como tal. Hoy se debate entre los moralistas y pensadores sobre la conveniencia del uso del término valor. No son pocos los que aseguran que el término valor es ajeno a la gran tradición cristiana y que su uso implica la aceptación implícita de una ética relativista. En su lugar propugnan el retorno al uso generalizado del término virtud.

El abandono de un término como el de virtud, tan arraigado en la gran tradición filosófica y teológica de la Iglesia, sería lamentable y que debemos promover con fuerza su renovado uso. Pero ello no implica dejar de lado el uso, también legitimo, del término valor, si por él entendemos, un bien objetivo que la persona no crea por sí misma, sino que más bien reconoce o descubre en la realidad. El término valor evita el peligro del relativismo y al mismo tiempo se recupera el uso de una palabra que, si bien como tantas otras de tipo ético, puede ser manipulada.

Los valores se refieren a todas las dimensiones humanas: a la esfera sensitiva y biológica, a la esfera económica y social, a la esfera propiamente espiritual, y a la esfera moral y religiosa. Dado que estas dimensiones, aun siendo todas ellas partes integrantes y constitutivas del hombre, no lo son del mismo modo, sino que hay en ellas un orden, es posible clasificar los valores, jerarquizándolos según su importancia.

En el nivel inferior, se encuentran los valores materiales, dones del Creador que hay que recibir con corazón agradecido. Existe el riesgo de afanarse con exceso por obtenerlos, como si de ellos dependiera exclusivamente la felicidad. Cristo amonestó con claridad a los suyos sobre este peligro y en una sociedad como la nuestra que tiende al consumismo, siempre es útil escuchar la amonestación evangélica al hombre que se dedicó a acumular bienes sin pensar en la salvación de su alma: “Necio, esta noche te será pedida el alma. Y todo aquello que has acumulado, ¿para quién será? Así será de quien acumula tesoros para sí y no se enriquece ante Dios”. Apreciando en su justa medida estos valores, hemos sin embargo de recordar que la felicidad no proviene del poseer más cosas, sino de la bondad del corazón, de una conciencia en paz consigo mismo, con los demás y con Dios.

Otro valor fundamental es el de la vida humana desde su concepción hasta su muerte. La vida tiene un carácter sagrado, y sólo Dios, que la ha dado, detenta el derecho absoluto sobre ella. Hay que defender la vida en los momentos en que resulta más desprotegida: la vida inocente que se desarrolla en el seno materno, y la vida que se apaga por una enfermedad grave o de modo natural. La Iglesia ha empeñado toda su fuerza moral y espiritual en la defensa del valor de la vida humana, combatiendo enérgicamente el aborto y la eutanasia como crímenes abominables contra la humanidad.

Hay que seguir con espíritu firme en esta batalla para que las autoridades civiles y la sociedad entera reconozcan este valor fundamental, que es al mismo tiempo un derecho inalienable de la persona humana, cuya negación es un signo de barbarie, de pérdida del sentido de la sacralidad y de la dignidad del ser humano. El cambio que se pueda producir en la legislación, siempre ha de ir precedido y será consecuencia del cambio del corazón y de la conciencia de los hombres.

Los valores biológicos y psicológicos se refieren a la perfección del cuerpo y de la mente. Un valor humano indudable es el cuidado prudente de la propia salud corporal. El cuerpo es un gran don que Dios nos ha dado y no lo podemos menospreciar. También es importante para el hombre la higiene mental, buscando una vida equilibrada, en donde no falte el ejercicio corporal, y se favorezca la sana psicología, siguiendo aquel ideal clásico de mens sana in corpore sano.

Los valores de la inteligencia (la claridad y profundidad de pensamiento, la profundidad intelectual, la fuerza rigurosa en la argumentación lógica, la búsqueda sincera de la verdad, etc.) perfeccionan al hombre en cuanto ser dotado de razón. Los valores de la voluntad (la fuerza y solidez de carácter, el dominio de las pasiones e instintos, la constancia en las determinaciones y propósitos, la energía en la decisión, etc.) juegan un papel determinante en la construcción del hombre maduro y responsable. Los valores estéticos o artísticos nos ayudan a captar la belleza o a producirla por medio de obras de arte.

Los valores morales. El valor moral perfecciona al hombre no en una de sus facultades solamente, sino a la persona como tal. Es aquél que tiene que ver directamente con la bondad o la maldad de los actos humanos. El valor moral está estrechamente relacionado con la virtud, término usado por la gran tradición cristiana y que conserva en la actualidad toda su validez. Sin embargo hay una pequeña diferencia de matices entre virtudes y valores. La virtud es un hábito por el cual el hombre orienta su comportamiento de modo constante y fiel hacia la realización del bien. Mientras que los valores son los bienes objetivos hacia los que tiende el hombre virtuoso. Por ello se puede decir que quien practica la virtud busca y realiza en su vida los valores morales.

Los valores morales abarcan una amplia gama de actitudes que regulan el comportamiento de la persona en relación a sí misma: la responsabilidad, la laboriosidad, la autenticidad y la coherencia de vida, la sinceridad, etc. o en relación a los demás: la amistad, la amabilidad, la comprensión, la paciencia, la capacidad de trato y de relaciones humanas, la caballerosidad, la gratitud, los buenos modales, la nobleza y fidelidad a la palabra dada, la compasión, la gratitud, el perdón, la magnanimidad, la hospitalidad y la acogida, la nobleza de carácter, la búsqueda del bien común, la responsabilidad social, la justicia, la solidaridad, etc.

Una importancia especial asumen en nuestro tiempo los valores familiares, porque la familia es ante todo escuela de las valores más genuinos y auténticos. Familia fundada sobre la alianza matrimonial, una e indisoluble, del varón y de la mujer, que se abre con gratitud al don de los hijos, como el fruto más precioso del don sincero de sí que hacen los esposos. La familia así entendida constituye una verdadera comunión de personas, cuyo principio interior, su fuerza permanente y su última meta es el amor.

En la cúspide de la escala de valores encontramos los valores religiosos que conciernen y regulan las relaciones del hombre con Dios, el fundamento de todos los demás valores.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros. P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/ padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano

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