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Opinión

Las cartas sobre la mesa

P. Noel Lozano
Por P. Noel Lozano - 09 septiembre, 2018 - 08:50 a.m.

Dejarnos liberar por Jesús”.

Por muchos lados se escucha la necesidad de liberarnos, de oraciones de liberación, de reuniones de sanación, etc. Y vemos este domingo precisamente uno de los atributos más hermosos de Dios: “Dios es liberador”. Dios libera a los hombres de su triste condición de desterrados y de la aridez en la que podemos vivir muchas veces. Dios libera a los hombres de sus enfermedades del cuerpo y del espíritu, dicen los personajes del evangelio asombrados: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos". Dios libera al cristiano de cualquier acepción de personas, porque todos, ricos o pobres, somos iguales delante de Dios, lo explica el apóstol Santiago. Pensemos de cuántas cosas, situaciones e incluso personas necesitamos liberarnos. Veamos cómo se realiza esta liberación en el hombre necesitado de la misma y abierto a la acción de Dios:

  • Jesús actúa y libera la naturaleza. Dios ha creado la naturaleza, pero no se ha desentendido de ella. Siendo ésta el hogar del hombre, ejercita también sobre ella su providencia, a fin de que sirva al hombre. Esa providencia divina "libera" a la tierra de sus miserias, como pueden ser la sequedad y la infecundidad. Nos dice en la primera lectura que "la tierra sedienta se convertirá en estanque y el país árido en manantial de aguas". Dios es el Señor de la naturaleza y ejerce con libertad su dominio absoluto sobre ella para ayudar material y espiritualmente al hombre. Materialmente, haciéndola fructificar abundantemente, de modo que el hombre pueda alimentarse con sus frutos. Espiritualmente, haciendo al hombre sentir el poder y peso de las calamidades naturales, de modo que éste se vea necesitado a elevar sus ojos al Señor de la naturaleza y a implorar su bendición. Dios busca sobre todo liberar al hombre de sí mismo y que todo sea motivo para descubrir su mano amorosa, su intervención continua en nuestra vida.

  1. Jesús es el liberador del hombre por excelencia. El hombre es un misterio de carne y espíritu. Dios manifiesta su amor al hombre ofreciéndole una liberación integral, que debe aceptar con agradecimiento y sencillo corazón. Libera su carne de la enfermedad. Lo hace directamente, cuando así resulta necesario para el bien del hombre, como consta por tantos enfermos milagrosamente curados. Lo hace indirectamente, mediante el poder que ha dado a los hombres para estudiar el cuerpo humano, conocer sus enfermedades y curarlas. El evangelio de hoy narra la curación de un sordomudo por parte de Jesús. Pero Dios también interviene sobre el hombre para curar su espíritu. Lo cura de las enfermedades psíquicas, lo libera del poder del demonio y del pecado, lo robustece por obra del Espíritu ante las tentaciones y las inclinaciones al mal. Lo más importante es que los hombres tengamos la conciencia clara y la seguridad de que Dios ama y quiere el bien del hombre. El liberarnos de nosotros mismos nos capacita para estar abiertos a los demás.

  1. Jesús libera y libera bien. “Todo lo ha hecho bien”, con estas palabras reaccionó la multitud cuando se dio cuenta de que Jesús había curado al sordomudo. Son muchos los textos evangélicos que relatan las obras buenas de Jesús en favor del hombre. De modo que san Pedro dirá de Jesús, en uno de sus discursos a los primeros cristianos, que "pasó haciendo el bien". Juan Pablo II nos dice que "la caridad de los cristianos es la prolongación de la presencia de Cristo que se da a sí mismo". Sí, Jesús desea seguir haciendo el bien entre nosotros y en nuestros días mediante los cristianos. Jesús desea seguir liberando al hombre de las necesidades materiales, de las enfermedades, de las calamidades naturales, de los males espirituales mediante los cristianos. De verdad que es hermoso constatar la generosidad de tantos millones de cristianos para socorrer en cualquier parte del mundo a los más necesitados. No olvidemos que hacer el bien desinteresadamente a los hombres es una manera estupenda de liberarlos.

  1. Jesús libera al que quiere ser liberado. La liberación posee una fuerza de atracción singular. Es un claro indicio de que el hombre, consciente o inconscientemente, se ve y experimenta a sí mismo: "esclavizado". No son pocas las ataduras que el hombre, en las diversas épocas de la vida, va encontrando en el camino de su existencia. Para ello se necesita querer ser liberado. Porque se da el caso de que el hombre, por razones inexplicables y muchas veces complejas, ama las "dulces" ataduras que le "esclavizan". Ataduras que, por más dulces que sean, le van poco a poco estrangulando, hasta llegar a matar su libertad. La liberación, por tanto, es posible sólo para quien quiere ser liberado. Otro aspecto diverso es a quién acudir para ser liberados. Porque en nuestro mundo y en nuestro medio ambiente hay quizá muchos que se las dan de "liberadores", pero lo que liberan no es al hombre en su grandeza y en su dignidad, sino los potros desbocados de sus pasiones, sus egoísmos, sus ambiciones, sus pesadillas, sus instintos. Que nos quede bien claro: el verdadero liberador del hombre es Dios. El verdadero liberador del hombre es Jesús que murió por nosotros y por nosotros resucitó. Si quieres ser liberado, no lo dudes, Jesús te liberará. Habiendo experimentado a fondo la liberación de Jesús, sentirás el aguijón de decir a otros quién puede otorgarles la verdadera liberación que buscan.

Que el Señor nos libere de nosotros mismos, de nuestras cegueras, de lo que nos tiene esclavizados, de los vicios desenfrenados, de la superficialidad desmedida, de la mediocridad desbocada, de la flojera de evangelizar, de la apatía de hacer algo heroico por los demás, del vivir enroscados sobre nosotros mismos buscando una felicidad ficticia y sin principios. Jesús: ábrenos los ojos, los oídos, el corazón, las manos, los pies, para ponernos en marcha cristianamente a todo lo que nos pidas. El liberarnos de nosotros mismos nos capacita para estar abiertos a los demás.

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