Los golpes de la vida son más fuertes que los recibidos arriba del ring; breve relato en la vida de una gloria del boxeo local
Lanza un jab, cambia de guardia, golpea abajo y con la misma mano asesta un potente cruzado de derecha. ¡Queso, Queso, Queso!, grita el público de la Arena Monclova. Es otra noche redonda para Mario “El Queso” Galindo, el puños de oro, el consentido de la afición.
El barrio bravo de la Sarabia lo vio nacer en 1943. Creció bajo las sombras de los sabinos, nadando en el río y soñando con llegar muy lejos. De cuna humilde se ganó el respeto de la única forma que los pobres pueden conseguirlo: a los puños.
Peleaba desde 1954 como Peso “Gallo”, llegó a Monclova en 1960 cargando a cuestas el prestigio de un título de subcampeón del Torneo Estatal “Guantes de Oro” mismo que perdió por decisión en una cerrada pelea contra Juan “La Triga” Castañeda.
Entrenaba en el Gimnasio de la Calle Juárez muy cerca de las albercas “Venecia”, su manejador era Julio Tristán que por muchos meses solo lo usó como sparring y como no nació para costal y sus ganas de pelear eran muchas, decidió cambiarse de establo del “Evano” Jasso.
“Me decía ayúdale a aquel a moverse, aviéntate unos rounds con este otro, pero yo era subcampeón “Puños de Oro” y no venía en calidad de costal”, señala el anciano que a sus 74 años vive en un pequeño cuarto de una vecindad familiar que forjó y heredó en vida.
Se autoexilió a vivir en soledad, con una cama, un televisor, un baño y un viejo ropero donde guarda mucho más que ropa de invierno. Al abrir la puerta saca los guantes y caretas que usaba en sus entrenamientos, los calza y de inmediato rejuvenece 40 años, da pequeños brincos en el patio, mantiene la escuadra, parece volar, mientras ríe emocionado y el perro no para de ladrar.
Su pequeño cuarto está tapizado de viejas fotos, en ellas se le puede ver en guardia sobre el ring, con sus guantes y quebrando la cintura.
Durante su carrera tuvo más de 300 peleas entre amateurs, exhibición y profesionales, con un respetable record de más de 26 nocauts, pero sobre todo una cara limpia y una nariz recta.
Dominó por 20 años los encordados, con jab, cambio de guardia, gancho al hígado y un potente cruzado de derecha vio caer a decenas de rivales.
Le vino el mote del “Queso” por su hermano José el “Queso” Cruz, apodo raro que contrastaba con los muchos “Kid”, “Babys” y “Bobys” de aquella época.
SU INGRESO A ALTOS HORNOS
Pasada la primera mitad del siglo pasado, recibió la oportunidad de trabajar en Altos Hornos. Un ingeniero de apellido Villarreal que era jefe en la planta le ofreció empleo luego de verlo en una función de box.
De inicio laboró como mecánico pero su ambición y deseos de superación lo hicieron trabajar en el “infierno” como llamaban en aquella época el área de baterías de la Planta Coquizadora.
Alternaba sus turnos con el entrenamiento. Vivía en las casas tipo de la calle Juárez y su rutina comenzaba muy temprano corriendo rumbo al “Conejo”. Hacia sombra, abdominales, golpeaba costales y la pera para terminar bañándose en el río para irse a trabajar.
Durante toda su carrera el “Campeón” gozaba de permisos especiales para combinar su oficio de obrero con la de encumbrado peleador, viajaba en los viejos camiones Anáhuac a Monterrey, Saltillo, Acuña y a donde lo mandaran porque se ponía con cualquiera.
“Era muy distinto el box en mis tiempos, nos llevaban primero por peleas de barrio, después como amateurs hasta alcanzar el nivel profesional que logré en 1954, peleando mis primeros diez rounds”, recuerda.
Don Mario considera el boxeo actual como una mafia donde se sobreprotege a los “campeones” abunda el dinero pero falta credibilidad.
Puso el ejemplo a Saúl el “Canelo” Álvarez, boxeador inflado por las televisoras que evita a los mejores rivales y cuando se le expone hace el ridículo como ocurrió cuando lo pusieron contra Floyd Mayweather.
“No lo quieren pelear con los buenos, temen que Genady Golovkin lo tumbe y les acabe el negocito, solo buscan peleadores a modo del montón, pero no de clase mundial”, afirma.
Para este hombre, en la actualidad son pocos los boxeadores que reúnen las condiciones física y técnicas que tenía “Mantequilla” Nápoles y Ultiminio Ramos.
En todos sus años de boxeador solo una vez “besó” la lona, fue en 1970 ante Manuel Elizondo, Campeón de Nuevo León, una estrella que iba surgiendo y que terminó opacando su brillo decadente.
Entre su record recuerda haber peleado con Jorge Rosales Campeón de Acapulco, de ahí con el “Zurdo” Martínez de Chihuahua, Roberto Peña “El Trotamundos”, “El Canguro” Peña, “Chivo” Medina y Joe “Black” Morgan.
En aquellos años para llegar a un campeonato tenías que fajarte con todo lo bueno, pero conociendo su pegada, nunca quisieron darle una pelea de título nacional. Recuerda su estilo como ambidiestro, boxeaba con las dos guardias en cada round para confundir al rival.
“Cuando me noquearon sentí feo, nunca había caído a la lona, como todo en la vida hay que reconocer que ya pasaron tus mejores años y que para ser un costal, ya mejor retirarse con algo de dignidad”.
Durante su carrera se codeó con los grandes en los gimnasios de otros estados, conoció al campeón Clemente Sánchez, aquel que mataron de dos balazos por un problema de tránsito al salir de la Arena Coliseo de Monterrey.
También convivió con Ricardo Moreno, “El Pájaro”, El “Toluco” López, Ultiminio Ramos, y el Argentino Rubén Arocha.
En Reynosa conoció al gran campeón cubano José Ángel “Mantequilla” Nápoles, que le decía: “Oye chico, tu y yo somos parecidos, venimos del mismo producto de la vaca, solo que tu eres leche y yo mantequilla”, expresa.
EL BOX ES UN DEPORTE DE RESPETO
Dice que al box le debe mucho, sobre todo respeto y recuerda que el año pasado cuando acudía al Súper Gutiérrez se le emparejó un joven que trató de humillarlo.
“Fíjese por donde va, viejo baboso”, me dijo y aunque nunca he sido fanfarrón le respondí: “Baboso tú y los nopales de Gutiérrez y que se deja venir”, recuerda.
“Viejito y bravucón me saliste”, me dijo y se vino muy valientito pero descubierto, y le dejé caer toda la mano derecha en la pancita y con la misma mano en la cara y se fue de espaldas contra la pared de un negocio”, explica el “anciano”.
La gente decía que ya lo había matado porque chicoteó muy feo, pero volvió en sí a los pocos minutos cuando llegó la policía.
“Toda la policía me conoce no me bajaban de campeón y jefe, y luego me decían ahora a ver cómo le hace para revivirlo”, suelta la carcajada al hablar de su forma depurada para golpear costales y la perilla que menea sin ver y sin perder el ritmo.
Era muy distinto el box en mis tiempos, nos llevaban primero por peleas de barrio, después como amateurs hasta alcanzar el nivel profesional que logré en 1954".
Toda la policía me conoce no me bajaban de campeón y jefe, y luego me decían ahora a ver cómo le hace para revivirlo”
PIERDE PELEA CONTRA LA DELINCUENCIA
En sus años de retiro abrió una hierbería en la Zona Centro de Monclova, que era atendida por su esposa Herlinda Santilla Ramos originaria de Lamadrid con la que tuvo siete hijos, cinco hombres y dos mujeres.
Lamentablemente hace cuatro años en el auge de la delincuencia, su mujer recibió una llamada telefónica de extorsión, estaba sola y no soportó la impresión.
“Amenazaron con secuestrarnos y no sé qué tantas cosas le habrán dicho, del susto sufrió una embolia y ya nunca la recuperamos, falleció cuatro meses después”, señala el campeón con tristeza.
Recuerda que minutos después él mismo recibió la llamada de los supuestos secuestradores intentando asustarlo.
“Me dio tanto coraje, que cuando me hablaron los estafadores de nuevo, le pasé todos mis datos, le dije este soy yo, ahora identifícate tú porque te voy a dar hasta para que repartas a los de tu casa”, indica apretando los puños.
Los “secuestradores” resultaron ser presos de un penal de Baja California, que amenazando a una mujer noble e indefensa le quitaron la vida del susto.
“Me quedó mucho coraje, soy hombre de mundo he andado desde Canadá y Estados Unidos, pero no conozco una cárcel ni por fuera, ni por dentro, cuando yo boxeaba ayudaba a la gente, todavía vienen y me piden y me da mucho pesar no tener para ofrecerles”, expresa puños de oro.
Aunque solo una vez besó la lona, considera que la caída de perder a su esposa fue la más dolorosa de su vida. Actualmente se emplea como masajista y sobandero, pero también atiende problemas de columna, hernia, y brinda orientación herbolaria para espolones, alzhéimer, vitíligo, infartos, problemas de migraña, estrés, impotencia e infertilidad.
En esta última pelea, al sonar la campana, el “Queso” sale rejuvenecido de su esquina, va al frente, se siente seguro, quiere ganar, aprieta la boca, confía en su experiencia, es todo para adelante, no retrocede, ataca, ataca y ataca.
Pero al finalizar el tercer asalto, el tiempo castiga su frágil cuerpo, le dobla las piernas, golpea sus partes blandas y lo lleva contra las cuerdas. El “Queso” trastabillea, está débil, desconcertado, la delincuencia golpeó sin piedad su corazón, y encorvado la inseguridad lo prende de la quijada, le quita lo que más quiere y lo manda a la lona. ¡Ha caído “Puños de Oro”!, ha caído con la cara al cielo, derrotado arroja la toalla…es hora de colgar los guantes.