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Nora Leticia Rocha: de Monclova para el mundo

Por Lluvia Estrada - 08 marzo, 2018 - 02:22 a.m.
Nora Leticia Rocha: de Monclova para el mundoNadie creía en ella, pero su persistencia y pasión por el atletismo la llevó hasta donde ahora está.

Todos dudaban de su talento y estaban convencidos que una jovencita tan delgadita no podría volverse una campeona, una atleta de alto rendimiento, la Sargento Rocha: Una Nora Leticia Rocha de Monclova para el mundo.

En el Día internacional de la Mujer, no podía faltar un reconocimiento a esta atleta monclovense que ha dejado muchas alegrías a la sociedad y un inquebrantable ejemplo para que quienes les gusta esta disciplina, ya que ella ha demostrado que con fe y entrenamiento todo es posible.

La sargento Rocha.

Su carrera en el deporte ha traspasado fronteras, fue así como conoció a Margarita Solano, una periodista y escritora colombiana a quien enamoró con su testimonio y quien decidió escribir un libro de su vida, el cual aún se está “cocinando”, pero quedará impreso y listo para venderse en aproximadamente tres meses.

Aquí un adelanto de este literario exquisito, que hace honor a una gran mujer, una gran mamá, una gran esposa y una excelente deportista.

Por Margarita Solano

La saeta rubia entró a la pista de los Juegos Panamericanos de 1999 en Winnipeg, Canadá, sin ser favorita y con la edad en contra: 32 años. Para muchos velocistas y fondistas profesionales, Nora Leticia Rocha de la Cruz era una atleta veterana. Para una mujer inquebrantable como ella, la edad es poca cosa comparada con el poder de su mente.

Antes de pararse en esa pista marrón para desafiar la incredulidad de su resistencia y velocidad treintañera, la saeta era ya una campeona. Un año atrás, en 1998 y pasando los treinta años, la saeta de flequillo curvado en la frente logró un récord nacional que la inmortaliza: con 4 minutos 11 segundos y 26 centésimas, Nora Leticia se puso al frente en los 1500 metros femenil, una prueba desconocida para ella porque pocas veces la había corrido y su especialidad eran los 5,000 y 10,000 metros planos. En veinte años, nadie más ha podido igualar esos 4 minutos 11 segundos y 26 centésimas.

Ese mismo año, de la mano del ex presidente Ernesto Zedillo, Nora Leticia Rocha recibió el Premio Nacional del Deporte. La saeta se ganó el derecho a obtener el máximo reconocimiento del deporte nacional por ser décima a nivel mundial en los 10 mil metros en Atenas, Grecia. Por llevarse la presea de Oro en los 10 mil metros planos en Winnipeg, Canadá y ocupar el cuarto lugar en la Copa Mundial de Atletismo en Johannesburgo, Sudáfrica, en la prueba de 5000 metros planos donde “solo iba la mejor del continente” recuerda la saeta. Uno por prueba, el mejor de cada una; a ella le tocaría representar a México en cuatro ocasiones.

Es 1999 y en los Juegos Panamericanos de Winnipeg, Canadá, el reloj marca el banderazo de salida para la competencia de 10 000 metros planos. Aquí se va por todo o nada. La saeta rubia aparece en la primera vuelta en el quinto lugar, mientras en su casa materna en Monclova, Coahuila, hay una fiesta en su nombre. Se mezclan abrazos, las vivas y el revolotear de las gallinas.

Última vuelta. Nora Leticia ve a una competidora de Estados Unidos frente a ella. Es la velocista Rochelle Steele. La monclovense le sacó una vuelta completa a la mujer que, en los primeros minutos, estaba por delante de ella. La saeta monclovense siente en su pecho el rebote de la medalla de la Virgen de Guadalupe, a quien se encomendó antes de empezar la competencia. El cronómetro marca 32 minutos 56 segundos para la ganadora, Nora Leticia Rocha de la Cruz, se lleva la medalla de Oro y obtiene un récord panamericano. La edad es solo un número.

Nora Leticia en el ejido El Oro donde quiere construir su rancho para la vejez.

LA GUADALUPANA

Diciembre de 1978 en Monclova. En la casa de los Rocha de la Cruz, la Virgen de Guadalupe tiene un espacio especial en los corazones de la familia que confía en ella. Están convencidos desde siempre que sus problemas no se pueden resolver sin el auxilio de la Virgen morena.

Los secretos de Nora Leticia Rocha, una niña nacida para triunfar, fueron confiados a la emperatriz guadalupana.

La saeta rubia era una niña tan delgada, que verla correr alteraba al más prudente. Nora Leticia tenía la imagen de una niña que no era: rica y frágil. Su piel blanca y ojos entre azules y verdes, la hacían ver como la hija de una familia monclovense adinerada que se esmeraba por recortarse el flequillo a la altura de las cejas. La pequeña güera era de figura tan esbelta, que cualquiera asumiría que no podía cargar ni la mochila con la que todos los días llegaba a la primaria pública de El Chamizal, en Monclova, Coahuila.

Chayito fue la primera maestra de Educación física y deportes en acertar y no equivocarse con las cualidades de Nora Leticia Rocha. Con poco presupuesto, la maestra se las ingenió para pintar con gis los carriles imaginarios de una pista atlética, y anotaba en su libreta las mejores habilidades de cada niño. Nora Leticia “estaba que se desbarataba de lo delgadita”, recuerda su mentora, pero vaya sorpresa se llevó el primer día que puso a la pequeña a entrenar para lanzar disco.

Sin material didáctico para realizar los entrenamientos, Chayito instruyó a Nora Leticia a recorrer 500 metros trotando y hacer giros para lanzar un disco que no tenía. En su lugar, la niña de once años sostenía con una sola mano una resma de hojas blancas que pesaban más de dos kilos.

Llegando a la adolescencia, Nora Leticia caminaba por la plaza Juárez de Monclova cuando se enteró de la carrera tres kilómetros y que comenzaría la tarde del 12 de diciembre en honor a la Virgen de Guadalupe. Quien se coronara como ganador de la carrera, recibiría una copa dorada de su tamaño. Entonces pensó en Cuca, su mamá, viéndola correr con el ceño fruncido y diciendo sin decir que “correr es cosa de huevones, que eso no deja nada”.

Si Cuca supiera de su ilusión por competir, de las ganas que tiene ahorita por inscribirse a la carrera, seguro le diría que no, que eso es para la gente desocupada que no tiene nada qué hacer, que en casa había que ayudarle con la venta de gorditas, tamales y empanadas.

Caminó dando vueltas a la manzana, revisando el letrero que anunciaba la carrera, volvió a sonreír, a imaginarse veloz y en la meta recibiendo la copa dorada. Nora Leticia tenía tantas ganas de correr y correr, que sacó de la cabeza a Cuca, el cinto y lo que viniera. Si correr era de gente desocupada, ella quería ocuparse en ello.

El entonces presidente Ernesto Zedillo le entrega el Premio Estatal y Nacional del Deporte a la saeta rubia.

Se inscribió a la carrera con total sigilo. Para entonces, Monclova estaba llena de luces de Navidad en centros comerciales, tiendas de abarrotes y autoservicio. Nora Leticia esperó esa jornada con la misma ansiedad juvenil con la que desde niña aguardaba la clase de deportes donde cargar un block y correr 400 metros era el paraíso. Con su secreto mejor guardado, vistiendo un pants viejo, una playera de tela delgada “de manguita” y un par de tenis polvorientos, se puso en el punto de partida. Arrodillada en posición felina a punto de cazar, la niña de ojos azules ondeó su coleta de caballo y cuando se dio el banderazo de salida, conoció la actividad que la haría feliz el resto de su vida.

— “Yo empecé a correr, correr y correr. Desde el arranque iba adelante, me despegué de todo el grupo y me fui, me fui…”, rememora emocionada.

Nora Leticia se fue, era cierto. Se alejó de la incomprensión del que le dijo no sirves para el deporte, salió corriendo a buscar el sí, encontró en esos pasos el convencimiento de que era capaz. Se fue y con ella se alejó el miedo de pensar en una mamá enojada lista para el castigo.

Esa noche, Nora Leticia se fue, voló. Se despidió de esa niña que desde la primaria escondió su gusto por correr sin haber corrido. Se puso tenis y avanzó con la velocidad de una gacela perseguida por un león. Recordó las impertinencias de los incrédulos que desde la primaria creían que su cuerpo delgado no resistía ni 200 metros, ahora iba por tres kilómetros y no tenía ni sed, ni cansancio, ni calambres. Siguió erguida, a paso veloz, sola, completamente sola, se dio el lujo de mirar con el rabo del ojo como cuando acompañaba a mamá a verla lavar ropa ajena. No vaciló en pensar que era la primera, que nadie más iba a su paso, que era la saeta que Cupido clavó en el corazón de los mortales. Cuando la imagen de cinco metros de la Virgen de Guadalupe se impuso, la miró, se miraron, y el corazón palpitó con fuerza. “Sentí una emoción gigante” rememora Nora Leticia en el deportivo monclovense que lleva su nombre, 40 años después de haber ganado la primera carrera Guadalupana.

LA SARGENTO DE LAS MEDALLAS.

Antes de que el sol se asome, Nora Leticia ha dejado a un lado el atuendo deportivo que desde hace tres décadas se ha convertido en su piel: pants de algodón hasta los tobillos, tenis abultados del talón, y una sudadera que cubre los brazos de las madrugadas heladas cuando la mayoría duerme y ella entrena atletas de alto rendimiento en el Ejército Mexicano.

La sargento Rocha entra al Colegio Militar de Popotla, ubicado en la Calzada México-Tacuba, en punto de las seis de la mañana. Para entonces, algunos puestos venden tamales y atole muy caliente en la avenida, mientras los transeúntes se frotan las manos. Adentro, la reja color verde militar deja ver una pista de 400 metros donde soldados pasan corriendo una, dos, tres, cuatro veces y sus cuerpos esbeltos dejan ver el baile de sus pantalones a media pierna que se contonean al ritmo de sus zancadas.

En este ambiente castrense, Nora Leticia parece haber extraviado su nombre. Aquí no se le conoce por la saeta rubia, tampoco por el nombre compuesto que le puso Cuca al nacer. En el ejército es “la sargento Rocha”.

Es un libro bastante extenso que muy pronto se podrá disfrutar, es un reconocimiento en vida a la famosa y exitosa carrera de una atleta completa, donde su género no fue impedimento para triunfar.

4:11.26 récord nacional en los 1 500 metros que la inmortalizó en 1998

Yo empecé a correr, correr y correr. Desde el arranque iba adelante, me despegué de todo el grupo y me fui, me fui…”

Nora Leticia Rocha

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