Contactanos

Opinión

Obras son amores, y no buenas razones

P. Noel Lozano
Por P. Noel Lozano - 03 diciembre, 2017 - 04:21 a.m.

¿Cómo vive la caridad en tiempo de adviento, de navidad un buen cristiano? ¿Qué es lo que hace concretamente para que su caridad sea de obras y no de meros pensamientos o de solas buenas intenciones?

Primeramente, la caridad debe ser una actitud de fondo que dé un sentido y una orientación peculiar a toda su vida de relación con las demás personas en la convivencia habitual de todos los días. La caridad empieza en el modo en el que tratamos a los demás todos los días, en el encuentro ordinario con los que nos rodean. Normalmente en este nivel la práctica de la caridad no comporta gestos espectaculares ni retos heroicos. Al contrario, esta virtud suele expresarse de un modo muy sencillo, por una serie de gestos aparentemente triviales e intrascendentes, pero nacidos de la bondad del corazón. Son los pequeños detalles que hacen a los demás más llevadero el peso de cada jornada: un saludo amable y sincero por la mañana, una sonrisa que suaviza la negativa inevitable, una condescendencia con un compañero sobre el modo de realizar una tarea, la atención paciente y servicial al familiar o al amigo enfermo, etc. es vivir en una actitud de hacer sentir especial al que pasa por enfrente de ti.

Todos conocemos a más de alguna persona de ésas que todos espontáneamente caracterizamos como “buenas gentes”, que nos transmiten paz y confianza. Parecen no conocer la malicia; son incapaces de negar un favor; todo lo ven y lo juzgan con mirada sana; comparten generosamente sus cosas; son constructivos e infunden optimismo; a todos reciben con una sonrisa; siempre tienen tiempo para escuchar. Todo lo contrario de una persona aprovechada, malévola, iracunda, mordaz, hay personas que parecen que nacieron para exasperar al prójimo y fastidiarle la vida a los demás.

La buena actitud que algunos poseen de forma natural, es el resultado de un fuerte trabajo de control de sí mismos y de educación emocional. Para la mayoría de nosotros la benignidad es una conquista ardua y lenta, de todos los días. Es el fruto de un esfuerzo ascético cotidiano por vencerse a sí mismos, por crecer en humanidad, por asemejarse a Jesús. Es ésa la conquista de la virtud de la caridad cristiana. Y es ésa la conquista primordial que debemos perseguir como personas de bien, como cristianos.

Son incontables las expresiones que puede tener la caridad, por ejemplo en la convivencia cotidiana en el hogar, en la escuela o en el trabajo. En casa, hay que saber ofrecerse para ayudar con los pequeños quehaceres; mostrarse comprensivos unos con otros; evitar las discusiones acaloradas y dominar la propia irascibilidad, especialmente ante los hijos o ante los hermanos más pequeños; escuchar con paciencia y dedicar tiempo al abuelo o a la abuela que han gastado la vida por sus hijos y sus nietos; aceptar a los demás como son, sin pretender que todos compartan los propios gustos, aficiones u opiniones. Aceptar y tratar con respeto y bondad a los suegros, a los cuñados, y en general a los parientes políticos. Evitar actitudes despóticas de superioridad o de “machismo” ante la esposa o los hijos. Si en casa hay personal de servicio, saber tratarlos con sumo respeto, con deferencia, interesándose por su salud, su familia, su situación; En ocasiones me ha tocado ver cómo se introduce en el corazón un sutil y antievangélico menosprecio hacia estas y otras personas de diversa condición social.

Fuera del hogar debemos de conocer y servir a los compañeros de escuela, de universidad o de trabajo. Hay personas que conocen personalmente a todos los colaboradores de sus empresas; y al acercarse ahora el tiempo de Navidad visitan a todos los que pueden en su casa, les llevaban algún regalo, se interesan por su salud, por su situación familiar; cuando visitan las plantas y lugares de trabajo su primer interés son las personas, los trabajadores, antes que el rendimiento y la productividad de la fábrica. Cuando alguno de los trabajadores se enferma, se interesa en ayudarle personalmente: lo visita, le da las medicinas que necesita, etc. Con frecuencia se hace acompañar de sus hijos, para ir educándolos así a practicar la caridad y a dirigir la empresa con un auténtico sentido cristiano.

La caridad puede y debe intervenir en muchas situaciones en las que la simple aplicación de la justicia no basta para que el comportamiento sea plenamente cristiano. Continuando con el ejemplo de las relaciones laborales, un empresario debe considerar en qué condiciones personales y familiares va a quedar un trabajador al que por motivos razonables y justificados tiene que despedir, y preguntarse en conciencia si no puede hacer algo más por ayudarle, yendo incluso más allá de lo estipulado por la ley.

Un aspecto muy importante en la vivencia de la caridad cristiana es el que determina nuestra relación con la Iglesia, sus personas y sus instituciones. Sería un engaño muy grande creer que vivimos el amor si éste no se manifiesta también hacia la Iglesia en sí misma, como el medio que Jesús instituyó para prolongar en el tiempo su obra de redención y santificación de la humanidad. Defendamos a la Iglesia y al Papa. Defendamos con pasión y con valentía nuestra fe. No permitamos que delante de nosotros nadie critique o ataque a la persona del Papa. Sepamos por el contrario apreciar, difundir y ponderar el esfuerzo que hace por iluminar a los hombres con sus enseñanzas y por promover la acción de la Iglesia en general y de sus obras particulares.

Desgraciadamente el hombre lleva en su naturaleza, herida por el pecado, una tendencia casi irrefrenable a pensar mal del prójimo, a interpretar torcidamente sus intenciones, a descubrir más fácilmente sus defectos y sus errores que sus cualidades y sus aciertos. Y esta tendencia suele ir acompañada con la costumbre de poner al descubierto ante terceros esos defectos o equivocaciones. Parece como si algunos encontraran no sé qué especial complacencia en andar divulgando a los cuatro vientos los defectos del prójimo. Por algo el apóstol Santiago dice en su carta que “si alguno no peca con la lengua, ése es un hombre perfecto”. La difamación, la crítica y mentira sobre los demás es un pecado gravísimo contra la caridad, pues la maledicencia destruye la fama, el buen nombre, el prestigio al que toda persona tiene derecho.

El maldicente no sólo es un perverso detractor de la doctrina cristiana; es uno que se descalifica a sí mismo como ser humano, pues ni siquiera alcanza un mínimo de dignidad para respetar al otro en lo que es. Se erige hipócritamente en juez y censor, como sintiéndose capaz de arrojar la primera piedra. Busquemos formar el hábito de la benignidad. Si la boca habla lo que el corazón encierra, llenemos el corazón y la mente de pensamientos buenos. Seamos constructivos en todas las conversaciones. Y cada vez que nos acerquemos al sacramento de la confesión, al hacer el examen de conciencia analicemos detenidamente si no hemos tenido la desgracia de caer en este pecado; si por debilidad nos encontraramos culpables, tengamos el valor de ofrecer una justa reparación y pidamos al Señor su gracia, para que nunca permita que caigamos en lo mismo.

Trabajemos el hábito de fijarnos en el lado positivo de las personas. Y aunque la evidencia nos muestre que tal o cual persona adolece de graves deficiencias, Preguntémonos: ¿Y detrás de esto que veo, qué cualidades y virtudes encerradas guarda esta persona?

Sepamos disculpar las acciones ajenas, o por lo menos tratemos de respetar las intenciones. No podemos transigir con el mal, como disimulando no darnos cuenta de él. No. Debemos distinguir entre el pecado y el pecador, a ejemplo de Jesucristo. Tenemos que saber ponernos por encima del mal, para entender al hombre. Luchemos con toda nuestra energía en combatir el pecado en el mundo; pero no al pecador. Por el contrario, a éste lo debemos rescatar y salvar.

El tiempo de adviento, de navidad es un tiempo para sembrar paz, para sembrar comprensión, para sembrar amor, dejemos de lado juicios, discordias, y todo aquello que desdice de nuestra vocación cristiana. Seamos prácticos en la vivencia de la caridad y no idílicos. Obras son amores, y no buenas razones.

Santa  María  Inmaculada, de la Dulce Espera,  Ruega  por nosotros.

P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey  www.padrenoel.com;  www.facebook.com/padrelozano;  padrenoel@padrenoel.com.mx;  @pnoellozano

Artículos Relacionados