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Opinión

No voy a negarlo

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Por - 08 septiembre, 2022 - 11:36 p.m.
No voy a negarlo

No voy a negarlo: me preocupé bastante. Sentía palpitaciones en las sienes y acelerados latidos en el corazón. Temblorosas las manos, vacilante el paso, perdida la mirada, me acometían súbitos mareos. Tenía la frente perlada de sudor, y al mismo tiempo un calosfrío me bajaba por la espina desde el occipucio hasta el lugar donde la espalda deja de llamarse así. Fui con un médico y le hice la relación cabal de mis achaques. Él los resumió en una sola palabra: “Años”. Vi cuando apareció el escueto diagnóstico en la pantalla de su computadora. Luego me preguntó a qué me dedicaba, cuál era mi oficio o profesión. Le respondí: “Escribo en los periódicos”. Quiso saber: “¿Acerca de qué escribe?”. 

Tuve que confesarle: “De política”. (Al médico, al abogado y a tu esposa debes decirles siempre la verdad, pues si no las consecuencias luego serán graves). Me informó el facultativo: “Ahí está la causa de sus problemas. En México escribir sobre política ha sido siempre motivo de depresión para quien no tiene otros datos aparte de los que da la realidad. He sabido de analistas políticos que pierden la razón. Se vuelven locos y les da por orientar a la República. Le sugiero un cambio de actividad. Puede contratarse como mercenario en Ucrania, organizar manifestaciones de protesta en Cuba o repartir balazos, no abrazos. Todo eso es menos peligroso y tensiona menos que su ocupación actual. 

Por lo pronto hoy no escriba de política”. Al oír la recomendación del médico no pude menos que recordar el caso de aquel sujeto que acudió con el doctor, pues presentaba síntomas muy parecidos a los míos. El galeno le preguntó también a qué se dedicaba. “Soy terrorista” -le dijo el individuo. “Está usted trabajando demasiado -le indicó el médico-. De ahora en adelante arroje sólo una bomba por semana hasta que sus síntomas desaparezcan”. Hoy, pues, no escribiré acerca de política. Estoy hasta la madre de ella, y necesito dejar el tema siquiera sea por 24 horas. 

Major post otia virtus, decían los latinos. Después de descansar crece la fuerza. Don Abundio, el sabio viejo campesino, opina que trabajo mucho, que viajo más de lo que debería, y me aconseja que me tome al menos un par de días de descanso al mes. Me advierte: “O reposo o pozo, licenciado”. Este día, entonces, no hablaré de política. Mañana será otro día. Don Cacariolo no podía dormir. Dejó el lecho, se asomó a la ventana y contempló de la noche su esplendor. Luego hizo algo más prosaico: fue a la cocina a prepararse un vaso de leche tibia con azúcar, por ver si eso le inducía el sueño. 

Bebiendo estaba la poción cuando escuchó tremendos gritos provenientes de la alcoba. Era su esposa quien gritaba. Corriendo fue hacia ella y le preguntó, alarmado: “¿Qué te pasó? ¿Por qué gritaste así?”. Contestó la señora: “Un hombre entró por la ventana y me hizo el amor dos veces”. “¿Dos veces? -repitió el marido-. ¿Y por qué hasta ahora gritaste?”. Explicó la señora: “Porque la primera vez pensé en la oscuridad que eras tú. Pero cuando lo hizo por segunda vez supe con seguridad que no eras tú”. 

Babalucas trabajaba de mesero en un restorán de esos donde comes rico pero sales pobre. Un señor le preguntó: “Dígame, camarero: el espagueti ¿viene solo?”. “No, señor -respondió Babalucas-. Yo tengo que traerlo”. El cliente de la tienda departamental le dijo a la linda empleada: “Mi esposa necesita unos guantes. ¿Puede mostrarme algunos?”. Inquirió la chica: “¿De qué medida los usa?”. Respondió el hombre: “No sé”. Le indicó la muchacha: “Ponga su mano sobre la mía y compare el tamaño”. Así lo hizo el tipo, y seguidamente le dijo a la bella vendedora: “Mi esposa necesita también un brassiére”. 

FIN.

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