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Opinión

“Yo no soy un Demóstenes”

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Por - 24 agosto, 2022 - 00:03 a.m.
“Yo no soy un Demóstenes”

“Yo no soy un Demóstenes”. Así empezó su discurso el orador. Desde le galería se oyó el grito de un pelado: “Sí has de ser, cabrón; lo que pasa es que te haces pendejo”. Desde luego López Obrador está muy lejos de ser un Demóstenes, y ni siquiera un Chucho Urueta, un Nemesio García Naranjo o un Querido Moheno, que en México gozaron fama de oradores supereminentes, lo mismo que, en más cercanas fechas, Adolfo López Mateos y Porfirio Muñoz Ledo.  

Y sin embargo ha causado inquietud grande el discurso que AMLO pronunciará con motivo de las fiestas patrias en un Zócalo lleno -llenado- de una unánime claque a favor del soberano. No es posible hacer pronósticos sobre el contenido de la peroración presidencial. Las ocurrencias y exabruptos del caudillo son siempre impredecibles. Dos cosas me atrevo a predecir: el discurso será largo y será patriotero, lleno de alusiones a la Patria, al pueblo y -sobre todo- a la soberanía nacional

Muy probablemente el gran amigo de Cuba, Venezuela y Nicaragua hará menciones poco favorable a los Estados Unidos, el fantasmón que más de un presidente latinoamericano ha usado para allegarse el apoyo de la gente cuando las cosas en el interior se ponen mal. Yo espero que López Obrador no atente contra el acuerdo trilateral de México con el país vecino y con Canadá, acuerdo que nos ha traído muchos beneficios y sin el cual seguramente iríamos a una ruina más ruinosa aún que  la que ya nos amenaza. La preocupación por el anunciado discurso de AMLO tiene base: es bien sabido que de él se puede esperar todo. Hablo de sus arranques, porque de su administración no se puede esperar nada. Su gobierno no obedece a programas, sino a  eso que recibe el nombre de “prontos”. 

El diccionario define la palabra: “Pronto: Reacción repentina motivada por una pasión u ocurrencia inesperada”. Ojalá el discurso de López Obrador sea fruto de la reflexión -cuidado con las improvisaciones motivadas por los aplausos de la multitud-, y mire más al bien de México que al interés por fortalecer su dominio personal. 

Libidiano gozaba la cálida intimidad de Flordelisia, pero cada vez que ella sacaba el tema del matrimonio él desviaba la conversación y hablaba de cuestiones como la guerra de Ucrania, el peligro de extinción en que se halla la vaquita marina o la nueva serie de Netflix. Cansada de esas evasivas una noche Flordelisia le puso un ultimátum a su resbaladizo galán: “Dame una sola razón para explicar por qué no te casas conmigo”. “Te daré cinco-replicó el tal Libidiano-. Mi esposa y mis cuatro hijos”. (Nota: Al desvergonzado tipo le faltó contar a sus dos suegros, sus cuñadas y cuñados, los tíos y primos de su mujer, sus sobrinos. y una copiosa parentela por agnación y cognación cuyo número estimo en 245 personas. Nadie diga que es dueño de su vida, y que por tanto puede hacer con ella lo que le dé la gana. ¿Habrá alguien que tenga la escritura de propiedad de su existencia? Nos debemos a quienes comparten su vida con nosotros, y hemos de ser causa de su alegría y su felicidad, y no de su tristeza y sufrimiento. 

Pero advierto con alarma -y con pena también- que estoy moralizando. El diablo metido a predicador. Mejor cambio de tema, como Libidiano). En toda la comarca no había hombre más feo que Uglicio.  Cuando los niños lo miraban en la calle corrían asustados gritando; “¡El coco! ¡El coco!”. Frecuentemente era tomado por alienígena.  Otros lo confundían con Frankenstein. Y sin embargo el endriago era casado. No sólo eso: una noche su esposa lo sorprendió en la cama con una comadre. Le dijo a la mujer: “Comadre: yo tengo que hacer eso por obligación. Pero ¿usted?”. 

FIN.

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