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Opinión

Cinco de mayo

Me quedan algunas otras cosas que quisiera comentarles, pero eso será la próxima vez.

Óscar Rodríguez
Por Óscar Rodríguez - 09 mayo, 2022 - 10:10 a.m.
Cinco de mayo

Amables lectores, tengan ustedes un buen día.

Hace algunos años escribí en una de las ahora famosas redes sociales acerca de un antiguo programa de televisión que se transmitía a través del canal 2 de la Ciudad de México llamado “Knock out” que era patrocinado por la “Cabalgata deportiva Gillette” y cuyo anfitrión era el ex luchador Enrique Llanes. Generalmente se presentaban peleas históricas con la narración de Buck Canel (la voz del presidente Roosevelt en castellano) con su famosa frase “no se vayan, que esto se pone bueno” con su acento característico.

La verdad es que esta era una envidiable oportunidad de conocer parte de la historia documentada del pugilismo mundial. Fue así como me enteré de muchas peleas antiguas con protagonistas destacados como “Sugar” Ray Robinson, Jack Dempsey, Luis Ángel Firpo, Gene Tunney, Jake LaMotta, Joe Louis, Rocky Marciano y muchos más.

En una de las emisiones, estuvo como invitado el protagonista de uno de los memorables combates: Manuel “Pulgarcito” Ramos. La pelea presentada fue la que Ramos sostuvo contra el ganador de la medalla olímpica de oro en los juegos de Tokio 1964: Joe Frazier. Y lo que se destacó en la transmisión fue un golpe que el mexicano propinó al campeón norteamericano en el primer round y que evidentemente lo lastimó.

Aquí no importaba el resultado final de la pelea (KO en el segundo round a favor del campeón mundial) ni el castigo recibido por nuestro compatriota sino que se hacía énfasis en “ese” golpe que por poco mandaba a la lona a Frazier. En palabras de una de las personas que leyeron mi escrito se trataba del “síndrome de la batalla del 5 de mayo”.

Pues bien, esta semana se conmemoró el aniversario número ciento sesenta de la batalla de Puebla. Y efectivamente, en cierto modo el mencionado enfrentamiento se parece al impacto que Ramos le conectó a Frazier: aunque el mexicano maltrató a su oponente no pudo evitar que el resultado final fuera adverso.

A principios de mayo de 1862, siguiendo una ruta muy parecida a la que casi tres siglos y medio antes habían recorrido los conquistadores españoles, el poderoso ejército francés llegó hasta las inmediaciones de Puebla. Para entonces estaba al mando del ejército mexicano el general coahuilense Ignacio Zaragoza.

Bueno, el general Zaragoza había nacido en Texas cuando éste territorio pertenecía aún a Coahuila (de hecho, en el escudo de Coahuila se aprecia la frase “Coahuila de Zaragoza”), contaba con treinta y tres años de edad y había enviudado recientemente al momento de esta batalla. Desafortunadamente, falleció víctima del tifo ocasionado por las deficientes condiciones higiénicas que lo rodearon tan solo cuatro meses después del triunfo en Puebla.

Se dice que como en ese tiempo en los territorios de California, Arizona, Nuevo México y Texas un importante segmento de la población era de origen mexicano, la figura del general Zaragoza (que después de todo había nacido en un territorio que ahora pertenecía a los Estados Unidos) se convirtió en una figura admirada y su triunfo comenzó a ser celebrado con un entusiasmo mayor incluso que en muchas partes de nuestro país.

Y así hemos llegado a la actualidad, en la que el multicultural origen y la diversidad de la población norteamericana ha dedicado algunas fechas para distinguir a ciertos segmentos de su población.

Y así como el 17 de marzo (día de San Patricio, santo patrón de Irlanda) se ha elegido para celebrar al segmento de la población originario de ese país, a los mexicanos que habitan en los Estados Unidos les toca festejar el día cinco de mayo. Los comerciantes y la mercadotecnia se han encargado de aumentar un día festivo al calendario de modo que el llamado “Cinco de drinko” o “Drinko de mayo” es muchas veces el mero pretexto para ingerir alcohol, pegarle a la piñata, preparar guacamole y/o ponerse el sombrero mexicano y del triunfo en condiciones desfavorables ante el mejor ejército del mundo de aquella época ni quién se acuerde.

Y ¿qué pasa con los segmentos no incluidos en el calendario oficial de festejos? Pues sucede que se tienen que crear su propio lugar. Así sucedió por ejemplo con la festividad de San Urho.

A mediados de la época de los años 50’s del siglo pasado, a Richard Mattson (habitante del estado de Minnesota de origen finlandés) se le preguntó si sus compatriotas tenían algún santo que hubiera hecho algo similar a la hazaña de San Patricio a quien se atribuye haber librado el territorio de Irlanda de las serpientes. Ni tardo ni perezoso, el señor Mattson procedió a crear la leyenda de San Urho. Se dice que el nombre probablemente fue establecido como “Urho” debido a que por esas fechas accedió a la presidencia de Finlandia el señor Urho Kekkonen.

De acuerdo a esta historia recién escrita San Urho había expulsado a unos perjudiciales sapos que afectaban la cosecha de uvas haciendo uso del poder de su voz el cual adquiría tomando leche agria y comiendo sopa de pescado. La versión más actualizada de la leyenda establece que lo que el santo expulsó eran en realidad unos nocivos saltamontes.

Con el tiempo surgió la “Oda a San Urho” e incluso se erigió una estatua al santo en el condado de Menahga, Minnesota. Y finalmente, la cereza del pastel, el día de San Urho: 16 de marzo. Justo la víspera del festejo irlandés. Todo sea por festejar.

Me quedan algunas otras cosas que quisiera comentarles, pero eso será la próxima vez.

Que tengan ustedes una excelente semana.

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