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Opinión

El oído y la música

Óscar Rodríguez
Por Óscar Rodríguez - 12 diciembre, 2021 - 10:30 a.m.
El oído y la música

Amables lectores, tengan ustedes un buen día.

En la novela de Arthur C. Clarke “El fin de la infancia”, unos extraterrestres llegan a dominar la tierra y como padecen lo que en los humanos se llama “amusia”, son del todo insensibles a la música. Estos seres del espacio exterior no alcanzan a comprender cómo algo que desde su perspectiva no tiene conceptos, no hace propuestas, no tiene imágenes ni símbolos y que muchas veces no guarda relación con el mundo, puede ser parte tan importante de la vida humana. Sin embargo así es y así ha sido desde hace mucho tiempo y en casi todos lados. La música ha desempeñado un papel importante dentro de la historia humana de una u otra forma.

Por obvias razones, el sentido más importante para el disfrute musical es el oído. En el cuerpo humano, este sentido se compone anatómicamente de tres partes: externo, medio e interno.

El oído externo está formado por la oreja que recoge las ondas de sonido y las conduce al oído medio. En éste último están situados tres pequeños huesos que transmiten los sonidos captados al oído interno mediante vibraciones. Los nombres en castellano de estos pequeños huesos se derivan de su parecido con ciertas herramientas: martillo, yunque y estribo. Curiosamente, estos tres huesos no crecen después del nacimiento.

El oído interno tiene forma de caracol y comprende un conjunto de pequeños huesos que transforman las ondas sonoras en impulsos eléctricos que son transmitidos al cerebro donde luego son interpretados.

Las dos principales características del sonido son su volumen (intensidad, medida en “decibeles”) y su tono (frecuencia, medida en “hertz”, que no es otra cosa que el número de ciclos por segundo).

Un oído humano joven y sano generalmente percibe un rango de frecuencias que va de los 20 a los 20,000 hertz, sin embargo es particularmente receptiva entre los 500 y los 5,000 hertz (más o menos la frecuencia correspondiente al habla humana), de manera que se ahorra dedicarle este sentido al ruido de fondo muchas veces innecesario.

En cuanto a la intensidad, el oído humano soporta en algunos casos hasta los 120 decibeles, pero a medida que el umbral de audición cambia con la edad, sonidos que solían percibirse sin problemas pueden resultar demasiado altos para personas mayores. Una conversación tranquila, por ejemplo en una biblioteca tiene una intensidad de entre 10 y 30 decibeles. Una conversación un poco más relajada, tiene un nivel entre los 30 y los 50 decibeles. Una aspiradora puede llegar a los 65, similar a la intensidad del ruido generado por una licuadora. La sirena de una ambulancia puede acercarse a los 90 decibeles y un avión al despegar puede alcanzar los 120.

Ahora bien, aunque la música se compone de ritmo y melodía (que son también elementos del lenguaje) también utiliza simultáneamente timbres y sonidos: la armonía. Y así como desde temprana edad, los niños observan y escuchan a sus mayores y al cabo de unos cuantos años ya son capaces de expresarse con fluidez en un lenguaje del que no conocen reglas gramaticales, algo parecido sucede con la música. Se dice que muchas capacidades necesarias para el desarrollo de habilidades musicales se desarrollan espontáneamente durante la primera década de nuestras vidas. 

Todos conocemos personas afinadas y desafinadas. Tal parece que el ser afinado es resultado de la genética más que una habilidad practicada. Pero hay un grado aún mayor al de ser simplemente afinado: el tener un oído absoluto.

Quienes poseen esta característica son capaces de ubicar el tono de cualquier sonido: el pitido del despertador, el claxon de un automóvil, el ladrido de un perro o el llanto de un bebé. Se dice que Bach, Beethoven, Mozart, Phil Collins, Eric Clapton y Freddie Mercury han tenido oído absoluto y al parecer una de cada diez mil personas nace con este rasgo.

Y ¿qué es lo que hace que ciertos acordes sean más agradables que otros?

Al igual que en la pintura y en la arquitectura, en las que una obra con ciertas proporciones parece tener mayor belleza que otra, en las notas musicales ciertas combinaciones (proporciones entre las frecuencias) resultan más agradables al oído.

En la escala musical occidental, cada semitono tiene una frecuencia aproximadamente un 5.94% mayor que el semitono inmediato inferior, así que cuando se ha avanzado los doce semitonos que corresponden a una octava (así de extravagante como para repetirlo: doce semitonos forman una octava), la nota resultante tiene un sonido con exactamente el doble de frecuencia que el tono con el mismo nombre de la escala anterior.

En la guitarra, cada traste es un poco más corto que el inmediato anterior. Esto es necesario para que al ser pulsada la cuerda genere un sonido con una frecuencia 5.94% mayor que su nota vecina (traste en este caso) inferior. De ese modo, al llegar al doceavo traste la frecuencia es exactamente el doble que la cuerda pulsada libremente ya que es aquí en donde se ubica exactamente su mitad.

Una ventaja de esta escala es que tomando una nota como base, el sonido correspondiente a cinco semitonos arriba tiene una frecuencia de 4/3 de la nota base. Además, el sonido de siete semitonos arriba tiene una frecuencia de 3/2 de la nota base. Al final, parece que la belleza de los sonidos se reduce en gran parte a proporciones matemáticas.

Me quedan algunas otras cosas que quisiera comentarles, pero eso será la próxima vez.

Que tengan ustedes una excelente semana.

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