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Opinión

Ser promotores de paz

La búsqueda gozosa del verdadero fin de la existencia explica y da sentido a la alegría, en sí legítima y razonable, por los éxitos apostólicos, al igual que a las penalidades y adversidades connaturales a la misión cristiana

Por P. Noel Lozano - 03 julio, 2022 - 09:37 a.m.
Ser promotores de paz

Ponernos en camino y buscar en todo el fin. Leemos en los textos la invitación de Dios a ser profundamente promotores de paz. El fin de la misión de los setenta y dos no es el éxito, sino el que "sus nombres estén escritos en el cielo", en la medida en la que cumplen este mandato. Isaías ve anticipadamente el fin de todos sus sueños: la ciudad de Jerusalén que reúne a todos sus hijos, como una madre, llenos de gozo y en paz. Pablo en el texto a los Gálatas deja claro como la existencia cristiana no tiene otro fin sino apropiarse la vida de Jesús en toda su realidad histórica, especialmente en el misterio de la cruz, como meta de la propia realización espiritual.

Que tu nombre esté inscrito en el libro de la vida. Los 72 discípulos de Jesús, símbolo de los cristianos esparcidos por el mundo en cuanto que 72 son todos los pueblos de la tierra, según nos narra el Génesis, están contentos de la misión cumplida y se llegan a Jesús para contarle sus proezas misioneras. Jesús les escucha, pero a la vez les hace caer en la cuenta de algo importante: las hazañas misioneras no tienen valor en sí mismas, lo que realmente vale y nos debe alegrar profundamente es nuestro destino eterno con el Dios de la vida.

La búsqueda gozosa del verdadero fin de la existencia explica y da sentido a la alegría, en sí legítima y razonable, por los éxitos apostólicos, al igual que a las penalidades y adversidades connaturales a la misión cristiana. El discípulo de Jesús, en efecto, no predica realidades sensiblemente captables y atractivas. Predica que el Reino de Dios ya ha llegado, predica la paz como fruto del encuentro con Dios, predica en medio de un mundo no pocas veces hostil y reacio a los valores del Reino, predica valiéndose y poniendo su confianza más que en los medios humanos en la fuerza misteriosa de Dios. Indudablemente, el éxito no es un elemento esencial en el bagaje del misionero.

El texto que leemos de Isaías, escrito en la época del post-exilio, ve como la diáspora judía es una grandeza extendida por todo el imperio persa y por el mediterráneo. El profeta, bajo la acción del Espíritu divino, sueña con un pueblo unido y unificado en la ciudad mística de Jerusalén. Con mirada profética ve hacia el futuro y prevé poéticamente el momento gozoso de la reunficación. Lo hace recurriendo a la imagen de una madre de familia que reúne en torno a sí a todos sus hijos, tiene tiernamente en sus brazos al más pequeño y le alimenta de su propio pecho. Todos, al reunirse de nuevo con la madre, se llenan de consuelo y se sienten como inundados por una grande paz. Jerusalén, madre de consolación y de paz, simboliza al Dios del consuelo, simboliza a Jesús, que es nuestra paz, simboliza a la Iglesia en cuyo seno todos somos hermanos y de cuyo amor brota la paz de Jesús que dura para siempre. La Iglesia, la de hoy como la de siempre, es en su esencia, aunque no siempre en sus hombres, madre de consolación y de paz para todos los pueblos.

La imagen del cristiano que va a misa, cree en los dogmas de fe y cumple con los mandamientos, es incompleta y algo anticuada. No basta eso, porque ser cristiano es tener una misión y realizarla con celo y ardor en los quehaceres de la vida ordinaria, como bien propone San Josemaría. Más aún, el sentido de ser promotores de paz es el estímulo más fuerte para creer y vivir la fe, para cumplir con los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Ser misionero es tener la conciencia viva de ser enviado; si bien este envío puede ser al vecino de casa, al cliente en el trabajo, al emigrante que encuentro en la parada del autobús o del semáforo, a la joven pareja que se prepara para el matrimonio. Hoy día misionar no es únicamente marchar a un país lejano a predicar la fe y el estilo de vida de Jesús, es también una tarea que se lleva a cabo en el propio barrio, con los conocidos, familiares, amigos… es llevar paz y consuelo en estos tiempos comlicados y difíciles, tegamos conciencia de esparcir esta semilla tan necesaria en estos tiempos. Como Pablo, llevar tatuado en el corazón lo que implica y comporta ser cristiano.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.

P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.comwww.facebook.com/padrelozano

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