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Coahuila

Artista monclovense de trascendencia mundial

Por Admin - 16 octubre, 2016 - 03:09 a.m.

Ramón Wlliamson Bosque Cronista de Monclova Sociedad Monclovense de Historia, A.C. Recuerdo a la señora Blanca Flores de Narro, hermana de don Teódulo Flores Calderón, platicarme que su hermano y la señora María Teresa González, recién casados, fueron a vivir a una casa de la calle Morelos, enfrente de la plaza Víctor Blanco, ahora invadida por comerciantes ambulantes, donde nació su sobrino Raúl. En efecto, encontramos el acta de nacimiento manuscrita por el juez del Registro Civil en Monclova en 1929, donde apunta que, Raúl Flores González nació en la casa marcada con el número 82 de la calle mencionada, el 19 de abril de ese año. Posteriormente, sus padres se mudaron al barrio de La Fábrica, donde la familia de don Teódulo tenía una considerable cantidad de terrenos y levantaron una bella residencia en la calle Hinojosa, muy vistosa, con arcos moriscos elevados, palmas esbeltas que, desde lejos se miraban y pavos reales que paseaban por sus amplios jardines. Ahí, pasó su infancia y adolescencia, compartiendo juegos con su hermano Teódulo Carlos. A ellos les gustaba ir a nadar y pescar al río Monclova, de donde traían robalos y mojarras a casa, para comer; después de cenar, escuchaban a su madre interpretar al piano a Beethoven, a Tchaikovsky, a otros maestros clásicos y piezas de los años veinte. Siendo muy pequeño, una noche de frío, su abuela Jesusita lo llevó a ver una pastorela en el patio de la casa de unos mineros, donde vio ángeles, diablos y pastores, con máscaras fantásticas. Esa escenificación quedó grabada en su memoria. Desde entonces, se aficionó a ver los festivales de las escuelas, las compañías de teatro itinerante que llegaban a Monclova y las carpas de circo. También le atraía ver a su abuela elaborar figuras creativas artesanales y escuchar sus cuentos, adivinanzas y relatos familiares. De todo eso, sacaba ideas para montar espectáculos teatrales, en los que ponía a actuar a hermanos, primos y miembros de la servidumbre. Sus tías eran muy alegres y a los once años, le enseñaron pasos de baile de salón de moda, que desde entonces empezó a dominar y en cuanto pudo, frecuentó los bailes con orquestas locales. Terminó su primaria en Monclova y a los trece años, se trasladó a Missouri (Estados Unidos), a continuar sus estudios en una escuela militar. Allá, Raúl iba a las fiestas del gimnasio de la academia y dominaba la pista con los ritmos de esa época, como el “swing acrobático”; además, fue invitado a reuniones sociales de negros, donde aprendió más técnicas. Su estancia de cuatro años en ese país, le sirvió de disciplina. Su padre quería que Raúl estudiara Zootecnia, para que administrase su rancho ganadero; sin embargo, esa no era su vocación. Desde niño, le gustaba dibujar; por eso, de la escuela militar, se fue a estudiar artes visuales a la universidad de Arizona; empero, más que la pintura y la escultura, le atrajeron las artesanías, en particular, tuvo facilidad para elaborar calaveras de alambre y papel de china de colores, habilidad que continuó cultivando toda su vida. Cuando vio Las Sílfides con el ballet ruso de Montecarlo, en Phoenix, se emocionó al máximo y despertó en su interior un gran amor por la danza clásica. De regreso a Monclova, trabajó en el rancho de su padre durante las vacaciones, y ahorró un poco dinero para comprar boleto de autobús a la Ciudad de México. Raúl se hospedó en casa de un tío un año, mientras estudiaba en San Carlos. Un día, el maestro de dibujo llevó a su grupo a la academia de danza, para hacer apuntes de los bailarines durante un ensayo; pero él se dedicó solo a observarlos. Al día siguiente, después de mucho reflexionar, Raúl decidió dedicarse a la danza. Hizo solicitud en la Academia de la Danza Mexicana y pronto fue admitido en el Ballet Nacional. Ana Mérida fue su primera maestra profesional y al mes, participó en una temporada en el teatro de Bellas Artes. En la Navidad de 1949, regresó a Monclova y su padre le pidió quedarse un año, lapso que trabajó en un rancho de ganado y candelilla. Pero su vocación volvió a llamarlo y en enero de 1951, otra vez, fue al Ballet Nacional. Ahí, su compromiso fue de tiempo completo y lo pusieron a ensayar el ballet Recuerdo a Zapata, de Guillermina Bravo, para presentarlo en Bellas Artes. Luego, escogió la danza moderna y más tarde, se convirtió en maestro de ese arte. La Ciudad de México lo cautivó y se internó a conocerla en sus barrios, cabarets, mercados, carpas y museos. Los lugares populares fueron el semillero para hacer su coreografía. Guillermina Bravo y Josefina Lavalle, directoras de la institución cultural, empezaron a encargarle escenografía y vestuario para los ballets a presentarse. Al grupo donde tomaba clases, llegó otra persona llamada Raúl Flores Guerrero y para distinguirlo de este, un compañero empezó a apodarlo “El Canelo”, sobrenombre que se extendió en su medio. Hasta Raquel Tibol al referirse a él en el periódico, lo llamó Raúl Flores Canelo y eso mismo hizo Guillermina Bravo en los programas artísticos. Magnolia Orozco ingresó al Ballet Nacional a fines de 1950 y desde que conoció a Raúl, quedó impresionada por su cortesía, su actitud humilde y su atractivo físico. El noviazgo inició en una gira por el Papaloapan; luego, vivieron tres años juntos y se casaron en 1955. Posteriormente, procrearon dos hijos. El Ballet Nacional hacía giras por el interior del País, que Raúl disfrutaba mucho, le gustaba andar en poblaciones que a él le parecían exóticas. Esa institución dancística, asistió al VI Festival de la Juventud Democrática en Moscú, en 1957; después, siguieron a China, Rumania, Italia, Francia y otros países. En 1958, hizo su primera coreografía y la llamó Pastorela, inspirada en lo que había visto en Monclova durante su infancia y los colores chillantes vistos en China, esa obra duró muchos años en el repertorio del ballet nacional. En 1964, estrenó otra creación, Luzbel, que un año después se incluyó en las programaciones de Bellas Artes. Esta tuvo mayor aceptación que la primera, ambas marcaron una nueva ruta en la danza mexicana. En el período 1965 y 1966, “El Canelo” recibió una beca de la Fundación Ford, para viajar a Estados Unidos y observar las manifestaciones del arte de Terpsícore en varias ciudades de ese País, sobre todo en Nueva York, los Ángeles, San Francisco y Salt Lake City. En 1966, Raúl terminó su beca en Nueva York, de donde trajo muchas ideas novedosas, dejó el ballet nacional y decidió fundar el Ballet Independiente, él era su director, coreógrafo, diseñador de vestuario y lo acompañaron ocho bailarines profesionales. Ese mismo año, logró participar con su compañía en la temporada anual de teatro del Palacio de Bellas Artes. El debut tuvo un resonado éxito. A pesar de los aplausos, elogios en los periódicos y primeras giras exitosas, las autoridades correspondientes no los apoyaron económicamente. Esto desanimó al grupo y varios lo abandonaron; pero, pronto fueron suplidos por otros bailarines y creció la compañía. En 1973, el director del theatre de la Ville de París los contrató por una temporada de dos semanas en la capital francesa y les consiguió funciones en otras ciudades de ese País y los recomendó en Holanda. Fueron muy ovacionados en su gira por Europa y al regresar a México, la televisión los recibió en el aeropuerto. Raúl fue citado en Los Pinos, para informarle que contaba con un subsidio y un local para el Ballet Independiente.

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