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Opinión

Trump, el cruzado

Agencia
Por Agencia - 06 noviembre, 2016 - 00:29 a.m.

El éxito de Donald Trump está centrado en eso que Zack Beauchamp llama “el disturbio de los blancos”, the white riot, y tiene que ver no solo con la economía, el empleo y la inseguridad. No es coincidencia que este crecimiento de la preferencia por el candidato republicano, así esté soportado de forma principal en los estados más conservadores del corazón estadounidense, tenga su origen en los ocho años de gestión de un jefe de la Casa Blanca… negro.

Blanca era negra, escribió el gran Jorge Ibargüengoitia en el capítulo diez de su espléndida novela Las muertas, y esa figura cercana al oxímoron puede hoy avistarse en la circunstancia que ha encendido las alertas del mundo, pues usufructuada por el magnate candidato, se ha convertido en una cruzada que desató la ira de gente frustrada susceptible al llamado del nacionalismo prometedor de devolverle lo que cree le ha sido arrebatado.

El impulso a la globalización hoy atribuido a Bill Clinton, pero echado a andar por su antecesor republicano George Bush padre, con sus tratados comerciales internacionales multiplicados desde los años noventa, hoy es el objetivo de la perorata de Trump, recogida por legiones de blancos que se tragan la idea de que los migrantes y los países socios de Washington se han quedado con sus empleos y su prosperidad.

No es un discurso nuevo ni exclusivo para los estadunidenses. Gran Bretaña ya padece su dosis de daño por nacionalismo con el brexit, que la separa de la Unión Europea, en un fallido cálculo de su entonces primer ministro, David Cameron, quien sometió a consulta la decisión amparado en la industria de las encuestas, hoy en su peor crisis a escala internacional por sus constantes yerros. Mientras continúa el debate sobre la metodología, los indecisos y otros factores, Europa ya sufre los efectos.

Francia no es ajeno al “disturbio de los blancos”, con el lento pero sostenido incremento de la presencia de los fieles a la extrema derecha encabezada por Marine Le Pen, más el regreso de otro nacionalista acaso menos radical, pero igual de renuente a los migrantes, cuando él desciende de una rama húngara­judía­griega: el expresidente Nicolas Sarkozy.

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