Un solo México sin laberintos y con solidaridad

El premio nobel de literatura, Octavio Paz, describe en su libro el laberinto de la soledad la la inherente esencia del adolescente que se asombra de ser. Algo que compara con el crecimiento que ocurre a los pueblos en trance, un parecido sublime, que se manifiesta como interrogación: ¿Qué somos y cómo realizaremos eso que somos?

Hoy México tiene un rostro joven.

La naturaleza, nos revela un mensaje claro, un exhorto a los millenials, con dos sismos, que amenazaron por destruirlo todo, por llevarse las calles de un pueblo y desaparecerlas, por secuestrar a su gente en el miedo, el llanto y la desesperación, pero sobre todo por darnos de vuelta un México unido y dinámico, que camina a paso firme y en donde ningún temblor tambalea las rodillas de quienes sostienen sus cimientos, de las manos que cargan con los restos y escombros del país que se fue y de los que se fueron en conjunto con el, pero que permanecerán siempre en nuestra memoria.

Nuestra historia se escribe justo en episodios como estos, donde el espíritu del ADN del mexicano brota en una composición de las más altas virtudes guerreras y políticas. Tal como lo dibuja Paz, un charro que no se amedrenta ante la desgracia, pues la resignación es una de nuestras capacidades más populares. Más que el brillo de la victoria nos conmueve la entereza de la adversidad, que se plasma en nuestros héroes ciudadanos, aquellos que protagonizan con su singularidad las redes sociales.

El joven mexicano demuestra una nueva conciencia, que hace a un lado a la clase inmóvil o cerrada y acelera a la activa, motivada por la civilidad y la organización.

Es cierto, que los sismos no se predicen, pero lo que sí podemos pronosticar, son los escenarios que a México le quedan, todos ellos distinguidos por una responsabilidad compartida, de crear y construir el país que queremos, en donde nuestras acciones hablen de la riqueza que nos define como sociedad mexicana.