El trágico accidente que cobró la vida de Antony Pérez conmueve a la comunidad de Monclova.
Por: Adriana Cruz
Antony Pérez tenía 7 años. Siete. A esa edad la vida debería ir llena de risas, mochilas ligeras y sueños pequeñitos que caben en cualquier bolsillo. Pero para su familia, la realidad era distinta: la falta de empleo en Monclova los había orillado a dejar su casa, sus calles y a los suyos, para empezar de nuevo en Ramos Arizpe.
Querían estabilidad. Querían futuro. Querían vida.
El sábado por la noche, la promesa de ese nuevo comienzo se rompió de la forma más brutal. Antony caminaba junto a su hermano mayor cuando, en un descuido propio de un niño pequeño, se soltó para cruzar la calle. No alcanzó a dar más de unos pasos.
Una camioneta Ford Lobo negra, sin placas, conducida a exceso de velocidad —según vecinos del sector El Mirador— lo arrolló con fuerza brutal. El impacto fue tan fuerte que nadie tuvo tiempo de reaccionar. El conductor no se detuvo. No frenó. No miró atrás. Huyó dejando a una familia devastada y a dos ciudades exigiendo justicia.
Este martes, Antony regresó a Monclova, pero no de la forma que su madre soñó cuando empacaron sus cosas semanas atrás. Volvió en un ataúd blanco, acompañado por una caravana silenciosa que lo esperaba con lágrimas, flores y una indignación que duele en el pecho.
En la iglesia Santiago Apóstol, familiares y amigos se aferraron unos a otros mientras despedían al pequeño. Su madre lo acarició por última vez rodeada por un llanto ahogado que no necesita palabras para entenderse.
A las afueras del templo, una camioneta llena de arreglos florales acompañaba el cortejo. Y entre todas las flores, sobresalía un peluche azul, delicadamente envuelto en celofán, con la frase: "Un ángel en el cielo". Parecía colocado ahí para abrazarlo, para decirle lo que ya no se le pudo decir en vida.
Más tarde, el pequeño fue llevado al panteón de Estancias, donde su familia lo sepultó en medio de un dolor profundo y una exigencia clara: que la muerte de Antony no quede impune.
Porque su familia dejó Monclova buscando vida. Y lo que encontraron fue una ausencia imposible de llenar.