La monclovense Wendy Degani narra su vivencia en el alto al fuego entre Israel e Irán
Por: Azeneth García
Monclova, Coah.— Tras semanas de tensión, bombardeos y noches en vela, el silencio que hoy se escucha en algunas ciudades israelíes suena a esperanza. Desde una pequeña localidad en ese país del Medio Oriente, Wendy Degani, originaria de Monclova, rompe ese silencio con palabras que revelan la profundidad del trauma y la fuerza de la resiliencia.
Degani, quien emigró a Israel por amor y ha compartido previamente su experiencia con La Voz de Monclova, volvió a alzar la voz en redes sociales para describir lo que ha significado vivir —literalmente— bajo fuego. Esta vez, lo hace desde un respiro que ha traído consigo el reciente alto al fuego entre Israel e Irán, un acuerdo frágil pero anhelado, que ha detenido temporalmente los ataques que desde abril sacudieron la región.
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"El alto al fuego es oficial. Al principio parecía que no, pero se logró establecer por ambas partes", escribió Degani en una publicación íntima, cargada de emociones contenidas. No es solo el fin de los misiles lo que transmite alivio, sino la oportunidad de volver a respirar con normalidad, sin sobresaltos.
Las semanas anteriores estuvieron marcadas por el pánico. Cada sirena anunciaba un posible impacto. Degani describe cómo debía correr al búnker junto a su hijo Daniel, intentando no mostrar el miedo que la invadía. "Transmitirle tranquilidad mientras por dentro sentía que me moría", resumió. Con ironía amarga, señala que debía actuar "tranquilamente", porque su hijo la veía como un héroe, una figura casi divina. No podía derrumbarse, aunque por dentro, lo hizo muchas veces.
Durante los días de mayor tensión entre Teherán y Jerusalén, cuando los drones y misiles cruzaban los cielos y los titulares en todo el mundo hablaban de una posible guerra total, Degani vivía una guerra personal: la del miedo, la ansiedad, la responsabilidad maternal. "Cada alarma me aceleraba el corazón, sentía las piernas frías. Me refugiaba en el búnker, abrazando a Daniel como si eso pudiera detener una bomba".
El testimonio de Wendy resuena en un contexto donde la política internacional parece avanzar en direcciones opuestas a la paz. Aunque tanto Israel como Irán aceptaron recientemente el cese de hostilidades, mediado por potencias como China y Catar, el daño humano ya está hecho: familias destruidas, ciudades heridas, niños traumatizados.
Y aunque en su ciudad ya se retomaron clases y trabajos, ella prefirió quedarse en casa con su hijo. "Necesitaba asimilar esta locura", confiesa. Le costó dormir, le costó seguir trabajando. Pero en medio del caos, hubo un faro: su hijo. "Él es quien me salvó a mí", escribió.
Wendy no duda en alzar la voz también contra quienes, desde las cúpulas de poder, perpetúan la violencia. Lamenta las víctimas de ambos lados y pide que la población civil —tanto en Israel como en Gaza— no sea más carne de cañón. "Que el pueblo de Gaza se libere de sus líderes que solo les han llevado desgracia", escribió, reconociendo que la guerra también les ha robado a ellos la paz.
Desde su rincón en Medio Oriente, la monclovense lanza un deseo que se escucha más como súplica que como consigna: "Por un mundo sin guerras". Lo acompaña con un emoji de oración y una bandera blanca. No es solo un gesto simbólico: es el resumen de una lucha interna, la de quien sobrevive a la guerra sin empuñar un arma, pero sosteniendo a su hijo con un amor que desafía la destrucción.
El caso de Wendy Degani recuerda que detrás de cada conflicto internacional hay vidas concretas, emociones humanas, corazones que laten con miedo ... y con esperanza.