Joven idealista que perdonó la vida del General Lázaro Cárdenas, hoy sepultado sin gloria en la historia de la revolución.
Por: Yolo Camotes
La Revolución Mexicana está llena de personajes heroicos que perdieron la vida por un país más justo y democrático, y que, a pesar de sus méritos, no son reconocidos.
Uno de estos héroes anónimos fue el General Rafael Buelna Tenorio, quien fue un militar mexicano que participó en la Revolución, siendo el más joven en conseguir el rango de General a la edad de 20 años.
El General Buelna fue uno de los más raros ejemplos de valentía, humanismo, audacia, honradez, espíritu patriótico de servicio, que nunca fue presa del poder que corrompe, ni de la ambición.
Le llamaban “El Granito de Oro”, debido a su tez blanca y cabello rubio. Nació en el seno de una familia intelectual en el municipio de Mocorito, Sinaloa.
De complexión delgada y baja estatura, era dado a la poesía en verso y en prosa, así como a la crítica social.
Fue expulsado del Colegio Civil de Rosales en el año de 1909 por participar en una demostración estudiantil en contra del candidato Porfiriano.
Desde muy pequeño mostró dotes de liderazgo y al estallar la Revolución se unió logrando a sus 20 años de edad, convertirse en una de las figuras juveniles más influyentes.
Luchó al lado de Álvaro Obregón, Carranza y de Pancho Villa. Un par de veces estuvo a punto de fusilar a Obregón ya que lo descubrió en actos de corrupción, pero le perdonó la vida.
Se separó de Venustiano Carranza al considerar que no hacía lo suficiente por ayudar a la gente del campo.
Durante mucho tiempo cabalgó con Pancho Villa, aunque terminó distanciándose de él porque decía que Villa era muy sanguinario y sólo buscaba el beneficio personal, aunque nunca dejó de ser su amigo hasta el final.
Durante mucho tiempo fue Jefe Supremo de las regiones de Sinaloa, Nayarit y Tepic, sin embargo, no dejó que el poder se le subiera a la cabeza.
No se le conocieron actos vandálicos, ni de rapiña, ni violaciones como era moneda común de otros jefes revolucionarios.
Después de la Revolución, Buelna trabajó como administrador de rastros y abarrotes. Fue enviado también como Jefe Militar de una comandancia en los Altos, pero sin absolutamente nadie bajo su mando.
Comenzó a dedicarse a su pasión de la juventud: el periodismo, así como los negocios comerciales, desairó la política a la que juraba que jamás volvería.
Un acontecimiento muy grande lo traería de nuevo a la batalla: A mediados de 1923 llegó hasta sus oídos la noticia de que Francisco Villa, su amigo, moría asesinado el 20 de julio en Hidalgo del Parral.
Buelna, conocedor de la política nacional, inmediatamente sospechó de Elías Calles y de Obregón, de los cuales sabía que intentarían reducir a sus adversarios políticos y militares.
Ya se habían desecho de Emiliano Zapata en la Hacienda de Chinameca, de Venustiano Carranza en Tlaxcaltongo y ahora de Pancho Villa en Hidalgo del Parral.
Buelna se puso a las órdenes del General Enrique Estrada, concediéndole el mando de los ejércitos de Sinaloa, Nayarit y Jalisco.
Se declaró partidario de Adolfo de la Huerta, y fueron éstas sus últimas acciones en vida que representan un mosaico de gestas brillantes y fugaces:
Tomó en un lapso de dos meses, cuatro estados, ocho comandancias militares y dos puertos; venció en siete batallas.
Desde Nayarit se dirigió a Sinaloa con su caballería donde derrotó a Juan Carrasco su antiguo enemigo de la Revolución.
En Mazatlán convocó a tropas sinaloenses y marchó hasta Jalisco, tomando los pueblos de La Barca, Ayotlán y Degollado.
El General Buelna era temido y respetado por todos los revolucionarios debido a su gran arrojo y valentía.
Quizá queriendo impresionar a Obregón, el General Lázaro Cárdenas le tendió una emboscada en Tultititlán, Jalisco, pero Buelna le destrozó todas sus fuerzas y lo hizo prisionero.
Cárdenas herido, pensó que sería fusilado conforme a la costumbre de aquellos tiempos, pero en lugar de esto, Buelna le perdonó la vida y lo llevó personalmente su casa donde se aseguró que fuera curado, dejándolo libre a él y a las fuerzas que había capturado.
Cuando Obregón se enteró de que el General Cárdenas había caído prisionero comentó: “Pero qué ocurrencia de Cárdenas, presentarle batalla al “Granito de Oro”.
Su última incursión militar, fue en la marcha de Acámbaro en Morelia, ésta fue hecha con todas las precauciones.
“Buelnita”, como le decían sus hombres, miró hacia el horizonte, trataba de descubrir las fuerzas del General Manuel M. Diéguez, y como no lo logró, ordenó el desembarque de 50 soldados de caballería de su escolta personal.
Organizó una pequeña columna y dispuso que continuara el desembarque del resto de la tropa, mientras al frente de su escolta, hacia personalmente un reconocimiento del terreno.
La mañana era espléndida, reinaba un enorme silencio, sobre la izquierda de la vía férrea destacaban las fresias de las torres de la Catedral de Morelia. Al frente del lugar de desembarco, se veía un caserío en paz.
“Buelnita” montó a caballo y abrió la marcha de sus 50 hombres, llevando a la derecha al Coronel Fonseca.
“Ahí debe estar el General Diéguez”, dijo Buelna a Fonseca, señalando con índice al caserío.
Buelna jamás comentaba las situaciones, las pensaba y la resolvía, sin embargo en aquella ocasión le hizo decir a Fonseca: “Que extraño que una plaza sitiada permanezca así, quizás ya entraría el General Diéguez”.
El caserío se encontraba ya a 100 metros de distancia de los rebeldes, la marcha era más lenta y Buelna parecía más tranquilo que nunca cuando de repente se escuchó una descarga cerrada de fusilería, luego otra, después la tercera, en seguida un grito de guerra: ¡Viva el supremo gobierno!
Tras el grito, el ‘traqueteo’ de las ametralladoras. El inesperado recibimiento con plomos, produjo entre los rebeldes gran confusión.
Los caballos espantados, corrían en todas direcciones, la mayoría de los jinetes habían caído desde las primeras descargas: Los unos heridos, los otros muertos.
Las ametralladoras los emboscaron desde el caserío y seguían arrojando miles de proyectiles, solo un hombre peleaba ya caído, se trataba del Coronel Fonseca que había alcanzado su caballo.
En el momento en que Fonseca regresó a la base llegó también el tren con el resto de refuerzos de la primera brigada.
Fonseca se dirigió a los refuerzos quienes no podía creer que el General Buelna hubiera caído.
Se dispusieron en formar un contingente de fuerzas de rescate, simulando un ataque, pero tan pronto fuese rebasado el lugar y recogido el cuerpo del General, se retirarían haciendo fuego por secciones.
Las fuerzas de rescate fueron tan rápidas, que se retiraron tan pronto como fue recogido ‘Buelnita’ en completo orden y sin sentir pérdidas.
Rafael ‘Buelnita’ estaba vivó aún, al sentirse en brazos de alguien, abrió un ojo e hizo esfuerzos por sonreír, fue conducido violentamente a uno de los carros del convoy de rescate y acostado sobre una mesa donde un médico le hizo un rápido reconocimiento.
Había recibido un balazo en el estómago y la bala le había quedado alojada en la espina dorsal, con la mitad del cuerpo paralizado, cubierto de lodo y de sangre, abría desmesuradamente un ojo.
Silenciosos le rodeaban el General Arnaiz, Fonseca y otros oficiales.
“¡Mi General!”, exclamó Arnaíz con afectuoso respeto. Buelna movió desesperadamente el ojo haciendo notorios esfuerzos para hablar.
“¿Desea usted disponer algo mi General? intervino el Coronel Fonseca.
Buelna cerró el ojo una y repetidas veces, luego hizo una mueca, pareció sonreír, trató de levantar el brazo inútilmente, estaba vencido, lo comprendió y quedó sereno.
El coronel Fonseca le desabotonó la camisa y tomando los papeles que encontraron en los bolsillos le preguntó: “¿Desea usted que se entreguen estos papeles a su esposa junto con los que tienen el maletín?” Buelnita hizo un nuevo esfuerzo por sonreír, era la señal de aprobación.
Durante varios minutos Buelnita permaneció inmóvil, sus oficiales de pie, esperaban el último suspiro de aquel hombre que los había llevado a tantas victorias y que horas antes les había ofrecido que ese mismo día por la noche cenarían en Morelia.
“¿Desea usted algo más mi General?” preguntó un oficial nervioso.
Con un supremo esfuerzo que reflejaba un dolor intenso, ‘Buelnita’ alcanzó a decir: “¡Que triunfemos!”.
Esas fueron las últimas palabras del General, mientras en sus labios se dibujaba una sonrisa, cerró el ojo poco a poco como resistiéndose a la muerte y expiró.
Cuatro días después, las fuerzas revueltas entraron a Morelia, tomando la ciudad.
Buelna murió a la edad de 33 años habiendo pasado antes por todos los ascensos de un militar, siendo activista político, escritor, periodista y comerciante.
Fue uno de los hombres más influyentes, el General más joven de la lucha armada de México Revolucionario, quien falleció peleando por sus ideales.
En 1930, siendo presidente el General Lázaro Cárdenas, dispuso que sus restos fueran trasladados de Morelia a Sinaloa, como un gesto de agradecimiento al hecho de que el General Buelna le perdonara la vida cuando le derrotó en Jalisco.
Al General Buelna no se le hizo reconocimiento nacional porque no le convenía la imagen de Álvaro Obregón.
Buelna quería que México tuviera un cambio social donde la ciudadanía no estuviera sometida a un régimen político, sino que tuviera oportunidades de trabajo y salir de la miseria.
Buelna no tuvo empacho de señalar los errores de quienes cometían las injusticias, quizá por eso jamás ha sido reconocido como uno de los revolucionarios más importantes del movimiento.
El General Buelna no buscaba el poder por el poder, sino que hubiera equidad, que todo el mundo tuviera lo necesario para vivir.
Hoy lamentablemente permanece enterrado en el cementerio del olvido de la Revolución…