La fe que guía a José Amarante Decena en Monclova

José Amarante Decena, un hombre que encontró en la fe la fuerza para seguir adelante tras perder la vista

Por: Carolina Salomón

Cuando uno piensa que la vida es difícil, basta con caminar por el centro de la ciudad y encontrarse con personas como José Amarante Decena, un hombre de 51 años que, pese a haberlo perdido todo —su hogar, su familia y la vista—, aún se levanta cada día para ganarse el pan con dignidad.

Hace ocho años, José perdió la capacidad de ver a causa de la diabetes tipo 1. La enfermedad, sumada a la falta de atención médica, le cobró una factura muy alta.

"La doctora me dijo que tenía que atenderme, pero no lo hice. La presión me subía hasta 400 o 500, y sin medicación se me dañaron las retinas", recuerda con voz serena.

La pérdida de la vista lo sumió en una profunda depresión. "Por dos meses no salí. Me sentía con la soga al cuello. Pensé en el suicidio, ya no le veía sentido a la vida porque decía: ya no voy a poder trabajar como antes", confiesa.

José llegó a Monclova desde el estado de Veracruz, buscando mejores oportunidades. "Había mucho movimiento aquí, había venta", cuenta.

Pero la vida le cambió drásticamente. Tras la muerte de su madre, su familia se desintegró. "Tengo hermanas y un hermano en Tijuana, pero cuando perdí la vista ya ni caso me hicieron", lamenta.

Sin embargo, cuando todo parecía perdido, apareció una luz en medio de su oscuridad. "Un ángel me tendió la mano y me llevó a un templo cristiano, ahí vivo ahora. Para mí es un milagro seguir con vida", dice con gratitud.

José nunca había pisado una iglesia. "Ni católica ni de ninguna religión, porque no creía en Dios. Hasta ahora que supe lo que es", confiesa con una sonrisa. Desde entonces, la fe se ha convertido en su refugio y su motivo para seguir adelante.

Cada mañana sale al centro a vender dulces. Lo hace con esfuerzo, apoyado en su bastón, bajo el sol o entre la gente apurada que pasa sin mirar. "Salgo para ganarme el pan cada día, para ganarme un peso. A veces no quieren comprar, pero me regalan una moneda y eso ya es una bendición", expresa.

Sabe que su condición limita sus oportunidades. "En la situación que estoy, ¿quién me da trabajo? En ninguna parte, porque te dicen que no vas a saber hacer las cosas", comenta resignado, pero sin perder la esperanza.

Aprendió a desplazarse con bastón gracias a la ayuda de una persona que le enseñó cómo moverse por la ciudad. Algunos lo juzgan sin saber. "Unos creen que juego con mi ceguera, pero no es así. Solo Dios sabe por qué perdí la vista", afirma.

A pesar de las dificultades, José ve la vida con gratitud. "Perdí la vista, pero tengo mis manos, mis pies... todavía puedo seguir adelante. La vida sigue", dice convencido.

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