Por: Mónica Meza
Lucero Guadalupe López Mijares fue una mujer fuerte que hoy en día será recordada, es un ejemplo para quien padece la enfermedad del cáncer, ella no perdió la batalla, enfrentó este proceso como lo hacen las guerreras, solo queda su lema, ese que tantas veces repitió a sus allegados, “Sonríe solo es cáncer”.
El optimismo fue la mejor medicina que tuvo para sostener una gran luchar contra el cáncer, no le temía a nada, lo hizo como una verdadera guerrera, luchó hasta el último momento por su familia, pero lamentablemente murió, su cuerpo fue velado en la funeraria Villarreal.
Cortó su cabello para donarlo antes de que se cayera.
Solo tenía 28 años de edad y una hermosa familia que le dio la fuerza necesaria para continuar de pie, la mañana del lunes la triste noticia de su muerte consternó a familiares, amigos y quienes apenas la conocían.
Su esposo Edgar Alejandro Reyna Ortiz llora la partida de una gran mujer, de su esposa a quien acompañó hasta el último momento y a quien siempre le recordó lo hermosa que era, demostrando su gran amor, apoyándola en esta terrible enfermedad.
El pasado mes de agosto Periódico La Voz dio a conocer la historia de Lucerito, ella estaba en la etapa 3, pero su mente era positiva y habló de dicha enfermedad.
En febrero sintió una bolita en su pecho izquierdo, fue con una ginecóloga, al principio pensaron que se trataba de mastitis porque estaba amamantando, estuvo en un tratamiento, pero el 4 de mayo le diagnosticaron cáncer de mama.
“No sé si decir que está a tiempo de ser tratado pero aquí estamos, ni siquiera tengo tiempo de ponerme triste o pensar en que moriré…”, señaló Lucero quien portaba un turbante en la cabeza, tenía una enorme sonrisa y unos ojos que reflejaban paz, tranquilidad y confianza.
Enfrentaba el cáncer de manera positiva por su familia.
Le retiraron el seno para frenar la enfermedad, después de esto inició la quimioterapia, fuerte siempre fuerte posteaba en sus redes sociales un poco de lo mucho que vivió.
Luego vinieron los estragos de la quimioterapia a la que describió como una montaña rusa, no comía, si bien le iba dormía, pasaba una semana y poco a poco empezaba a recuperarse.
“Me he acercado mucho más a Dios, es difícil pero tengo a mis hijas chiquitas”, comentó Lucero sin pensar en el futuro, simplemente viviendo el presente.
Toda su familia y decenas de amigos la apoyaron, ella comentó que de alguna manera alimentaron su alma de energía, de ganas de luchar cada vez más fuerte, siempre fuerte.
“No sé cómo le hago para estar tan fuerte, es por mis hijas, creo que si me pongo a pensar mucho en eso voy a irme para bajo”, comentó en aquella ocasión.
Que le hayan extirpado un seno no le afectó, tampoco verse en el espejo con un turbante en la cabeza, a pesar que durante toda su vida su cabello fue largo, ese que seguramente porta alguien que cruza por la misma enfermedad.
Sabía que iba a perder su cabello, que se le iba a ir cayendo poco a poco y que podía servir para elaborar una peluca para alguien más, así que decidió cortarlo y donarlo, lo que su esposo había hecho tiempo atrás.
Al principio se preguntaba ¿Porque le tocó a ella?, pero después, fue como instalarse un chip en la cabeza, un dispositivo que le permitía mantenerse positiva, así como se lo dijo una doctora, que el positivismo era indispensable para esta batalla contra el cáncer.
“En verdad no pienso mucho en lo que tengo, hay ratitos malos, que he llorado y me da un poco de miedo, pero han sido pocos, no quiero tener mi mente en eso, no pienso en negativo, no quiero pensar que dejaré a mis hijas solas”, comentó.
“La esperanza es la última que muere”, sonrió Lucero, al tiempo que su esposo Edgar Alejandro Reyna Ortiz contesta “Yo la sigo viendo igual de hermosa”, se acercó a ella y le dio un beso.