Una leyenda de desamor rodea la impresión de los billetes que se utilizaron en México en la época en la que Don Porfirio gobernaba el país; aquí el relato de Yolo.
Por: Yolo Camotes
Casi todos estamos familiarizados con los rostros que aparecen en los billetes; generalmente son héroes o heroínas de la patria.
Se supone que debe ser así, la realidad es que a veces por capricho o incluso por amor, se han inmortalizado los rostros de otros personajes.
Hoy quiero platicarles del caso de “Manuelita y el amor no correspondido”.
Corría el año de 1884, en pleno Porfiriato, comenzaron a circular los billetes emitidos por el banco de crédito más antiguo del país: El entonces recién creado Banco Nacional de México.
La calidad de los billetes era igual o incluso mejor que la de los mejores países del mundo, su impresión no sé hacía en territorio nacional, una empresa extranjera, la American Bank Company, fue la encargada de fabricar las placas de metal para los billetes mexicanos.
En los talleres de ese banco extranjero se imprimieron en los años por venir, todo el dinero de papel que tuvo validez en México, incluso hasta más de la mitad del siglo 20, específicamente hasta 1969.
El emblema de esos primeros billetes del porfiriato, resultó un misterio para el resto del país, pues no era el rostro de alguna figura patriótica política, era una dama pensativa y con la mirada perdida en el horizonte.
La gente comenzó a preguntarse quién podía ser, acaso sería la patria, no parecía posible, dado que no estaba embestida de algunas características que así lo señalaran.
Sin embargo, ella aparecía en todas las denominaciones de los billetes del banco, desde uno, dos, cinco, diez, veinte, cincuenta, cien, inclusive las más altas denominaciones de la época de quinientos y mil pesos.
La dama en cuestión trascendió tiempo después, era una joven de no más de 20 años de edad, nacida en la ciudad de Puebla, donde su familia presidía la sucursal del Banco Nacional de México.
Ella además poseía una multitud de predios urbanos y rurales que había comprado gracias a las ganancias de una casa de comercio en la capital Veracruz.
Su nombre era Manuela García Teruel, aunque la gente la llamaba doña “Manuelita”; la dama según cronistas de la época, era de mucha altura y posición en la alta sociedad mexicana, no era de gran belleza, ni guapezas notables, pero sí agraciada, de facciones finas, de mucho señorío, formal y honrada.
Sus facciones físicas eran de piel clara, el cabello recatado, la boca triste, de labios tiernos, su retrato, parecía estar fuera de lugar, pues su imagen delicada, contrastaba con el objeto donde fue plasmada: las notas de dinero.
Su aparición de los billetes, obedeció al parecer, a las relaciones que doña manuelita mantenía con el señor Antonio Mier y Celis, uno de los hombres más ricos del país y en ese entonces Presidente del Consejo de Administración del Banco de México.
Según los chismes y diretes de la época, don Antonio, enamorado, había solicitado con insistencia al retrato de doña “manuelita”.
Era una solicitud muy osada, casi descarada en el México del siglo 19, pues quien daba su retrato además de dar el alma, también otorgaba una parte de su cuerpo.
“Manuelita” no aceptó, pues no deseaba ser el objeto de la lujuria de Antonio Mier, pues este último además ya estaba casado.
Don Antonio entonces, como buen caballero y marido infiel, se quedó ardido y despechado por la negativa, así pensó en una acción épica y poética.
Moviendo todas sus influencias para conseguir a como diera lugar un retrato de ella, sobornó a varios sirvientes de la casa donde ella vivía para que le consiguieran una fotografía.
La consiguió, un retrato de óvalo de la mostraba vestida de blanco, con el cabello recogido sobre su cabeza. Ordenó después sin el permiso de Manuelita, realizar unas placas de metal a partir de ese retrato a la cual le mandó trazar sobre la frente, una diadema de plata coronada de nopales.
Antonio Mier y Celis, mandó imprimir en cada billete su firma, costumbre que por cierto ha quedado hasta nuestros días, para hacerlo parecer que, con su firma, corroborara de alguna forma que Manuelita le pertenecía.
Antonio Mier, algunos dicen que estaba perdidamente enamorado, otros que estaba completamente enojado con ella, pues todavía la amaba.
Le hizo saber que, ya que no podía obtener su retrato para llevarla a ella junto a su corazón, entonces la tendrían en sus manos y hasta la bolsa de sus pantalones, todos los habitantes de la República Mexicana.
En realidad, nadie supo decir si su gesto fue de amor o de venganza, unos dicen que lo movió el deseo de inmortalizar la imagen de su amada, otros el ánimo de humillarla simbólicamente al verla pasar por las manos de todos los hombres hasta terminar tan arrugada y desgastada como los cuerpos de las mujeres de la vida galante.
Manuelita, no pudo hacer nada, excepto públicamente expresar su beneplácito y sentirse honrada, aunque en privado se sentía expuesta y avergonzada.
Los billetes con el rostro de manuelita, circularon por años, hasta que llegó la Revolución que transformaría el país entero.
Manuelita fue entonces sustituida por trozos de cartón adornados, los llamados “bilimbiques” y los “infalsificables”, luego que todos los caudillos imprimieron su propio dinero, respaldado ya no por oro, sino por el plomo de las balas.
Los mexicanos y mexicanas en aquellos días, dejaron de creer en el papel moneda, quizás aquí se aplicaría con mucha razón el viejo adagio: “de qué sirve tener todo el dinero del mundo, en este caso de manera literal, si al final no tienes al amor de tu vida”.
Antonio de Mier y Celis fallecería 15 años después, en 1899, en París, Francia, mientras cumplía funciones de embajador.
Se dice que murió enamorado de Manuelita, en su billetera se encontraron algunas cartas y dinero francés, solo llevaba un billete mexicano, ya algo viejo y desgastado, donde aparecía, su Manuelita.
Pero esta, no sería la última vez que una dama desconocida por todos, excepto quizá por el amante o algún alto funcionario, adornaría los billetes nacionales, pero esa historia se las cuento mañana.