Por: Yolo Camotes
Todos conocemos las hazañas de Sherlock Holmes, el personaje creado en 1887 por Sir Arthur Conan Doyle.
El detective de ficción destacaba por usar su inteligencia, observación y excelente condición física para resolver los casos más difíciles.
Quiero decirte apreciable lector, que esta clase de figuras no pertenecieron sólo al mundo de la ciencia ficción, pues hubo en México un hombre que fue famoso por enfrentar a los más diversos criminales y farsantes.
Su nombre es: Valente Quintana, una de las mayores figuras policiacas de investigación en el México de los años 20 del siglo 20.
Fue un hombre tenaz que contaba con una gran variedad de recursos. Tenía una mente analítica que podía ver todas las evidencias que un delincuente deja en la escena del crimen.
Valente Quintana fue el modelo perfecto de la eficacia policiaca, era simplemente un auténtico “perro de caza”.
La ciudad de Matamoros, Tamaulipas lo vería nacer en el año de 1890. Durante sus primeros años de vida, tuvo una infancia normal, pero al acabar la primaria y debido a grandes necesidades económicas, su familia junto con él se vieron obligados a mudarse a Brownsville, Texas.
En ese lugar crecería y se desempeñaría en distintos empleos, pero su prodigioso talento detectivesco saldría a flote cuando fue acusado de haber robado dinero de la caja registradora del lugar donde trabajaba.
Su honor y su reputación estaba en juego, pero no se quedaría de brazos cruzados y buscó las pruebas de su inocencia y no sólo eso, dio con el auténtico ladrón.
A partir de ese momento, su destino estaría sellado.
Aunque solo había acabado la primaria, eso no impidió que por cuenta propia aprendiera una gran diversidad de cosas a través de la lectura.
Tiempo después, se enrolaría en la Detective Call of America, la escuela de detectives más importante, graduándose de ella y pasando a laborar para el Buró de Investigaciones, que fue predecesor del FBI.
Su inteligencia y dotes de “sabueso” lo hicieron el candidato perfecto para el puesto de comandante de grupo, pero para que fuera posible le fue requerido que renunciara a su nacionalidad mexicana.
El sueldo era excelente, el puesto de prestigio y más aún para un inmigrante, además ya había dejado su país hacía mucho tiempo, por lo que la tentación de renunciar a su patria fue grande.
Rechazó la oferta, pues dijo que se sentía orgulloso de ser mexicano y de sus padres, así que prefirió renunciar antes que rechazar a la patria que lo vio nacer.
Debido a esto, decidió volver a México en el año de 1917, cuando contaba con tan sólo 27 años de edad.
Solicitó empleo en la Inspección General de Policía de la Ciudad de México.
Al principio fue un sencillo policía de crucero, más tarde solicitaría su cambio a la Comisión de Seguridad que con los años posteriores se convertiría en el Servicio Secreto.
Es ahí donde pudo explotar de lleno todas sus habilidades. Cuatro años después de su ingreso a la Comisión de Seguridad, detuvo a los autores del atraco de un tren con dirección a la Texas, atraco que en su época fue muy mencionado pues ascendió a 100 mil pesos en barras de oro y plata.
Resolver el caso, le valió a Quintana ascender a la Jefatura de la Comisión de Seguridad de la Inspección General de Policía del Distrito Federal
Además, durante ese periodo, se tienen los primeros robos de automóviles en la Ciudad de México.
Una de las víctimas de esta clase de robos, contrató de manera particular a Quintana para que encontrara los culpables, lo cual logró.
Lo hizo dejando un automóvil nuevo en la vía pública a manera de “carnada”, sabiendo que los ladrones de autos irían por él.
Dejó una marca de pintura en las llantas del automóvil, la cual dejó un rastro que fue siguiendo hasta la corrida de los criminales para finalmente atraparlos.
En 1926, ya que había creado su bufete privado, el Bufete Nacional de Investigaciones y donde además no abusaba de los precios por sus servicios.
Su deseo era que la justicia fuese para todos y no tan solo para los más ricos.
En alguna ocasión recibió en su domicilio 87 periódicos del emporio del multimillonario William Branding First, el cual había publicado la biografía del detective mexicano en todas las primeras planas de sus periódicos.
Esto como agradecimiento tras los éxitos al atrapar a Clara Phillips, quien había asesinado a su amante a martillazos para luego huir a México.
Al enterarse de que Quintana estaba tras ella, decidió huir a Guatemala y luego Honduras, pero hasta allá llegó el brazo de Quintana, arrestando y repatriándola a los Estados Unidos.
Entre los casos de mayor magnitud que investigó, destaca el asesinato del presidente Álvaro Obregón en 1928.
Quintana fue amigo cercano del General Arnulfo R. Gómez, uno de los dos militares que habían aspirado disputar la Presidencia de la República a Álvaro Obregón y el cual ambicionaba reelegirse.
No obstante, fue llamado por el Centro Obregonista para solicitarle se hiciera cargo de las investigaciones sobre el atentado ocurrido a finales de 1927.
En aquel atentado, las autoridades actuaron rápidamente, capturaron y fusilaron a los presuntos responsables y de paso inculparon y llevaron al paredón al Jesuita, Miguel Agustín Pro.
Los obregonistas no estaban satisfechos, deseaban saber qué responsabilidades habían tenido cada uno de los fusilados y las razones por las cuales habían sido ejecutados con tanta prontitud.
Quintana se dio manos a la obra y pudo establecer la culpabilidad de todos a excepción del Padre Pro, según su investigación este último, era inocente. Además, según sus investigaciones, Álvaro Obregón aún estaba en peligro.
A la policía capitalina no le gustó para nada la investigación paralela, y mucho menos que Quintana advirtiera que Álvaro obregón corría peligro de ser asesinado.
Así que en venganza por haber puesto en evidencia la ineficiencia de la policía de la Ciudad, le prohibieron trabajar en territorio nacional y cuando Quintana se disponía a marcharse Sudamérica en el verano de 1928, Álvaro Obregón fue asesinado.
Se había capturado a un sospechoso: José de León Toral, entonces el detective no se marchó, el Presidente Elías Calles deseaba que se hiciera personalmente cargo de esta investigación.
Todos querían colgarse la medalla del éxito al resolver el caso, obregonistas y callistas ya habían usado sus avanzadas “técnicas” judiciales que siempre han caracterizado a la policía investigadora en todo el territorio nacional, como lo son golpes, torturas, vejaciones, pero Toral había permanecido en silencio ante la tortura física.
Quintana con mucho mayor inteligencia se disfrazó de preso y fue puesto en la misma celda de Toral.
En ese lugar permaneció con él, todo el día y toda la noche, dejando que la policía realizara sus avanzadas técnicas de investigación “gorilesca”.
Al día siguiente cuando todos se habían dado por vencidos, Quintana comenzó a trabajar ganándose la confianza de Toral y en lugar de emplear amenazas, se adentró en la manera de pensar de éste y su técnica funcionó.
Toral comenzó a hablar sin parar como si se tratara de una llave de agua abierta, relatando todo lo que ocurrió y además delatando quienes lo habían inspirado para cometer el asesinato.
Otro caso fue el homicidio del líder estudiantil Juan Antonio Mella en las calles de la capital, finalmente descubrió que el encargado de eliminarlo, había sido alguien ligado a la dictadura cubana.
Algunos otros casos más sonados fueron el robo al hogar de los descendientes del Marqués del Jaral del Berrio o el de los “Corta mechas” que era una banda de violadores que atacaba en Otatitlán, Veracruz.
Destaca también la captura de un banquero, culpable de un fraude por aproximadamente 300 mil dólares, unos 5 millones de dólares el día de hoy.
Este huyó de los Estados Unidos para esconderse en México, pero Quintana logró dar con él.
Aunque el banquero intentó sobornarlo, Quintana rechazó la oferta y lo envió de vuelta a los Estados Unidos.
Todo esto hizo crecer su fama en ambos lados de la frontera, tanto que la prensa le llamaba el “Sherlock Holmes Mexicano”.
Otros personajes más que asolaban con sus crímenes al país, cayeron bajo las esposas de Quintana, tales como “charrascas”, “el flaco”, “el gendarme” y muchos otros más.
Por supuesto, un personaje así no era del agrado de criminales poderosos y en 1925 fue acusado por un criminal llamado Víctor Castillo alias “el rajá pescuezos”.
El denunciante alegaba sus derechos humanos y decía que cuatro años antes Quintana había mandado matar a Teodoro Camarena, jefe de una banda de criminales que Quintana había capturado.
Quintana se dejó aprehender, pues confiaba que se haría justicia, y así fue, días después fue liberado.
Nuevamente se le encarceló varios días después, acusándolo de contrabando de “peligrosísimos” mil sombreros estilo panamá que habían ingresado a México sin pagar impuestos aduanales.
Por supuesto salió libre de todo cargo, de igual manera abrió su propia escuela detectives en donde enseñó las técnicas con las que demostró ser uno de los ciudadanos más ingeniosos que tuvo la nación.
A sus graduados, además del diploma, le regalaba una pipa y un sombrero estilo Sherlock Holmes.
Cuando se retiró de la vida pública y algún crimen se suscitaba, la gente solía decir: “Si Quintana estuviera al frente de la policía, sí a Quintana lo investigara, claro los ladrones seguirán haciendo de las suyas, sin Quintana”.
Al retirarse se dedicó además de su escuela de investigaciones a fabricar bebidas gaseosas en su casa donde había inventado un refresco de apio.
Quintana fue a veces polémico, pues se la acusaba de tener en la nómina oficial a una red de informantes que iban desde la gente de la calle, hasta las mujeres de la vida galante.
Su eficacia en sí, nunca estuvo en duda, Quintana fue el modelo perfecto de policía investigador.
Cuando se le preguntaba cómo era posible que pudiera resolver tantos casos, simplemente decía que era gracias a una gran tenacidad, pero en realidad se traducía a una gran genialidad.
Quintana lo mismo se batía en un duelo para salvar a un pulquero secuestrado, que se disfrazaba de leñador, de persona de la calle, o inclusive hasta de sexoservidor, con tal de llegar a la banda de asaltantes que buscaba.
Fue entre otras cosas el creador del primer cuerpo policial femenil del mundo, y creó un escuadrón selecto para vigilar el centro de la Ciudad de México.
Pocos días antes de su muerte en 1969, Quintana seguía resolviendo crímenes gracias a su inteligencia, observación, lógica, la ciencia, un poco de intuición y sobre todas las cosas…su deseo de hacer justicia.