Muy al estilo de Yolo, breve anecdotario de los primeros años del México Revolucionario y sus nuevos billetes.
Por: Yolo Camotes
Venustiano Carranza fue sin duda un gran líder revolucionario que supo navegar muy bien el tortuoso mar de la política nacional e internacional.
Tuvo grandes aciertos y también cometió sus errores, algunos “chuscos” como el que a continuación les voy a relatar.
Don Venustiano ardía en coraje y es que la prensa lo acusaba de permitir que sus hombres saquearan sin medida la capital de la república.
Ni su “rimbombante” título de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista era suficiente para evitar las severas críticas.
Sus principales generales comenzaban a incrementar sus fortunas a costa de lo ajeno y lo hacían con tal habilidad que pronto comenzó a circular un ingenioso verbo en la Ciudad de México denominado: “Carrancear”.
Este adjetivo era sinónimo de sustraer, robar y fue de tal impacto que aún hoy en día se sigue utilizado.
En septiembre de 1914, a los “constitucionalistas” ya se les decía merecidamente, “con sus uñas listas”, no era para menos: se habían bebido las cavas de los ricos, apoderado de sus casas, habían hecho astillas los muebles de las mansiones ocupadas y solían hacer enormes fogatas con las bibliotecas de los intelectuales porfiristas, entonces en el exilio.
En 1915, la economía del país enfrentaba una situación muy difícil, todos los sectores económicos habían sido afectados por la guerra y en particular la inflación se había incrementado y escaseaba el dinero circulante.
Para empeorar las cosas, las diversas facciones revolucionarias emitieron distintos billetes que produjeron un gran desorden financiero.
Entonces Carranza, con las “uñas más largas que nadie” y argumentando razones de estado, decidió retirar de la circulación la moneda vigente, todas las monedas de oro y la plata pura contante y sonante que circulaban en aquel entonces y que las hacía inmunes a la inflación, devaluaciones y cualquier capricho financiero del presidente en turno.
La sustituyó con billetes de papel, mal hechos, fácilmente falsificables y cuyo valor dependía del vencedor en el poder.
La impresión de papel sin valor, hoy por pedazos de plástico, es una costumbre económica que ha perdurado hasta nuestros días, donde por ejemplo al día de hoy el dólar cuesta ya casi 20 mil pesos; ¡Oh! perdonen ustedes, 20 pesos, había olvidado el acto de “maquillaje financiero” de quitarle tres ceros al peso en 1993, para ocultar la realidad macroeconómica del país.
Esto fue como maquillar el rostro de una dama no muy agraciada para hacerla parecer más bella.
Esto es en pocas palabras la inflación: aparentar tener mucho o ser mucho, cuando en realidad no es así.
Siguiendo con nuestra historia, el gobierno de Carranza ante la inquietud nacional por este decreto, dio su palabra de honor y garantía de que cada billete de a peso, tenía un valor de 20 centavos oro nacional, redimibles en el Banco de México.
Para mejor comprensión, es como cuando los candidatos de todos los colores firman ante notario público sus compromisos en caso de llegar al poder, porque su palabra por sí sola no vale.
Como el gobierno de Carranza no tenía reservas en metal precioso, pues ya se lo habían repartido entre los defensores del pueblo y la libertad, y tampoco se consiguieron préstamos extranjeros, el valor de los billetes de Carranza se desplomó.
Para noviembre de ese mismo año, era imposible emplearlo como moneda, en aquel entonces no existía otra forma de protesta pacífica y anónima más que la poesía.
Entonces, ante esta situación, vio la luz un pequeño verso que rápidamente alcanzó difusión nacional en boca del pueblo y que decía: “El águila carranclana es un animal muy cruel, se traga toda la plata y caga puro papel”.
El verso naturalmente llegó a oídos de Carranza, el cual encolerizado por la burla del pueblo y haciendo a un lado el derecho a la libertad de expresión que él mismo había firmado en la Carta Magna de 1917, muy al estilo revolucionario, ofreció una jugosa recompensa de mil pesos al que denunciará al anónimo poeta que se atrevió a criticarlo.
Todavía no había firmado oficialmente la orden cuando ya circulaba un nuevo verso en las esquinas de la capital del país que decía: “¿Recompensa…? ¿y eso con que se paga?, ¿con lo que el águila come o con lo que el águila caga?”.
Ante esto, a Carranza no le quedó más que… jalarse las barbas.