“Al que me insulta le pego, y al que me pega lo mato”

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“Al que me insulta le pego, y al que me pega lo mato”. La frase es atribuida a Salvador Díaz Mirón, el autor de “A Gloria”, gran poeta y gran matón. Nunca he podido explicarme cómo un hombre así, capaz de terribles violencias, escribió un poema de tan profunda unción religiosa como “El fantasma”. Aquella frase que cité del gran veracruzano habla de venganza, uno de los más inhumanos sentimientos, uno de los sentimientos más humanos. Rara será la persona que deje sin alguna respuesta el agravio que se le ha inferido. 

Desciendo al terreno de la política -mucho hay que descender- y expreso mi opinión en el sentido de que la visita que López Obrador le hizo a Biden le sirvió a éste de magnífica oportunidad para cobrarse las ofensas que el intemperante presidente mexicano le ha hecho, primero con su apoyo a Trump y luego con la impolítica tardanza con que reconoció la victoria electoral del demócrata y lo felicitó por ella, más su ausencia de la Cumbre de las Américas, etcétera. Se dirá que la venganza personal no es cosa propia de las relaciones internacionales, pero quienes las manejan son hombres, y nada de lo humano les es ajeno. De ahí el trato de segunda que López Obrador recibió en Washington.

 Le fueron negadas dos deferencias que se brindan incluso a los presidentes de las naciones más pequeñas: el hospedaje en la Casa Blair y el intercambio de mensajes en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca. Eso, a más de otros alfilerazos de menor cuantía pero igualmente significativos, no sólo fueron para AMLO: también fueron para México, que fue exhibido ante el mundo como país que no amerita recibir un trato atento ni siquiera por parte de su vecino y principal socio comercial. 

Nunca como en esta ocasión había yo sentido tanto nuestra calidad de “patio trasero” de los Estados Unidos. Marcelo Ebrard y Esteban Moctezuma deben ser objeto de un voto de censura por no haber cuidado la investidura del Presidente de México y por haber permitido que se le hiciera objeto de una serie de desaires que más expresivamente pueden ser descritos como humillaciones. Eso de que se le hospedara en un hotel no tiene nombre en términos de protocolo, así se trate de un hotel con elevador, agua caliente y servicio a cuartos

Por causa de los desplantes de AMLO, que aquí puede ser todo, pero allá no es nada, las relaciones entre México y Estados Unidos se han  enfriado. Es obvio que en ese enfriamiento nosotros llevamos todas las de perder. Si reducimos eso a cifras diremos que en el trato con la nación vecina López Obrador tiene 100 por ciento de lealtad a sus caducos dogmas y obsoleta ideología y cero por ciento de eficiencia. Conocemos muy bien a Afrodisio Pitongo. Es hombre proclive a la concupiscencia de la carne. En un antro conoció a una dama de mediana edad pero de notables atributos físicos que la hacían deseable. 

Le hizo la consabida pregunta: “¿Qué hace alguien como tú en un lugar como éste?”. Ella respondió que no acostumbraba visitar sitios así -era maestra del Colegio de la Reverberación, plantel para chicas de la alta sociedad-, pero no había podido negarse a acompañar a una amiga. Pitongo le ofreció un cigarro. “No fumo” -rechazó ella. Le ofreció una copa. “No bebo” -declinó nuevamente la maestra. El salaz galán decidió entonces jugarse el todo por el todo. Le propuso: “¿Vamos a mi departamento?”. Sin vacilar respondió la mujer: “Vamos”. Ahí sucedió de todo. Al final del trance Pitongo lo preguntó, extrañado: “¿Por qué no aceptaste un cigarro ni una copa, pero sí esto?”. Explicó la maestra: “Porque siempre les digo a mis alumnas que una chica no necesita fumar ni beber para pasar un buen rato”. 

FIN.

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