Ayer estuve con el Jesús en la boca y con el alma en un hilo

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Ayer estuve con el Jesús en la boca y con el alma en un hilo. Así se decía antes para describir el estado de ánimo llamado susidio -en México susirio-, equivalente a zozobra, desasosiego o inquietud. Y es que a la hora en que escribí estos renglones aún no se sabía nada acerca de los resultados de la elección, y el que no sabe es como el que no ve, según reza el proloquio popular. Seguramente mis cuatro lectores conocerán ya esos resultados, o al menos muchos de ellos, cuando pasen sus ojos por estas desmañadas líneas, escritas en la oscuridad del domingo, que hoy lunes se ha disipado ya. 

Una cosa sí puedo relatar. Cumplí a temprana hora mi deber y ejercí mi derecho de ir a votar. Por entrañable tradición voto siempre en la escuela que lleva el nombre de don José García Rodríguez, ilustre prócer saltillense, político, literato, educador, y por encima de todo hombre de bondad. Lo conocí en mi infancia, pues fue amigo y vecino de mi señor abuelo, el padre de mi padre. Al llegar al plantel me sorprendió ver que pese a lo temprano de la hora se había formado ya una larga fila de votantes, lo cual nunca había yo visto, pues antes llegaba directamente a la casilla sin ninguna espera. 

Eso me hizo pensar que la elección de ayer despertó en los ciudadanos un interés mayor que las otras en las que en años recientes nos ha tocado participar. En una u otra forma los electores sabían que se estaba decidiendo el futuro de México, y nadie quería ser ajeno a esa trascendente decisión. Luego de emitir mi voto -perfecta organización en la casilla; amable y eficiente atención de los funcionarios; ambiente ordenado y cordial- hice un recorrido por la ciudad, y sentí satisfacción y orgullo por mis conciudadanos al ver la forma en que participaron en la importantísima jornada. Saltillo ha tenido siempre justa fama de ciudad de cultura, pero sus pobladores son también ejemplo de civismo, y ayer lo demostraron con su presencia en las urnas y su comportamiento en la ocasión. Alguna vez un cierto compañero mío de universidad, norteamericano él, se jactó de que en su país se sabía la misma noche de la elección quien sería el nuevo Presidente. 

Yo le dije que eso no era nada: en México lo sabíamos meses antes de la elección, tan pronto se conocía el nombre del famoso “tapado” del PRI, destapado cuando el Presidente en turno daba la orden. Las cosas han cambiado, por fortuna, y ahora no sabemos el resultado de las elecciones sino hasta que lo da a conocer oficialmente el organismo electoral. Desde luego hay impugnaciones -también eso es parte de la democracia-, y de seguro en esta ocasión las habrá, pues López Obrador es perito experto en pugnas y en impugnaciones, pero a final de cuentas todo se resolverá conforme a lo que determinen las leyes y resuelvan las instituciones, pues la osadía de AMLO no llega aún al extremos de pretender torcer por la fuerza la voluntad de los ciudadanos según se manifestó en las urnas. Cayendo y levantando, a gritos y sombrerazos, como se dice en lengua coloquial, hemos ido perfeccionando nuestra democracia

Confiamos en que ni siquiera el absolutismo presidencial se atreverá a vulnerar ese valor, el del ejercicio democrático, tan trabajosamente conseguido y al cual los ciudadanos no renunciarían sin oponer vigorosa resistencia. Tampoco nadie podrá ir contra las instituciones que mantienen y salvaguardan ese ejercicio. En el orden y la paz, con respeto a la ley y a las instituciones, buscando consagrar los valores de la libertad, la democracia y la justicia, México seguirá avanzando con nuestra participación. Ayer no decidió nada más López Obrador. Votamos los ciudadanos. Votó México.

 FIN.  

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