”Me inspira usted un rencor infinito, una enorme inquina, un odio feroz”

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”Me inspira usted un rencor infinito, una enorme inquina, un odio feroz”. Esas ominosas palabras le espetó un tipo a otro en el conocido Bar Ahúnda. “¿Por qué?” -se sorprendió el otro. Explicó el primero: “Supe que iba a huir de la ciudad llevándose a mi esposa”. El inculpado se defendió: “Pero no lo hice”.  

Remató el individuo mascando las palabras: “Por eso me inspira usted un rencor infinito, una enorme inquina, un odio feroz”. Dulcibel les contó a sus amigas: “Mi novio es experto en autogestión”. Preguntó una: “¿Qué es eso?”. Explicó Dulcibel: “Siempre quiere hacerlo en el auto”. (Nota. Esperemos que al menos no sea compacto. 

El auto, digo, no el novio). Me van a perdonar bastante, como dice la gente del Potrero, pero a mí eso de crear una nueva clase media me huele a fascismo. No entiendo mucho de clases -a muchas no asistí- pero pienso que en la formación de los estamentos sociales intervienen numerosos factores de todo orden, y no pueden ser resultado únicamente de la acción de un gobierno o un partido, y menos todavía de la voluntad de un solo hombre. 

El anuncio hecho por López Obrador conlleva además un ingrediente de adoctrinamiento propio de regímenes fascistas. En el totalitarismo se busca que la ideología de los gobernados sea la misma que la del supremo gobernante. Eso se vio lo mismo en la Alemania de Hitler que en la Italia de Mussolini, en la España de Franco, en la China de Mao o en la Cuba de Castro, dicho sea, obviamente, sin ningún ánimo comparativo. (Cuando a dos se les compara, uno de los dos repara). 

Lo cierto es que en México el número de pobres va creciendo, en tanto que la clase media se ve hostilizada por un presidente que considera indebido, y aun inmoral, que la gente aspire a ser más y a tener más para vivir mejor. 

El discurso de AMLO no es el de un estadista: es el de un predicador que truena contra la riqueza, así sea bien adquirida, como si generar riqueza fuera pecado grave en vez de ser base para el bienestar general. 

En los países donde la riqueza es vista con ojos de sospecha, sobre todo por motivos religiosos, se observa un atraso que no se mira en las naciones donde -paradójicamente también por motivos religiosos- la riqueza es considerada un premio que da Dios a los que trabajan con tesón, honradez e inteligencia. La pobreza, diga lo que diga cualquier prédica, no es un mérito ni una bendición. 

Es más bien una desgracia de la cual derivan sufrimiento y penas. La riqueza genera siempre más riqueza, mientras que la pobreza origina más pobres

López Obrador debería incitar a la clase popular a subir a la clase media, y exhortar a cada miembro de la clase media a convertirse en fifí. Sus sermones, en cambio, van en la dirección contraria. Tal se diría que el caudillo de la 4T quiere que aumente el número de pobres. Ciertamente el dinero no compra la felicidad. (“Sobre todo si es poco” -añadía el inolvidable Chaparro Tijerina). Pero es falso que sea menester ser pobre para ser feliz. “Trabajo y ahorro”. 

En ese sencillo lema se basó la prosperidad de Monterrey y de su gente. En eso se deberían fincar las homilías de López Obrador, y no en la condena de las legítimas aspiraciones de la gente por alcanzar un mejor nivel de vida

Aquel paterfamilias tenía ya siete hijas, y ni un solo hijo varón. En el octavo parto su esposa dio a luz un varoncito. El señor llamó por teléfono a su papá a fin de darle la noticia. Le preguntó el abuelo del bebé: “¿A quién se parece el niño?”. 

Respondió el padre: “De la cintura para arriba no sé, porque no le he visto esa parte. Pero de la cintura para abajo se parece a ti y a mí”. 

FIN.

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