”Te lo pido por favor. Estoy muy caliente”

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”Te lo pido por favor. Estoy muy caliente”. Esas palabras le dijo el marido a su mujer para apoyar la petición que antes le había hecho. “¿Qué no te puedes aguantar? -contestó ella-. Es la una de la mañana y me siento muy cansada. Déjame dormir”.

 “Te lo suplico -repitió él su rogativa-. Estoy demasiado caliente. Me la he pasado dando vueltas en la cama”. “Si tan caliente estás -adujo ella- ¿por qué no resuelves tu problema por ti mismo en vez de molestarme a mí?”. “No estoy ya en edad de hacerlo -replicó él-. Anda, hazme el favor y te juro que no volveré a despertarte para pedirte eso”. 

“Está bien -masculló ella de mala gana-. Pero será con la luz apagada, porque si la encendemos no podré volver a conciliar el sueño. ¿Está bien así o abro más?... Bueno. Y la próxima vez que por el calor quieras dormir con la ventana abierta, ábrela tú mismo antes de irte a acostar”. 

Muchas cosas he sido en esta vida. Actor, torero, locutor, reportero de periódicos, historiador, conferencista, traductor, director de orquestas sinfónicas, cronista, líder de masas, consejero electoral, empresario radiofónico, abogado, notario público, escritor de libros, editorialista. Aprendiz de todo y oficial de nada. Alguna vez -mea culpa- vendí biblias en los pueblos del Valle de Texas a fin de allegarme dólares para lograr mi sueño de ir a Nueva York

Casi de todo he hecho, y he deshecho también de casi todo. Un querido amigo justifica mis versatilidades: “Nunca le has dicho ‘no’ a la vida”. El oficio que más me enorgullece, sin embargo, es el de maestro. He dado clases lo mismo a niños de primero de secundaria que a señores en opción de doctorado. 

Esto no lo digo por jactancia sino para manifestar que cuando estoy en una universidad, y entre educadores, me siento como en mi casa y entre amigos. Esto me sucedió en días pasados cuando el maestro José Ramón Cubillas.

Romero, magnífico rector de la Universidad la Salle en mi ciudad, Saltillo, me invitó a conversar con los rectores -me alegró mucho ver entre ellos a una rectora- del sistema universitario lasallista del país. 

Me impresionó ver en ellos a un grupo de educadores  que preparan a sus estudiantes para la vida con las más modernas herramientas de la enseñanza y al mismo tiempo con un sólido sentido de valores, lo que hará de ellos no solo buenos profesionistas, sino también hombres y mujeres buenos, íntegros y capacitados para aportar lo mejor de sí mismos al bien de su familia y de su comunidad

Conozco el espíritu de La Salle. Cada domingo me reúno con mis compañeros de hace más de 75 años en el Ignacio Zaragoza, colegio invicto y triunfante, como dice su bello himno. Todos mis hijos y varios de mis nietos son igualmente lasallistas. 

Estoy agradecido con los maestros y maestras del CIZ y de la ULSA por  haberlos educado con una sólida formación y por haberlos dotado de una espiritualidad sin fanatismos, fincada en el amor a sus semejantes y en la vocación del bien. Hago un reconocimiento a la Universidad La Salle por la trascendente labor que lleva a cabo en cada uno de sus campus, repartidos por toda la República, universidades que no buscan lucro sino calidad educativa de excelencia y formación de sus estudiantes en los valores del ser y del saber. 

“Extraño mucho a mi difunto esposo -decía muy apesadumbrada la reciente viuda-. Con tal de que volviera conmigo  daría gustosamente la mitad de su seguro de vida”. El erudito historiador hablaba de una famosa guerra. “Fue en esa ocasión -relató- cuando al general Kooleroski le dieron un balazo en los Dardaneolos”. La madura señorita Himenia se inclinó sobre su vecina de asiento y le dijo en voz baja: “No sabía que también se llaman así”. 

FIN.

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