Por: Óscar Rodríguez
Amables lectores, tengan ustedes un buen día.
El pasado día 24 de julio falleció la señora Diana Kennedy, divulgadora de la cocina mexicana.
La señora Kennedy nació en Inglaterra en 1923. Después de finalizada la Segunda Guerra Mundial emigró a Canadá y en 1957 conoció a quien luego sería su marido, Paul Kennedy quien trabajaba como corresponsal del periódico The New York Times en México, Centroamérica y el Caribe.
Poco después de haber enviudado en 1967 comenzó a impartir clases de cocina mexicana en su departamento neoyorquino enfocándose en la aplicación de técnicas y la utilización de ingredientes tradicionales, por ejemplo la elaboración de la masa de maíz a partir de granos remojados con cal desde una noche anterior para luego quitarle la piel y molerlo con manteca de cerdo en lugar del uso de maíz premolido o harina de maíz.
Durante esa época, las escuelas de cocina crecieron en popularidad y la señora Kennedy se dedicó a escribir un libro acerca del tema culinario. Como resultado de su trabajo surgió “Las cocinas de México”, publicado en 1972. La publicación fue un éxito de ventas y comenzó a cambiar la perspectiva que el público estadounidense en general tenía acerca de la comida mexicana.
Y aunque en total alcanzó a escribir ocho libros de cocina mexicana, nunca se consideró a sí misma una escritora sino más bien una investigadora que viajó incansablemente por toda la extensión geográfica de nuestro país para entrevistarse con todo tipo de cocineros, especialmente los habitantes de zonas rurales.
En algún momento se refirió de esta manera a su labor: “Por lo que puedo ver, escribo la historia oral que está desapareciendo con el cambio climático, la agroindustria y la pérdida de tierras de cultivo. En el pasado la gente tenía un sentido del gusto y el sentido de dónde provenían. Ellos eran conscientes de lo que estaban comiendo y lo que consumían y por qué no desperdiciarlo.”
Además de viajar por todo nuestro país, viajó al extranjero (principalmente a los Estados Unidos) en donde protagonizó una serie de capítulos para “The Learning Channel” sobre el tema de la cocina mexicana.
Recibió numerosos reconocimientos incluido el de la Orden del Águila Azteca, que es la más alta distinción que se le otorga a los extranjeros en nuestro país por servicios prominentes prestados a la Nación Mexicana o a la humanidad el cual recibió en 1981. En 2002 fue nombrada Miembro de la Orden del Imperio Británico por la promoción de las relaciones culturales entre el gobierno de aquel país y México.
Enamorada de nuestro país, adquirió la nacionalidad mexicana y se estableció en Zitácuaro, lugar en donde construyó la Quinta Diana que es una construcción ecológica de adobe en donde cultivaba una gran cantidad de ingredientes que luego utilizaba en la preparación de diversos platillos.
Y como muchas veces sucede, tuvo que ser una persona extranjera quien se dedicó a promover en el mundo entero una de las muchas riquezas con las que nuestro país cuenta. Creo que ese es el único punto sobre el que me hubiera gustado hacer una modificación en esta historia. Hubiera preferido que la señora Kennedy hubiese sido originaria de Guanajuato, Oaxaca o cualquier otro estado de nuestra república. Pero si no fue así, ni modo.
Sin ser un conocedor en temas de comida siempre he pensado que he sido muy afortunado al nacer en México. En algún lado leí que la cocina china es la más variada del mundo. Puede ser, después de todo su territorio y su población superan por mucho a las cifras mexicanas. Sin embargo hay un atributo en el que creo que la cocina china no supera a la mexicana: el sabor.
Claro que mi opinión en este caso está completamente sesgada. Siempre he vivido en México y la inmensa mayoría de las veces he ingerido comida mexicana. Suertudo que es uno. Esto me hizo recordar un par de historias.
Alguna vez me tocó leer de un experimento que hicieron en un laboratorio con un grupo de ratoncitos que estaban siendo amamantados por sus progenitoras. A las mamás les untaban una esencia aromática de modo que las crías estaban expuestas directamente a ese olor durante su alimentación. Cuando se convirtieron en adultos, los machos eran puestos en presencia de un par de hembras: una de ellas impregnada con el aroma que había tenido la madre del macho. Con una aplastante proporción los machos preferían a las hembras cuya fragancia era la misma que a la que habían estado expuestos durante su crianza.
Otro caso. Al mostrarles fotografías de mujeres blancas desnudas que eran consideradas “ideales de belleza norteamericana” a un grupo de hombres jóvenes de una tribu de Nueva Guinea, éstos manifestaron que no les parecían atractivas. Al estar acostumbrados a ver sin ropa a las mujeres de su tribu todo el tiempo ese factor resultó intrascendente. Además, se habían criado considerando atractivos entre otros atributos el cabello ensortijado, los pómulos salientes, los labios gruesos, la piel oscura y un poco de sobrepeso.
Entonces, de acuerdo a estos ejemplos podemos concluir que lo que nos gusta parece depender de la manera en la que hemos (o nos han) “moldeado” nuestras preferencias. Me gusta la comida mexicana principalmente porque he tenido la suerte de saborearla toda la vida. Otras personas menos afortunadas tendrán que imaginarla o leer la obra de Diana Kennedy.
Me quedan algunas otras cosas que quisiera comentarles, pero eso será la próxima vez.
Que tengan ustedes una excelente semana.