Por: Óscar Rodríguez
Amables lectores, tengan ustedes un buen día.
Una de las aportaciones más valiosas de la civilización es sin duda la repartición de las actividades. A mediados de la década de los 60s del siglo pasado el antropólogo canadiense Richard B. Lee llevó a cabo investigaciones en grupos humanos que habitan uno de los ecosistemas más inhóspitos del mundo.
Se trata de los bosquimanos (del afrikáans boschjesman, “hombre del bosque”), que es como se denomina a varios pueblos (san, basarawa, sho y !kung, así con el signo de admiración al inicio y al revés) que en el tiempo de la investigación eran en su mayoría cazadores-recolectores habitantes de regiones pertenecientes a Botswana, Angola, Namibia y Sudáfrica, es decir el desierto de Kalahari.
Lee estableció un “índice del esfuerzo de subsistencia” con la fórmula S = W / C, en donde W se refiere al número de días de trabajo/hombre y la C es el número de días de consumo/hombre. En el caso de los grupos analizados obtuvo que la “S” oscilaba entre 0.11 y 0.31 es decir que la semana laboral variaba entre 1.2 y 3.2 días de trabajo por adulto. Nada mal si lo comparamos con la norma de la semana laboral en los países industrializados que es del orden de 5 a 5.5 días.
Como los bosquimanos no acumulan excedentes ni fabrican máquinas ni herramientas sofisticadas tienen una gran cantidad de tiempo que pueden dedicar a cualquier otra actividad… o de plano al ocio.
En situaciones de más desarrollo tecnológico como los Estados Unidos, además de la suerte de contar con tierras fértiles y clima favorable que les han permitido que el porcentaje de población dedicado a la producción de alimentos sea bastante pequeño, y vamos que este país es el mayor exportador de alimentos del mundo. Y como tampoco quieren que su producción industrial les ocasione contaminación, prefieren importar una serie de productos industriales manteniendo así mayor limpieza en su territorio. Y aquí es donde la participación de otras actividades se incrementa, entre ellas el entretenimiento.
Esto no es nuevo, pero la ciencia y la tecnología han puesto a disposición del público una serie de inventos que permiten la distracción en una gran variedad de maneras. Con la invención de la escritura surgió la literatura. En los lugares en los que la escritura utilizada es fonética se pudo guardar la versión original de las palabras del autor, no así en el caso de los ideogramas en los que no hay una manera única de efectuar una lectura. Me ha tocado leer en castellano poesía de origen náhuatl, me imagino que pasó por tradición oral hasta que alguien se ocupó de escribirla en castellano con lo cual se pudo evitar su pérdida.
Ya con la literatura establecida se derivó el teatro. Desde la Grecia antigua surgieron los primeros autores famosos como Esquilo (famoso además porque su increíble muerte, provocada por la caída de una tortuga sobre su cabeza le fue pronosticada por un oráculo), Sófocles, Eurípides y Aristófanes entre otros.
Como resultado del éxito del teatro en las antiguas Grecia y Roma, en las ciudades importantes se construyeron instalaciones especiales para las representaciones teatrales. Uno de los escenarios más importantes y conocidos es el Coliseo romano el cual era conocido anteriormente como el Anfiteatro Flavio, pero debido a que cerca de él se encontraba una gigantesca estatua de Nerón (Coloso de Nerón) pasó a ser conocido como el Colosseo (Coliseo en nuestro idioma) alrededor del siglo VIII.
En este lugar se llevaban a cabo peleas de gladiadores, representaciones de batallas navales, enfrentamientos entre hombres y animales salvajes y ejecuciones de delincuentes. Eran los principales productos del entretenimiento de esa época.
Algunas de estas costumbres cambiaron pero lo que se mantuvo fue el teatro al que se le fue integrando la música en la época barroca. Ya para el período clásico de las artes (siglo XVIII) en Europa surgió un buen número de compositores de óperas. Para el siglo XIX se gestaron los deportes que cien años después se convertirían en una importante fuente de entretenimiento: el beisbol, el fútbol americano, el soccer y finalmente el básquetbol.
Y llegó el siglo XX. Y nacieron el cine y la radio, y unos años después la televisión (por cierto que nunca puedo evitar el recordar lo que el periodista británico C. P. Scott dijo peyorativamente: “¿Televisión? La palabra es mitad griega y mitad latina. Nada bueno puede salir de ello”), y es que la palabra “telescopio” ya estaba ocupada.
Pasaron las décadas y en la última quinta parte del siglo nacieron y crecieron los clubes de video, que en un principio manejaban las películas en formato de cassettes de cintas magnéticas y finalmente evolucionaron a discos compactos, pero que desaparecieron a medida que salieron al mercado alternativas más cómodas para el usuario: la renta de material audiovisual apoyado en internet. El llamado “streaming”.
Y qué bueno que todos estos avances han estado disponibles en estos tiempos de contingencia por la pandemia que todavía estamos atravesando, porque de otra manera creo que muchos de nosotros hubiéramos pasado muchas de nuestras horas más aburridos.
No deja de ser irónico que el no tener la necesidad de cultivar, cazar o pescar nuestros propios alimentos día a día nos puede provocar un exceso de tiempo disponible que arrastra una sensación de aburrimiento. Menos mal que la vida actual nos ofrece un amplio abanico de opciones de entretenimiento.
Me quedan algunas otras cosas que quisiera comentarles, pero eso será la próxima vez.
Que tengan ustedes una excelente semana.