Por: Óscar Rodríguez
Amables lectores, tengan ustedes un buen día.
Hace unos días ocurrió el solsticio de verano. La palabra “solsticio” proviene del vocablo latino “solstitium” que a su vez se deriva de las palabras “sol” y “statum”, sol quieto. Esto último es debido a que por algunos días los puntos por los que sale y se pone el sol parecen no cambiar (a diferencia de la mayor parte de los demás días del año en los que el astro rey parece desplazarse ya sea hacia el norte o al sur dependiendo de la época del año).
La característica principal de los dos días de solsticio que hay en el año es que son las dos fechas en las que los rayos del sol inciden de manera vertical sobre la parte más al norte (durante el mes de junio) o más al sur (en diciembre) del globo terráqueo. Cuando la luz del astro rey cae verticalmente sobre el ecuador de la Tierra ocurren los llamados equinoccios (“aequinoctium”: “aequus”, igual y “nox”, “noctis”, noche) que es cuando las partes diurna y nocturna del día tienen la misma duración.
Supongamos que tenemos un terreno plano, digamos que con unas dimensiones parecidas a las de una cancha de básquetbol y que en el centro de dicho lugar colocamos un poste completamente vertical y procedemos a marcar todos los días y con cierta frecuencia (digamos una vez cada hora) el punto final de la sombra del poste. Durante los dos días del equinoccio (en marzo y en septiembre) los puntos marcados por el final de la sombra parecerán una línea recta en dirección este-oeste. En cambio, durante los días de los solsticios, los puntos de la sombra de la punta del poste marcarán unas curvas parabólicas con el foco hacia el sur en el caso del solsticio de junio o hacia el norte cuando ocurra el solsticio de diciembre.
Si la imaginaria cancha del ejemplo anterior se encontrara ubicada a una latitud menor a los 23 grados con 27 minutos (en cualquiera de los dos hemisferios) tendremos la seguridad de que en algún momento del año el sol “pasará” justo por encima de ella y el poste no producirá ninguna sombra. En cambio en lugares con una latitud mayor a la mencionada tenemos la seguridad de que siempre habrá al menos una pequeña sombra. La menor sombra ocurrirá al mediodía del solsticio de verano en cada hemisferio y la sombra de mayor longitud se producirá durante el solsticio de invierno.
Como los solsticios suceden en una fecha bastante cercana a cuando el sol “tradicionalmente” entra a ciertas constelaciones del llamado zodíaco (que etimológicamente es algo así como la “rueda de los animales”) al lugar en el que los rayos del sol caen verticalmente durante el solsticio del verano respectivo en cada hemisferio se les llama “trópico de Cáncer” al del norte y “trópico de Capricornio” al del sur.
Hace ya casi dos mil trescientos años, en 276 a.C. nació el astrónomo, matemático y geógrafo griego Eratóstenes de Cirene. Cuando contaba con unos cuarenta años de edad fue llamado por Ptolomeo III para que se encargara de la biblioteca de Alejandría, puesto que ocupó por el resto de sus días.
Un día, mientras revisaba algunos papiros de la biblioteca se encontró con la descripción de un evento bastante curioso: en la ciudad de Siena (cercana a la actual ciudad de Asuán, en Egipto) durante el día del solsticio de verano las columnas verticales no proyectaban sombra y la luz del sol podía iluminar el fondo de los pozos de agua. Debido a que Alejandría se encuentra al norte del trópico de Cáncer las columnas siempre proyectan al menos una pequeña sombra de acuerdo a lo explicado líneas arriba.
Eratóstenes consiguió el dato de la distancia que había entre Siena y Alejandría y además midió el ángulo de la sombra proyectada por una columna ubicada en Alejandría al mediodía del solsticio de verano. Con esa información fue capaz de calcular el tamaño de nuestro planeta con un error bastante pequeño si se considera lo rudimentario de sus instrumentos de medición.
Y con lo sorprendente que pueda resultar que este cálculo se llevó a cabo hace casi veintitrés siglos, hay otro hecho que es también extraordinario y fue llevado a cabo más o menos por la misma época pero en este caso el protagonista fue Aristarco de Samos, quien nació unos treinta y cuatro años antes que Eratóstenes.
Aristarco dedujo a partir de las observaciones de eclipses lunares, que el sol era mucho más grande que la Tierra y que la luna. Estableció que en los momentos en los que la luna se encuentra en las fases de cuarto creciente y cuarto menguante el sol, la Tierra y la luna forman un triángulo rectángulo (lo cual es correcto) y sobre esa base calculó que el sol se encontraba a una distancia casi veinte veces más lejos que la luna. Este error se debió nuevamente a lo primitivo de los instrumentos de medición. En realidad el sol se encuentra casi trescientos noventa veces más lejos que la luna.
Al calcular el tamaño del sol le pareció imposible que éste girara alrededor de la Tierra, por lo que propuso la teoría heliocéntrica, es decir se adelantó casi dieciocho siglos con esta hipótesis. Nada mal.
Me quedan algunas otras cosas que quisiera comentarles, pero eso será la próxima vez.
Que tengan ustedes una excelente semana.