Por: Óscar Rodríguez
Amables lectores, tengan ustedes un buen día.
La semana pasada se publicó en redes sociales que el Registro Civil había elaborado una lista de nombres con los cuales no permitiría el registro de los futuros ciudadanos. La noticia fue desmentida poco después pero se mencionaba que dicha institución aprovechaba la ocasión para hacer un llamado a los padres de familia para evitar que sus hijos sean registrados con nombres “peyorativos, discriminatorios, infamantes, denigrantes y/o carentes de significado”.
Cada vez que surge una conversación que tiene relación con los nombres acuden a mi memoria un par de anécdotas de la época en la que fui estudiante de la Secundaria Federal Número 1, ahora llamada Juan Gil González.
El maestro Luis López Morín trataba de comunicarnos su entusiasmo por el conocimiento y dedicaba parte de su tiempo libre a organizar un Club para que aprendiéramos un poco más de lo que los libros de texto marcaban. En alguna ocasión nos reunió a un grupo de estudiantes para llevar a cabo una observación de estrellas. Previo al momento de llevar a cabo la vista del firmamento nos hizo un dibujo de la distribución de los principales astros que veríamos y al dibujar la constelación de Leo fue donde enfatizó: “Fíjense en esta estrella. Se llama ‘Régulus’. Viene siendo el nombre de Régulo en español. Significa ‘pequeño rey’ y aunque no es un nombre muy usado, en astronomía es el nombre de la estrella principal de la constelación de Leo. Digamos que es el corazón del león”.
Por otro lado, el maestro Hildebrando Lafuente nos hizo una recomendación. Creo que alguien mencionó un personaje histórico que bien pudo haber sido “Jorge Washington”. Y de allí se derivó algo como lo siguiente: “Miren, muchachos. Los nombres no se traducen. No debe decirse Jorge Washington ni Guillermo Shakespeare. Miren, por ejemplo. El actual presidente de los Estados Unidos es Jimmy Carter. Si nos ponemos a traducir su nombre ¿a dónde llegamos? Jimmy es el diminutivo de Jim, que a su vez es el diminutivo de James, que traducido al español es Santiago. Entonces dos veces diminutivo vendría a ser ya no solamente ‘Chago’ sino ‘Chaguín’. Y ahora el apellido. ‘Cart’ es una carreta. Carter es el carretonero que la maneja. Entonces si vamos a traducir el nombre tendríamos a ‘Chaguín, el carretonero’. Así que ya saben, los nombres no se traducen”.
Hasta ese momento yo tenía la idea de que “James” en inglés equivalía a “Jaime” en español. Fue hasta unos años después en que me topé con la descripción de un cuadro de la “Última Cena” en inglés en la que se hacía referencia a los nombres de los doce discípulos y efectivamente, se nombraban James, the Elder y James, the Less; que en castellano equivalen a Santiago, el Mayor y Santiago, el Menor respectivamente.
Ahora bien. Volviendo a la recomendación del Registro Civil. Me parece bastante sensata. Después de todo en nuestro país tenemos una marcada proclividad a la burla despiadada y en el caso de los nombres no es un tema menor.
La moda de los nombres muchas veces se ve afectada por películas, telenovelas o jugadores destacados. Hay un dato que señala que en los días en los que el llamado escándalo Clinton-Lewinsky era la conversación habitual, el nombre de “Mónica” tuvo una marcada disminución en la preferencia de los padres que registraban a sus hijas.
En nuestro idioma, algunos nombres históricos han caído en franco desuso por ejemplo: Urraca (nombre de una infanta española que fue madrina del Cid Campeador) o Sancha (nombre de la madre de la antes mencionada Urraca). Aunque tal vez si apareciera alguno de esos nombres en alguna exitosa historia popular probablemente sería más utilizado.
Por una razón que ustedes habrán de comprender, siempre me llamó la atención el nombre de “Óscar”. No es el nombre de uso más frecuente en nuestro país, pero tampoco es tan extravagante como un arco iris a mediodía.
En las lecciones aparecen Fernandos, Pedros, Antonios, Cristóbales, Diegos, Migueles, Ignacios, Porfirios, Benitos y hasta Pánfilos… Pero nunca un Óscar. Y esto pasa no solamente en nuestro país. Resulta que el nombre de “Óscar” empezó a popularizarse a partir del rey Óscar I de Suecia, ahijado de Napoleón. Es decir apenas en los últimos dos siglos y un cuarto.
Ya para la tercera década del siglo pasado dejó de ser algo extraño y según se dice, alguna secretaria de un director de la Academia de Artes Cinematográficas de Hollywood señaló que la estatuilla con que se premiaría a lo más destacado del cine se parecía a su tío Óscar. Desde entonces el trofeo lleva ese nombre y curiosamente, se dice que el único ganador que ha tenido el mismo nombre ha sido Óscar Hammerstein II.
Por cierto. Esta semana se cumplió una década de uno de los logros más satisfactorios del deporte mexicano: la consecución de la medalla de oro olímpica en la disciplina de Fútbol.
Y ligándolo con el tema de la semana, uno de los jugadores más destacados del equipo mexicano fue sin duda Oribe Peralta quien se encargó de anotar los dos goles que le dieron la medalla dorada a la representación nacional. Pues bien. El nombre “Oribe” tiene un significado bastante afortunado. Proviene de la palabra “Orífice” (o “Aurífex”) que es como se le denomina a la persona que trabaja el oro. Coincidencia feliz.
Me quedan algunas otras cosas que quisiera comentarles, pero eso será la próxima vez.
Que tengan ustedes una excelente semana.