De política y cosas peores

Por: Armando Fuentes "Caton"

El severo genitor interrogaba al pretendiente de su hija. “¿Se siente usted capaz, joven, de hacer feliz a Dulcibella?”. “¡Uh, señor! -respondió muy ufano el galancete-. ¡Nomás la viera! ¡Hasta grita!”. Con motivo de ciertos negocios el esposo de doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, invitó a cenar en su residencia a don Poseidón, labriego dineroso pero de muy poco trato urbano. Al final del convivio la anfitriona sugirió: “¿Le parece, querido señor, si vamos a tomar el café en la biblioteca?”. “Creo que no será posible, Panoplita -contestó el rústico invitado-. A esta hora ya debe estar cerrada”. La maestra le preguntó a Pepito: “Si traes 10 mil pesos y le das 2 mil a Rosilita, 2 mil a Juanilita, 2 mil a Marilita y 2 mil a Tirilita ¿qué tienes?”. Respondió prontamente el muchachillo: “¡Una orgía!”. Doña Macalota, la cónyuge de don Chinguetas, fue a poner un aviso en el periódico. Decía el tal anuncio: “Solicito niñera que sepa karate, judo, kung fu, kick boxing y jiu-jitsu”. Inquirió con asombro el encargado: “¿Tan difícil de controlar es su niño?”. “No -aclaró doña Macalota-. El que es difícil de controlar es mi marido”.

Ya conocemos a Capronio: es un sujeto ruin y desconsiderado. Anoche les contó en el bar a sus amigos: “Cuando una mujer me pide sexo empiezo a sudar frío, me echo a temblar y se me erizan los cabellos en la nuca”. “¿Por qué tan extraña reacción?” -se asombró uno. Explicó el canalla: “Es que esa mujer es la mía”. Aplaudo -y con las dos manos, para mayor efecto- a Xavier Bettel, Primer Ministro de Luxemburgo, por la defensa que hizo ante el Senado mexicano de la causa homosexual. Dijo lo que es ya bien sabido por la ciencia, pero que algunas religiones siguen ignorando absurdamente: la homosexualidad no es una elección. En efecto, es una condición derivada de la naturaleza, lo mismo que la heterosexualidad. Incurren en gran error y grave abuso quienes todavía en este tiempo consideran que el homosexual es un enfermo, y que se le puede tratar para “curarlo”. La acción de quien somete a un gay o una lesbiana a esa “terapia” es tan reprobable como la cruel costumbre que conocí en mi infancia, de atarles el brazo izquierdo a los niños zurdos para obligarlos escribir con la mano derecha. El Primer Ministro Bettel se ha convertido en un eficaz portavoz de los derechos de la comunidad homosexual.

Hace muy bien en aplicar su calidad de Jefe de Estado a la promoción de esa buena causa. Las personas homosexuales sufren todavía diversas formas de discriminación, ya abiertas, ya veladas. Cualquier esfuerzo tendiente a superar esa injusticia es merecedor de reconocimiento. Himenia Camafría, madura señorita soltera, le preguntó al apuesto boy scout: “¿Ya hiciste tu buena obra del día, joven escultista?”. “Sí -replicó el muchacho-. Ayudé a una anciana a cruzar la calle”. “Acompáñame ahora a mí a mi casa -le pidió la señorita Himenia-. Ahí harás tu buena obra de la noche”. El rey Pedipe Segundo solía empinar el real codo. En cierta ocasión se cayó de borracho al suelo, perdidas todas las potencias del cuerpo y las tres del alma: memoria, entendimiento y voluntad. El cortesano Lametón comentó, untuoso: “Eso es lo que me gusta de Su Majestad: siempre sabe cuándo dejar de beber”. Dice un proverbio antiguo: “El alcalde, el médico y el cura no tienen hora segura”. Cerca ya la medianoche el doctor Ken Hosanna recibió una llamada telefónica en su casa. “Doctor -le dijo el que llamaba-: tengo una enfermedad venérea”. El facultativo respondió, molesto: “Haga una cita con mi secretaria”. “Ya la hice -contestó el otro-. De ahí me resultó la enfermedad venérea”.

FIN.

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