En el baño del restorán un señor de edad madura -lo conocemos ya con el nombre de don Algón- se oprimía con ambas manos el bajo vientre al tiempo que apretaba las piernas y saltaba de un lado a otro del baño. Al hacer eso repetía entre dientes con tono rencoroso: “¡Ahora me toca a mí, cabrona! ¡Ahora me toca a mí!”.
En ese momento entró otro cliente. Vio al añoso caballero haciendo tan extravagantes movimientos y escuchó su insistente manifestación. Le preguntó: “Señor: ¿le sucede algo?”. “No me sucede nada -contestó don Algón-. Lo que pasa es que anoche fui a un motel con una amiguita, y la parte que me estoy apretando me hizo quedar muy mal. Ahora ella quiere hacer lo que hace en el baño, y yo no la dejo que lo haga. ¡Venganza, señor! ¡Venganza!”.
Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, vio en un centro comercial a una linda y salerosa chica. Fue tras ella y le dijo sin más: “Te invito a salir hoy en la noche”. Ella lo rechazó, molesta: “¿Acaso piensas que voy a aceptar la invitación de un perfecto desconocido?”. Repuso Afrodisio, modesto: “Estoy muy lejos de ser perfecto”. La esposa de Empédocles Etílez lo abandonó a causa de sus continuas borracheras. El ebrio redobló sus ebriedades.
El buen padre Arsilio le aconsejó: “Hijo mío, no uses la botella como sustituto de tu mujer”. “Eso es imposible, señor cura -replicó Empédocles-. Ni siquiera cabe”. (No le entendí). Doña Jodoncia se esforzaba en enseñarle al gato de la casa a traerle sus pantuflas. Su hija se burló: “Estás perdiendo el tiempo, mami. Jamás podrás enseñarle eso al gato”. “¡Uh! -exclamó con tono de suficiencia la señora-. Tu papá era más difícil de entrenar, ¡y míralo ahora!”. Le contó un tipo a otro: “Tuve un sueño muy raro.
Se me aparecía un genio y me daba a escoger entre ser mariachi o ser gay”. Preguntó el otro: “Y ¿qué escogiste?”. “¿Tú qué piensas? -respondió el tipo-. ¿A poco crees que iba a andar por ahí cargando tamaña guitarrota?”. El adolescente le pidió dinero a su papá. “Hijo -lo amonestó solemnemente el señor-: en la vida hay cosas más importantes que el dinero”. “Ya lo sé -admitió el muchacho-. Pero necesitas dinero para salir con ellas”... La Ciudad de México está envenenada.
No lo digo en sentido metafórico, que por ser esdrújulo es bello y es sonoro. Lo digo en sentido real, no importa que con frecuencia ese sentido, precisamente por ser real, sea muy feo.
En estos días los habitantes de la Capital de la República deberían portar máscaras de gases como aquéllas que usaban en las trincheras los combatientes de la Primera Guerra, que ni siquiera sabían que estaban en la primera.
Me temo que no habrá medidas suficientes para combatir ese tremendo mal -la contaminación del aire- que amenaza la salud y aun la vida de quienes viven en la urbe, y ni siquiera para paliar sus deletéreos efectos. Permítanme un momento; voy a consultar qué es eso de “deletéreos”. Significa: “Mortíferos, venenosos”.
Tendría que emitirse un decreto que dijera: “Prohibido respirar hasta nuevo aviso”. Dos amigas se casaron más o menos por la misma fecha. Pasaron tres años y ninguna de las dos había encargado familia. Poco después se encontraron en el súper, y una de ellas lucía las evidentes señas de un próspero embarazo. “¿A qué médico viste?” -le preguntó la otra, interesada. “A ninguno -respondió la que se hallaba en estado de buena esperanza-. Oí hablar de un brujo, un tal Pitorro. Fui a verlo, y mírame”. Dos meses después las dos amigas se toparon nuevamente.
Dijo la que no estaba embarazada: “Mi esposo y yo fuimos con el brujo Pitorro, y no dio resultado”. Le aconsejó la otra bajando la voz: “Debes ir sola”...
FIN.