Por: P. Noel Lozano
El aprender a esperar requiere mucha confianza, mucha paciencia… El libro de la Sabiduría hoy nos pone en escena esta actitud del antiguo pueblo de Israel, la profunda esperanza en la que vivían, esperando con confianza, en medio de duros trabajos, la noche de la liberación. El autor de la carta a los hebreos pone de relieve como la fe “es la forma de poseer ya desde ahora lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven”, esa fue la actitud de Abrahán y Sara, y de todos aquellos que murieron en espera de la promesa hecha por Dios. El Evangelio de San Lucas nos invita a ver hacia adelante, Jesús nos pide que analicemos dónde ponemos nuestro corazón… “donde está tu tesoro ahí está tu corazón”. Esta debe ser la actitud del cristiano en este mundo, entregado a sus quehaceres diarios, esperando con corazón vigilante y atento la llegada de su Señor.
Vemos en la Sagrada Escritura una espera histórica. Dios es un Dios fiel y sus promesas se cumplen, pero, en cuanto promesas, no se ven en el inmediato presente, sino que se esperan para el futuro. Podemos, pues, decir que la historia de la salvación es la historia de las esperanzas y de la espera de los judíos y de los cristianos. Ejemplo de esperanza es Abrahán, como resalta la carta a los hebreos. Primero vive en la esperanza y espera de un hijo, y Dios le cumple dándole a Isaac, a pesar de la edad avanzada y de la esterilidad de Sara, su mujer. Luego, en la espera y esperanza de una tierra y de una descendencia numerosa. Dios cumplirá, pero no durante la existencia terrena de Abrahán. De este modo, en Abrahán se inaugura la cadena de las esperanzas y de la espera de los patriarcas y del pueblo de Israel. Después de varios siglos, en el XIII a. de C., Dios cumplió la promesa de la tierra con Josué. Muchos siglos después, con Jesús, Dios cumplirá la promesa de la descendencia, ya que sólo en Jesús “serán benditos todos los pueblos de la tierra”. Dios no sólo cumple su promesa, sino que vence el mal y con amor atrae y llama hacia sí a los elegidos. No es sólo un Dios fiel, sino además un Padre amante.
Vemos también una esperanza más allá de la historia. En la carta a los hebreos se presenta a los patriarcas y a las grandes figuras del pueblo de Israel buscando una patria. El autor de la carta interpreta esta búsqueda no en sentido histórico, sino más allá: “Aspiran a una patria mejor, es decir, a la patria celeste”. El mismo Dios que fue fiel cumpliendo sus promesas en la historia, será fiel en el más allá de la historia. De esta espera y esperanza del más allá nos habla sobre todo el Evangelio, mediante la imagen del patrón a quien los siervos deben esperar hasta que llegue para abrirle la puerta apenas toque. Desde el nacer todo hombre, en alguna manera, está a la espera de su Señor. Los cristianos hemos de esperar sin miedo, con gozo, “porque el Padre se ha complacido en darnos el Reino”, y Dios, nuestro Padre, no dejará de cumplir.
En la vida hay que aprender a vivir siempre con esperanza, en actitud de disponibilidad para cualquier momento: “con la cintura ceñida y las lámparas encendidas”. Igualmente, la espera ha de ser vigilante, porque el Señor llegará cuando menos se piensa. La mejor manera de esperar es haciendo el bien a todos. El abusar del propio poder, como dice el Evangelio, es un modo inapropiado de esperar al Señor, y por eso leemos: “le castigará severamente y le señalará su suerte entre los infieles”. El más allá, y el juicio de Dios que implica esta realidad, nos puede resultar misterioso, inaccesible a nuestra inteligencia, pero no es algo marginal de la fe cristiana, sino algo fundamental del Credo: “espero la resurrección de los muertos y la gloria del mundo futuro”. Vivimos de esperanza, pero toda la historia de la salvación nos ha mostrado, siglo tras siglo, que la esperanza puesta en Dios no defrauda.
Jesús nos ofrece un consejo para fortalecer la esperanza: el aprender a ser vigilantes. Desconocemos el día y la hora, pero sabemos que llegará… La vigilancia es la mejor opción para fortalecer la esperanza. Vigilar para que el futuro no nos tome por sorpresa. Vigilar para ser capaces de dominar los acontecimientos, en lugar de ser dominados por ellos. Vigilar para no perder jamás la paz, ni siquiera ante las pruebas y experiencias adversas. Quien vigila ya ha mirado con los ojos al futuro, y está preparado para afrontarlo con decisión y confianza en Dios. Vigilar para descubrir la escritura de Dios en las páginas de la historia personal. Vigilar para saber descubrir con esperanza la acción del Espíritu en nuestro interior, en el interior de los hombres. Vigilar para terminar con un final feliz la última página del libro de nuestra vida. Vigilar para mantener íntegras la fe, la esperanza y la caridad, “cuando Él venga”. La vigilancia no es una opción para fortalecer la esperanza, es una necesidad vital.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, ruega por nosotros.
P Noel Lozano: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey