Por: P. Noel Lozano
Leemos en los textos bíblicos, este fin de semana, como los discípulos pasan de estar encerrados a salir impetuosos al gran reto de la evangelización. Salen confortados con dos cosas: con la paz de Jesús y con los dones del Espíritu Santo. Celebramos la solemnidad de Pentecostés y nuestra atención se detiene en la guía del Espíritu Santo en el interior de las conciencias y de cada uno de nosotros. El Espíritu ejercita, primeramente, la tarea de consolador y abogado protector del cristiano, combinando esta tarea con la de maestro interior y guía, como leemos en el Evangelio. En los Hechos de los Apóstoles queda claro que el Espíritu Santo, bajo la imagen del viento y del fuego, cumple su tarea de potencia transformante del hombre y promotora del Evangelio en todas las naciones. San Pablo explica, a la comunidad de Corinto, como el Espíritu Santo es fuerza vivificadora, a la vez que testigo y artífice de nuestra filiación divina.
Jesús ha sido, durante los años de vida pública, guía y consolador de los discípulos. En su Ascensión a los cielos ¿Quedarán los discípulos abandonados al desconsuelo, desprotegidos ante los ataques y la hostilidad del mundo? Jesús les asegura que les enviará al Espíritu Santo como consolador, protector y guía. Consolar quiere decir acompañar, estar al lado de alguien, sobre todo en los momentos de tribulación, soledad y sufrimiento. El Espíritu Santo hace con nosotros y en nosotros el camino de la vida, de nuestra vida humana. El cristiano, si es coherente, vive en un continuo Pentecostés, y por ello en la experiencia inefable del consuelo y guía espiritual, de la seguridad protectora y eficaz del Espíritu.
Algo muy claro en los textos del Nuevo Testamento es que el Espíritu Santo sólo sabe hablar de Jesús, la cristología es la única materia que sabe enseñar a los hombres. Es no sólo un repetidor de lo que Jesús ha enseñado a los suyos, sino también un actualizador de las enseñanzas de Jesús a las nuevas circunstancias y situaciones de los creyentes. En el Nuevo Testamento aparece bajo muy variadas figuras, pero bajo ellas siempre coincide en ser el expositor de Jesús. Y no sólo de su doctrina, sino de su vida y de sus actitudes.
La definición del cristiano es muy rica, por eso ninguna puede abarcarlo completamente. Cristiano es quien cree en Jesús. Cristiano es quien reproduce en su vida el modelo que Cristo nos ofrece. Cristiano es todo hombre que está bautizado. Cristiano es todo aquel que ama a Dios y a su prójimo, etc. Hoy quiero subrayar: Cristiano es todo hombre guiado por el Espíritu. Siendo el Espíritu de Cristo, él siempre nos llevará a Cristo, nos hará vivir según Cristo, nos hará amar como Cristo ama, nos hará vivir a fondo nuestro bautismo, que está eminentemente centrado en la persona y en la vida de Cristo.
Si te dejas guiar por el Espíritu, Él te hará entender y vivir el Evangelio de Jesús: el evangelio de la verdad y de la justicia, el evangelio del sufrimiento y de la cruz, el evangelio de Dios y del hombre, el evangelio de la vida y de la muerte, el evangelio de la Iglesia y del mundo, el evangelio de hoy y de siempre. Si te dejas guiar por el Espíritu, Él te impulsará a ser coherente entre tu ser y tu obrar, entre tu pensar y tu vivir, entre tu vocación cristiana y tu presencia en el mundo del trabajo, de los negocios, de la política, de la docencia, de las finanzas. Si te dejas guiar por el Espíritu, él te llevará a mirar más allá de ti mismo, a ver tantas necesidades de los hombres que te están esperando, a vivir con los pies bien afincados en la tierra, pero con el corazón puesto en el cielo.
El primer Pentecostés se realizó en la comunidad de los discípulos de Jesús, en la Iglesia apostólica. Este hecho fundacional constituye una característica de la acción del Espíritu. Él obra en la Iglesia, es decir, dentro de ella, para santificarla, renovarla, acrecentarla, purificarla, vivificarla. A veces daría la impresión que ciertos cristianos se sorprenden y maravillan viendo la acción del Espíritu fuera de la Iglesia, y han perdido toda capacidad de admiración para descubrir la inmensa y magnífica acción del Espíritu en la Iglesia. Hay que saber hacer las dos cosas.
Además, el Espíritu Santo obra con la Iglesia. Es decir, toda acción de la Iglesia fuera de su ámbito propio, está acompañada por la presencia y acción del Espíritu. Cuando la Iglesia se hace misionera, el Espíritu es misionero con ella. Cuando la Iglesia entabla un diálogo interreligioso, el Espíritu está con la Iglesia en ese diálogo para hacerlo fructificar. Cuando la Iglesia se hace solidaria de los más necesitados, el Espíritu comparte con ella esa misma solidaridad. Cuando la Iglesia da orientaciones desde la fe en el campo político y social, el Espíritu ilumina y apoya esas orientaciones. Todo por la sencilla razón de que el Espíritu es el alma de la Iglesia.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.