El verdadero rostro de la Iglesia

Por: P. Noel Lozano

Vemos este fin de semana como la Iglesia nace de la Pascua. El tema central podemos decir es la Iglesia. Nos viene bien analizar cómo es nuestra relación con la Iglesia. Vemos como el Evangelio acentúa un aspecto importante de Iglesia: la caridad, “En eso conocerán que son mis discípulos”. Mi relación con la Iglesia y mi sentido de pertenencia en la Iglesia debe estar cimentado en la caridad. Esta Iglesia, que desde sus antíguos orígenes, ha estado marcada por las dificultades y persecución, como leemos en los Hechos de los Apóstoles, también por satisfacciones como las que tuvieron Pablo y Bernabé, con las primeras comunidades fundadas por ellos, donde sobresale, reluce el fervor y la caridad. Vemos como toque final, esa invitación de Juan en el libro de la Apocalípsis, ver a la Iglesia como un camino para alcanzar la meta que Dios tiene en la historia, construir “un cielo nuevo y una tierra nueva”; esto nos asegura que la derrota sobre el mal será definitiva. El amor. Está por encima del mal. El verdadero rostro de la Iglesia es la caridad.

¿Qué es lo que hace brillar ante los hombres el verdadero rostro de la Iglesia, un rostro bello y atractivo? Indudablemente la caridad. La Iglesia que enseña, si sólo fuera doctrina sin amor, no tendría sentido…A los ojos de los hombres, incluso de los mismos cristianos, no es el rostro más atractivo. La Iglesia que celebra los sacramentos es importantísima, y un modo aptísimo de expresar el amor de la Iglesia a sus hijos en diversas situaciones y circunstancias de la vida, pero tampoco es el rostro que más seduce a los cristianos, menos todavía a los que no lo son. Tampoco el rostro más genuino de la Iglesia nos lo ofrecen sus instituciones, a veces tan criticadas, con frecuencia de modo injusto y desleal. El verdadero rostro de la Iglesia nos lo da la Iglesia-Caridad, la Iglesia que realmente ama y se dedica a comunicar amor mediante todos y cada uno de sus hijos. 

Todos conocemos el canto que dice: “Donde hay caridad y amor, ahí está Dios”, frase que podría parafrasearse de otra manera: “Donde hay caridad y amor, ahí está la Iglesia”. Esa caridad que en Dios tiene su manantial y en Dios termina su recorrido de amor por las vidas de los hombres. Dios, alfa y omega de la caridad, entre estos dos extremos del vocabulario griego, se hallan todas las demás consonantes y vocales con las cuales se expresa de corazón nuestro amor al prójimo. No desliguemos jamás la caridad de la fe, del dogma, de la liturgia, de las instituciones, pero que el rostro más bello, genuino y verdadero, que cada uno de nosotros ofrezca a la Iglesia, sea el rostro de la caridad verdadera y del amor sincero. Recordemos lo que san Pablo dice en el himno a la caridad: “Si no tengo caridad, nada soy”.

El fenómeno actual de la globalización puede ayudarnos a captar mejor la universalidad de la Iglesia y, por consiguiente, de la caridad cristiana. El encerrarse en la propia parroquia, en los propios grupos o congregaciones, cortando a la mirada cualquier horizonte abierto hacia otras parroquias, otras diócesis, y toda la Iglesia en los diversos continentes, ha de ser rechazado por un corazón auténticamente cristiano. Ciertamente que he de amar y ejercitar la caridad sobre los miembros de mi familia, de mi barrio, de mi parroquia, etc. Pero, ¿no está siendo verdad que el mundo entero está comenzando a ser nuestra parroquia, y, por tanto, el lugar para la expresión de nuestra caridad? Un ejemplo concreto de la globalización del amor lo estan dando muchas familias cristianas, y muchas parroquias, de todo el mundo, con la guerra tan injusta de Ucrania, donde han llegado ayudas y oraciones de todos los rincones de la tierra. ¿Qué puedo hacer para expresar, desde mi parroquia y en mi parroquia, el amor a toda la Iglesia? La caridad debe ser práctica, concreta y real, rompamos los idealismos y los planes que nunca se concretan, que la caridad sea real y efectiva en nuestra vida, sólo así haremos presente a la Iglesia en los demás y en nuestra propia vida. La caridad y no los los planes de escritorio, es el verdadero rostro de la Iglesia.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.

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