Por: P. Noel Lozano
Isaías expone la situación de los judíos deportados que, después de haber convivido con pueblos extranjeros en el exilio, vuelven a la patria y encuentran otros pueblos que habitan su tierra. En el exilio intentaron mantener su fe permaneciendo unidos en torno a los sacerdotes y los escribas pero, sin la presencia del templo, anhelaban siempre el retorno a la ciudad de David y a la Casa del Señor. Una vez vueltos a su tierra, encuentran pueblos extranjeros que habitan en ella. Advierten que se ha creado un nuevo estado de cosas, que les obliga a reflexionar y a adoptar una nueva actitud hacia aquellos pueblos. Por estos, bien entiende el Pueblo elegido que la herencia y las bendiciones de Dios son para todos los pueblos, basta conque todos se den la oportunidad de tener esta experiencia de adhesión, cercanía, servicio y culto, demostrar el verdadero amor a Dios en la oración. Pablo en su carta habla sobre como la misericordia de Dios es universal, para todos, la mirada de Dios va más allá de un pueblo, es amplia y sus dones son para todos. Todos han desobedecido a Dios, judíos y paganos. Si Dios ha ofrecido la salvación a los paganos, con mayor razón la ofrecerá a los judíos, pueblo de la Alianza. En el evangelio vemos a Jesús mismo realizar un milagro en favor de una "cananea", una mujer pagana venida de Tiro y Sidón. El Señor muestra que la salvación posee un carácter universal, y realiza este milagro ante la insistencia, la fe y la profunda piedad de aquella mujer que lo reconoce como Señor y como Dios.
La oración de la mujer cananea nos ayuda a descubrir algunos rasgos esenciales de nuestra relación con Dios. Su petición: ten piedad de mí es aquella que resuena continuamente en los salmos y que expresa adecuadamente la situación de la criatura ante su hacedor. Se trata de una oración de petición en la que se manifiesta la convicción de que Dios puede realizar aquello que se le pide, que Él tiene poder para producir la curación de la niña, para cambiar una situación determinada. Se trata de una fe que obtiene aquello que pide porque pide aquello que es la voluntad de Dios. Se trata pues, de pedir lo que Dios quiere que pidamos. Por otra parte, el pasaje evangélico nos muestra que la oración es una lucha, es un combate espiritual, es un conformarse con el pensar de Dios, un "arrancarle gracias" conforme a lo que Cristo mismo nos había indicado: "pedid...buscad...tocad". Ella obtiene aquello que solicita porque mantiene su condición indigente y muestra a Dios su necesidad. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo libra de sus angustias.
Este domingo nos ofrece la oportunidad de renovar nuestra vida de oración. El mundo agitado que vivimos muchas veces no nos deja espacio para recoger nuestra alma y alabar a Dios. Nos encontramos en cierto sentido "extrovertidos", desparramados por las cosas y los acontecimientos. No somos capaces de reservar algunos minutos para la oración personal. Será muy útil, pues, crear aquellas condiciones necesarias para entablar un contacto más cercano y espontáneo con Dios Nuestro Señor. Lo podemos hacer renovando nuestras oraciones de niñez que ofrecíamos a Dios al levantarnos y al ir a descansar. Lo podemos hacer al bendecir la mesa y pedir a Dios por nuestra familia y nuestros hijos. ¡Qué experiencia tan profunda la de la familia que reza unida! ¡Cómo se queda grabada en la mente de los niños las oraciones recitadas al lado de la madre o del padre!
Los testimonios de personas que vuelven a la fe después de muchos años de abandono son elocuentes: lo primero que hacen es volver a las oraciones infantiles que aprendieron de boca de sus madres; volver a las oraciones básicas del cristianismo, sobre todo el Padre Nuestro y el Ave María. No saben más y empiezan a repetir el "Ave" María" una tras otra dando a su espíritu la paz y el espacio que necesitan en medio del vértigo de la jornada. Reavivemos nuestra fe en la oración. Impongámonos esa ascesis que supone el dedicar unos minutos cada día al silencio interior y al diálogo profundo con Dios. Nuestra alma ganará en paz, en esperanza, en fortaleza para enfrentar los avatares de la vida.
Es verdad, el amor no conoce la dilación, no conoce los obstáculos. El amor está en continua actitud de donación y de sacrificio en bien de la persona amada. Esto es lo que vemos en la mujer cananea. Su petición a Jesús está toda en favor de su hija. La oración nos da la oportunidad de tocar y sentir la misericordia de Dios. La oración nos fortalece y nos ilumina en el camino. Bien decía San Agustín: "la oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre". Aprendamos a reconocer nuestros límites y la necesaria dependencia que debemos de tener con Dios.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey.