La caridad cristiana no es filantropía.
Por: P. Noel Lozano
El libro del Génesis nos narra como el hombre llega a sentir vergüenza ante Dios, es la vergüenza propia del pecado, fruto de un vivir encerrados para nosotros mismos, no obstante es importante saber que Dios es misericordioso con nosotros cuando nos arrepentimos y acercamos a Él, nos arropa y nos libera de esa desnudez propia en la que quedamos por nuestras malas decisiones. Pablo les aclara a los Corintios el proyecto de todo buen cristiano: "mientras nuestro cuerpo se va deteriorando, nuestro interior se va renovando", esa renovación será fruto del encuentro con Dios y del encuentro con los hermanos. El evangelio pone de realce quien es parte de la familia de Jesús, todo a consecuencia de un milagro que Jesús realiza y del cual le acusarán sus enemigos, que no han entendido que ser parte de la familia de Jesús es hacer la voluntad de Dios y tener una fuerte sensibilidad para con los necesitados.
Jesús quiere que ese, el mandamiento del amor, sea el signo distintivo de todos aquellos que quieran seguir sus huellas, ser parte de su familia, de todos los que llevamos el nombre de cristianos: "en esto conocerán todos que son mis discípulos: si se tienen amor los unos a los otros". No se trata de una recomendación que hace exclusivamente a los apóstoles en el momento de la despedida final, pocas horas antes de su muerte. No. Es el "santo y seña" que nos ha dejado a todas las generaciones de cristianos.
Éste es, pues, el signo, la prenda y la prueba de que somos cristianos auténticos y no farsantes ni impostores. El signo distintivo del auténtico cristiano no puede ser otro que la caridad. Más aún, no existe una buena vida cristiana, una verdadera piedad, una sólida unión con Dios, en el cristiano que no practica la caridad. Es el mismo san Pablo quien lo afirma: "Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha". Pablo enseña que de nada sirve poseer esa fe que mueve montañas, si con la fe no se tiene la caridad. Así san Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, nos hace ver la grandeza, la centralidad, y la absoluta necesidad de la caridad.
Es una farsa, o por lo menos un engaño ingenuo, la postura de aquellas personas que se sienten muy en paz con Dios porque rezan todos los días y van a Misa los domingos, se indignan y critican ácidamente los abusos de los administradores públicos, y tal vez no ofenden a nadie, pero por otro lado no mueven un solo dedo por ayudar a sus semejantes en el campo espiritual, moral y material, se contentan con cumplir con sus obligaciones pero son incapaces de un sacrificio o de una renuncia en favor de alguien necesitado. Siempre tenemos que recordar: sin caridad no hay cristianismo auténtico.
La caridad cristiana que Jesús nos pide no debe confundirse con una mera filantropía, ni con un simple buen sentimiento de altruismo, ni mucho menos con la grata emoción del "sentirse a gusto" dentro del grupo de los amigos. Es exigente la caridad. Porque no busca la propia satisfacción, sino ante todo el bien de las otras personas. Pablo nos dejó todo un programa de vida en aquel fragmento de la primera carta a los Corintios en que entona el así llamado himno de la caridad: "La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca".
No todos los días se nos ofrecen oportunidades de dar la vida por Jesús, pero si oportunidades de darla por nuestros semejantes, entregándonos a los demás. Todos los días, a cada instante, tenemos incontables ocasiones de servir a Dios en la persona de nuestro prójimo, con quien Él ha querido identificarse. Y el Señor dirá: "En verdad les digo que cuanto hicieron a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron". La caridad hacia el prójimo es la gran prueba de que en verdad amamos a Jesús. Todas las demás "demostraciones" que queramos dar de nuestro amor a Dios son pruebas vacías, si no practicamos la caridad: El que dice amar a Dios, a quien no ve, pero no ama a su hermano, a quien ve, es un mentiroso.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.