Por: P. Noel Lozano
Este fin de semana nos ponemos delante de dos realidades: la eficacia de la Palabra de Dios y la confianza de Dios en que demos fruto. Se trata de la colaboración entre la gracia de Dios y la aportación de la libertad humana. Isaías nos expone como Dios nos envía su Palabra para lograr que cumplamos su voluntad y germine en nuestra vida. Dios siempre espera de nosotros lo mejor, buenos resultados. Todo aquello que Dios dice es verdadero y encontrará su cumplimiento en el momento oportuno. Ella, la Palabra de Dios, desciende desde el cielo como lluvia que empapa y fecunda la tierra.
Pablo nos comenta como la Palabra de Dios no sólo sana y libera el corazón del hombre, sino también la creación maltratada y oprimida por el hombre, camina hacia la libertad, gime y espera también la redención. La creación entera está expectante aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios. El hombre ha sido ya salvado y redimido por la obra de Jesús, pero aún le queda peregrinar en la tierra hacia la posesión plena de Dios. “Ya, pero todavía no”. La imagen de un parto que entraña simultáneamente gozo y dolor, expresa adecuadamente la situación del cristiano: posee las primicias del espíritu, pero gime hasta llegar a la redención de su cuerpo.
El texto del Evangelio de Mateo no expone esa parábola tan hermosa, en la que vemos como Dios deja caer la buena semilla de su Palabra en todos los terrenos. La confianza del sembrador es total, pero el fruto depende siempre de nuestra respuesta. Vemos claramente la necesidad de que el terreno esté bien preparado para recibir la semilla y producir fruto. El sembrador siembra a voleo y con auténtica generosidad y a pesar de que la semilla tiene una virtualidad propia, se requiere que la tierra esté preparada y bien dispuesta.
La experiencia humana nos demuestra que junto con la siembra nace la esperanza del sembrador. La siembra tiene su origen y raíz en la esperanza, pues nadie sembraría si no tuviera la confianza de recoger un fruto; pero al mismo tiempo, la siembra alimenta la esperanza. Al ponerse a trabajar el sembrador en la preparación de la tierra y en el esparcimiento de la semilla, su espíritu se llena de esperanza y de gozo al ver en el futuro realizada la promesa de su trabajo. De este modo el sembrador tiene su mirada puesta, no tanto en los trabajos presentes, llenos de fatiga y sudor, sino en el futuro que promete una valiosa cosecha.
Hay que vivir sembrando. Hay algunos que ante las dificultades de los tiempos presentes se echan atrás, pierden el sentido de su existencia, se dejan arrebatar por el miedo y la inhibición en la práctica del bien. Siempre me ha impresionado como ninguno de los sacerdotes prisioneros en Dachau durante el último conflicto mundial imaginó ni siquiera de lejos que su testimonio de vida, de amor a la Eucaristía, de caridad cristiana, vencería el odio del adversario, rompería las alambradas de espinas y los campos de concentración y daría frutos en cientos cristianos que vienen detrás iluminados por su fidelidad y testimonio. La semilla había caído en el surco y empezaba a fructificar.
Es necesario preparar el terreno. La parábola del sembrador invita espontáneamente a hacer examen de la propia vida. ¿Qué tipo de terreno soy yo? ¿Qué tipo de terreno ofrezco a la semilla que Dios pone en mi alma? Sería de desear que en este día entráramos al fondo del alma y nos decidiésemos con sinceridad a ser buen terreno, a cultivar nuestra alma, quitando piedras y espinos, es decir, pasiones desordenadas, vicios y pecados. Pero también es necesario preparar el terreno de las almas encomendadas. Los padres deben preparar el terreno en el corazón de sus hijos para acoger el amor de Dios. Los maestros educan no sólo las mentes, sino primeramente el corazón y el alma de sus educandos. Todos somos responsables del bien espiritual y material de nuestros hermanos. Todos tenemos la obligación de preparar el terreno para la llegada de Dios. No nos cansemos de ser buenos agricultores de los surcos divinos, no nos cansemos de preparar el camino para que Jesucristo halle una digna acogida en el corazón de las personas.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano