Por: P. Noel Lozano
El profeta Elías inicia la búsqueda de Dios en el viento, el terremoto y el fuego. Lo encontró en el fuego. Lo encontró en el silencio, como una brisa suave y agradable. Aprendamos a dónde buscar y encontrar a Dios en nuestra vida, tratar de ver las señales y nunca opacar el sentido de sorpresa en nuestro caminar ordinario. Pablo quisiera que todos recibieran los beneficios de la redención de Jesús y escribe que está dispuesto a verse excluido con tal de que todos acepten a Jesús. El evangelio nos narra el camino espiritual de Pedro. Pedro confunde a Jesús con un fantasma; duda, se hunde; Jesús le tiende la mano y lo reprende, y al final Pedro concluye: "Tú eres el Hijo de Dios", ojalá que en nuestro peregrinar aprendamos a sentir a Jesús como compañero fiel, incondicional, que en los momentos más difíciles siempre nos tenderá la mano.
Elías inicia un largo camino que lo conducirá al monte Horeb, es decir, al Monte Sinaí, lugar de la Teofanía de Dios y lugar de la Alianza entre Dios y los hombres. En un inicio, Elías emprende este viaje como una fuga, pues teme por su vida ante las asechanzas de la Reina Jezabel, quien no le perdona que haya derrotado a los sacerdotes de Baal. Este viaje encuentra las dificultades del camino: el sol inclemente, la sed, el desierto y se hace dramático. Elías se desea la muerte: "Basta, Señor, toma mi vida, que yo no soy mejor que mis padres". Sin embargo, el Señor le manda un ángel que lo reanima, le ofrece alimento y le dice: "Levántate y come porque el camino es superior a tus fuerzas".
Elías reemprende la marcha y camina cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte Horeb, en donde tendrá lugar el encuentro misterioso con Yahveh. El número de cuarenta es simbólico: cuarenta son los años que pasa el pueblo en el desierto antes de ingresar a la tierra prometida, cuarenta son los días que permanece Moisés en el Sinaí. En todo caso expresa un tiempo suficientemente largo cuya duración exacta no se conoce, pero que sirve de preparación y de purificación para la experiencia que se vivirá a continuación. Sin embargo, la teofanía que presenciará Elías es muy distinta a la que tuvo lugar en el tiempo de Moisés. Esta vez no hay truenos, relámpagos, fuego y nube. Esta vez Dios se manifiesta en el viento ligero, en el silencio, en la soledad de la montaña. Como a Elías, también al hombre le sucede que pasa por muy diversos y difíciles momentos en su caminar. Sin embargo, la providencia y el amor de Dios salen a su encuentro de uno y mil modos para confortarlo y decirle: "Ánimo, levántate y come porque el camino es superior a tus fuerzas". Ponte en camino, porque este peregrinar por el desierto, esta "noche obscura del alma" te prepara, te purifica para un encuentro más profundo y personal con Dios.
Así como Elías en sus momentos de desolación no podía prever los resultados de su encuentro con Dios, así el hombre no llega ni siquiera a imaginar lo que el Señor le reserva en la revelación de su Alianza y de su amor. Ni el ojo vio, ni el oído oyó lo que el Señor tiene reservado para los que lo aman. Experimenta que su confianza en el Señor viene a menos al pasar por todos esos momentos obscuros. Sin embargo, la experiencia profunda de Dios supera todo cálculo y todo sufrimiento. El hombre purificado por el dolor, se encuentra con el rostro de Dios misericordioso, con esa suave brisa que le explica tantas horas de sed y le devuelve la ilusión de vivir, de sufrir y de donar su vida como una misión particular.
La situación de los apóstoles en la barca en medio de la tormenta, se puede comparar con la situación de Elías en su peregrinación y del cristiano en medio del mundo. Las situaciones adversas, misteriosas y no fáciles de digerir, son una oportunidad para tener una experiencia, experiencia de fe, experiencia de Dios. Fue la experiencia de Pablo, la experiencia de Pedro, la experiencia de Elías, cuando parecía que todo se derrumbaba, apareció la intervención, la mano amiga de Dios en sus vidas.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey.