Por: P. Noel Lozano
Este fin de semana Dios nos invita a fortalecer siempre nuestra confianza en Él frente al miedo, la incertidumbre y las heridas propias del pecado. Escuchamos por tres veces la invitación de Jesús: No tengan miedo. Se trata del discurso misionero del evangelio de san Mateo. Jesús alerta a sus apóstoles sobre las dificultades que encontrarán en su actividad misionera y los instruye sobre el falso temor a los hombres y el verdadero temor de Dios. Es una invitación llena de vigor a la confianza, a la seguridad en Dios. Jesús deja claro que los adversarios podrán quitar la vida del cuerpo, pero nunca la del alma. La experiencia que vive el profeta Jeremías es semejante. Le ha tocado en suerte, como vocación divina, anunciar un mensaje de destrucción para Jerusalén. Un mensaje impopular que hiere los oídos de sus oyentes. Incluso sus amigos le dan la espalda y se vuelven contra él maquinando insidias e intrigas. Sin embargo, vemos como en la vida de Jeremías prevalece su confianza en el Señor y confiesa que siempre experimentó la cercanía de Dios: “el Señor está conmigo como fuerte soldado”. Pablo en la carta a los romanos, nos deja claro como con Jesús se ha iniciado una vida de confianza, de restauración y un camino de amor que redime al hombre.
No tengan miedo. Jesús insiste reiteradamente sobre la necesidad de alimentar la confianza y desechar el temor. Los apóstoles eran los encargados de anunciar “la buena noticia”, un mensaje lleno de esperanza y consolación, pero al mismo tiempo, un mensaje destinado a enfrentar directamente la “sabiduría del mundo” y los “pecados del hombre”. La bandera de Jesús se levantaba como una bandera de contradicción que ponía al descubierto los pensamientos de muchos corazones. Jesús era consciente de que sus apóstoles iban al encuentro inevitable de la persecución, del martirio, de las insidias y asechanzas de los hombres. Primeramente los anima a la predicación: lo que les digo de noche anúncienlo en pleno día. Pablo dirá a Timoteo: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el gusto de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.
Jesús exhorta a sus apóstoles en segundo lugar a no temer a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. En este caso, desea confirmarlos de frente a las amenazas físicas, los malos tratamientos a causa de la Palabra, las conjuras y todo esfuerzo destinado a hacerlos apostatar de su fe en Él. Hasta qué punto los apóstoles interiorizaron esta invitación, lo vemos en la actitud de Pedro y los apóstoles en el libro de los Hechos. Afirman con toda seguridad que es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres y, después de ser azotados, se muestran felices al ser considerados dignos de padecer por el nombre de Jesús.
Finalmente Jesús repite la exhortación a no temer pues la providencia de Dios no dejará que les suceda ningún mal. En el fondo, el secreto para no temer se encuentra en la conciencia de que se está en la manos de un Dios Padre providente que cuida de modo especial del hombre creado a su imagen y semejanza. El camino “del no temer” pasa por tanto por “la senda del abandono en las manos de Dios”.
Ponerse de parte de Dios ante los hombres. Lo importante es ponerse de parte de Dios ante los hombres. Opción alta y difícil en un mundo como el nuestro, pero que llena la vida de entusiasmo y confiere a la propia existencia el sentido de “una misión”, de un envío, de una tarea que se debe cumplir, de una verdad a la que se tiene que ser fiel, de una actitud a la que no se puede abdicar. Se trata de ponerse a favor de la verdad. El cristiano siente en su corazón la invitación de San Pablo “veritatem autem facientes in charitate”, texto que la Biblia de Jerusalén traduce como ser sinceros en el amor, sin dejarnos llevar infantilmente por el error. El hombre tiene el derecho de ser respetado en su búsqueda de la verdad, pero antes tiene la obligación moral de buscarla y de seguirla una vez encontrada. El amor a la verdad es, en particular, una vocación propia del cristiano. Él ha sido llamado a dar testimonio de la verdad, la verdad de Dios, la verdad del mundo, la verdad de la revelación, la verdad de Cristo. Una verdad que nos lleva a vivir con el corazón lleno de amor, espantando y alejándonos de los miedos e inseguridades propias de esta vida. Amor que nos sostiene en medio de las duras circunstancias de la vida. Amor y verdad que nos ayudan a hacer realidad las palabras de Jesús: no tengan miedo.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano