Por: P. Noel Lozano
Isaías nos recuerda que Dios llama a todas las naciones para mostrarles su gloria, su palabra y mensaje de salvación que será anunciado a toda la tierra. El autor de la carta a los Hebreros refuerza esta idea de salvación, invitando a la comunidad que sufre, a ver la mano de Dios en las dificultades. El que se mantiene en pie, alcanza los frutos de paz y estabilidad. Jesús en el Evangelio no responde directamente a la pregunta: “¿Señor, son pocos los que se salvan?”, la salvación es universal, y la llamada es el entrar por la puerta estrecha, Jesús nos indica que la puerta para entrar en el Reino es estrecha y que sólo los esforzados entrarán por ella. En este esfuerzo de nuestra libertad nos acompaña el Señor, con su pedagogía paterna que no está exenta de corrección y de pruebas. Podemos resumir los textos en dos ideas: una la llamada universal a la salvación, y la otra nuestra respuesta desde la libertad a este plan de Dios. Recuerda: ¡Por Dios no queda!...
El texto de Isaías menciona que vendrán a Jerusalén en caballos, carros, literas, mulos y dromedarios. En otras palabras, los caminos para llegar a la salvación de Dios, simbolizada en Jerusalén, son muchos y diversos. Hoy en día, el camino más seguro es la fe cristiana, pero existe también el camino de las religiones no cristianas. Existe el camino de la ética y de la conciencia. Existe el camino de la ascética y de la mística, etc. Por otra parte, la universalidad de la salvación no admite excepciones ni de pueblos ni de lenguas ni de épocas, ni de categorías sociales o profesionales, ni de caracteres, fisionomía, fisiología, etc. Todos reciben la llamada por igual, pero cada ser humano encuentra sus propias dificultades y sus ayudas en el camino a la salvación, que al menos en parte están relacionadas con la raza, la fisionomía, el carácter, etc. ¡Por Dios no queda!, nos pone los medios y hace lo posible porque todos los hombres se salven. ¿Qué haremos los hombres ante esta oferta universal?
En una ocasión alguien pregunto a Jesús: “¿Señor, son pocos los que se salvan?” Sabemos que todos son llamados a salvarse, pero ¿se salvarán realmente todos? En su respuesta, a través de un lenguaje imaginativo y simbólico, trata de inculcarnos tres verdades fundamentales:
La puerta para entrar en el Reino de Dios, es una puerta estrecha. La puerta de la llamada la abre Dios y la abre a todos, pero la puerta de la respuesta depende de la libertad humana, y no todos están dispuestos a entrar por ella, sobre todo sabiendo que es una puerta estrecha. Querer entrar implica querer desprenderse, y hacerlo realmente. Sin esta voluntad de desprendimiento y sin esta libertad de esfuerzo, no se puede pasar la puerta de la salvación. Por otro lado, no basta ser cristiano para asegurar la salvación, porque si no hacemos las obras de cristiano, escucharemos la voz de Dios que nos dice: “No los conozco, no sé de dónde son”. No es la experiencia religiosa, el haber comido y bebido en su presencia, la que causa la salvación, sino las obras de misericordia que nacen de esa experiencia. Por último, la salvación es universal y no exclusiva, sino inclusiva a todos los pueblos, los que se salven vendrán no sólo de un lugar, sino de todos los confines de la tierra. “Vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el reino de Dios”. En todos los rincones de la tierra habrá gente esforzada y generosa que quiera entrar por la puerta estrecha y que ponga todos los medios para conseguirlo.
La salvación es iniciativa de Dios y tarea de cada uno de nosotros. Es imposible salvarse por sí mismo: es Dios quien salva. Pero Dios no impone la salvación, la ofrece. Dios no ahorra al hombre la tarea de aceptarla, y así ser salvado. No es el hombre quien toma la iniciativa de la salvación, sino Dios. Pero no es Dios quien tiene la tarea de la salvación, sino el hombre. Iniciativa y tarea, es una hermosa conjugación de esfuerzos entre un Padre que ama con locura a sus hijos y unos hijos que se preocupan de comportarse como tales. La iniciativa de Dios infunde al hombre seguridad y certeza de la salvación. Cada domingo es un buen día para pensar en todo esto, para hacer un alto en el camino de la cotidianidad y pensar en algo que vale la vida, y la eternidad. Si la “salvación” estuviera más presente en nuestras pequeñas tareas de cada día, ¿no cambiaría en algo nuestro modo de vivir y de actuar? Recuerda: ¡Por Dios no queda!, la respuesta y adhesión a este plan depende de cada uno de nosotros.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, ruega por nosotros.