Vemos en el Éxodo al pueblo que se queja ante Moisés de que en el desierto “no hay agua para beber”. Moisés, obedeciendo a Dios.
Por: P. Noel Lozano
Vemos en el Éxodo al pueblo que se queja ante Moisés de que en el desierto “no hay agua para beber”. Moisés, obedeciendo a Dios, hace brotar agua de una roca, este susceso ayuda al pueblo a comprender la fidelidad y cercanía a Dios. Pablo les expone a los romanos la dinámica de la salvación, Jesús murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores y como fuimos reconciliados en Jesús, participaremos con Él en la gloria de Dios, nos amó cuando todavía éramos pecadores. En el Evangelio de Juan leemos cómo la samaritana experimenta el amor transformante de Jesús, y al recibir el agua viva en su Palabra, cambia y comparte con los demás la alegría de la salvación.
Queda muy claro anhelo de Dios que existe en el corazón del hombre y el amor salvífico de Dios que sale a su encuentro. Jesús que padece sed da de beber a la samaritana un agua que se convierte para ella en fuente de agua viva. Jesús se le revela como el Mesías que debe salvar al mundo.
El pueblo de Israel se siente agobiado por la sed del desierto. No comprende cómo el Señor, que lo hizo salir de Egipto con mano poderosa, lo encamina al desierto para hacerlo perecer en él. El pueblo se encara con Moisés y ponen a prueba al Señor. Moisés, el liberador de Egipto, recibe instrucciones precisas de parte del Señor: “preséntate al pueblo, lleva contigo los ancianos, toma el cayado golpea la roca y yo estaré allí”. Y de la roca brotó el agua que apagaría la sed de los israelitas. A pesar de que éste es un pueblo de dura cerviz, el Señor no lo abandona: “yo estaré allí”.
Así es Dios con nosotros, cuando no somos dignos de su amor y su cuidado, resuena en nuestro interior: “yo estaré allí”. Dios sabe que más allá de esa sed material hay una sed espiritual mucho más profunda y dolorosa. Ahora el verdadero Moisés es Jesús, liberador del pecado y de la muerte, que se ofrece en rescate del mundo. Es Él quien intercede por nosotros ante el Padre. Es Él quien nos amó cuando éramos pecadores. Jesús sale al encuentro de la Samaritana y le hace presente que tiene sed, sin embargo, la mujer no comprende cómo un judío pide de beber a una mujer samaritana. El amor de Jesús y su habilidad pedagógica conducen a aquella mujer al reconocimiento de su necesidad y de su nostalgia de Dios, a sentir siempre ese soplo de Dios en su corazón: “yo estaré allí”.
Aquella mujer Samaritana en las palabras de Jesús encuentra que hay alguien que la conoce, la ama y desea su bien sobrenatural y eterno; alguien que no la abandona y que le ofrece la vida eterna. Resuenan las antiguas palabras del Éxodo: “yo estaré allí”. Iluminada interiormente y saciada por este agua de Jesús, la Samaritana se convierte en apóstol entusiasta del evangelio entre los suyos. Quien ha experimentado a Dios no puede quedar quieto, siente la necesidad de anunciarlo y ayudar a sentir a los hombres la realidad más hermosa por parte de Dios: “yo estaré allí”.
El valor de la persona humana ante los ojos de Dios es enorme, tanto que el Padre envía al Hijo al rescate. El hombre es precioso a los ojos de Dios. La experiencia del Éxodo es aleccionadora. A pesar de que los israelitas han visto grandes prodigios, han visto cómo la mano poderosa de Dios los libraba de la esclavitud de Egipto y los hacía caminar por el fondo del mar Rojo, ellos dejan caer su confianza en Dios en tiempos de dificultad. Aquella pregunta del pueblo sigue siendo una gran tentación: "¿Está Dios con nosotros sí o no? Cuando la sombra de la cruz y los problemas se alarga sobre nuestras vidas, el hombre se encuentra con Dios y lo interpela ¿Por qué, Señor, este dolor, esta enfermedad, esta guerra, esta falta de sentido, esta pérdida de fuerzas para vivir, este mal que nos rodea, esta pandemia? ¿Estás con nosotros sí o no? Fue la misma tentación del pueblo en el desierto. Pero Dios revela su continua voluntad de salvar y, aunque el pueblo lo rechazó en varias ocasiones, Él no viene a menos en su promesa: lo cuida, lo protege y lo conduce a la tierra de promisión: “yo estaré allí”.
Existe un principio fundamental de la fe: antes y más allá de nuestros pecados, de nuestros planes, hay un misterio de amor que nos envuelve y nos guía: es el misterio del amor de Dios. Es oportuno repetir en nuestro corazón esta verdad, tan necesaria para el mundo de hoy abatido por múltiples problemas y distractores. La fe viva logra descubrir en medio de los acontecimientos y los avatares de la vida la mano providente de Dios. Esto no se da de modo inmediato, sino más bien, es el resultado de un proceso de conversión, de un proceso de encuentros y diálogos con Dios como la Samaritana.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano