Escritura y Eucaristía nos revelan a Jesús.
Por: P. Noel Lozano
La experiencia, que leemos en los hechos de los apóstoles, que los discípulos van teniendo de la Resurrección de Jesús, es tremenda. Son conscientes de que no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio. Pedro en su primer discurso, así lo expresa, a los israelitas reunidos en Jerusalén el día de Pentecostés. Pedro proclama de modo solemne que Jesús de Nazareth, hombre acreditado por Dios con prodigios y milagros, fue entregado según el plan misterioso de Dios, fue clavado en una cruz, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, porque no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio. Cita el Salmo 15 que canta la esperanza de que el justo no quedará olvidado en el sepulcro, ni conocerá la corrupción. Esta solemne proclamación de Pedro funda la fe de la Iglesia naciente y es también hoy para todos los cristianos el fundamento de su fe en Jesús resucitado.
El Evangelio de Lucas nos pone en escena a los discípulos de Emaús, que comprendieron después de que el acompañante en el camino les explicara las Escrituras, que era necesario que el Mesías sufriese y así entrase en su gloria. En el fondo los dos de Emaús experimentaron con fuerza que no era posible que la muerte retuviera a Jesús bajo su dominio. Comprendieron que la muerte de Jesús era precisamente la victoria sobre el pecado y sobre la misma muerte. Van asimilando que la muerte de Jesús no era la última palabra sobre Él, sino que esta última palabra sería su resurrección de entre los muertos.
En Pascua contemplamos como el misterio de la muerte de Jesús es simplemente desconcertante. El fin trágico que tuvo la vida de Jesús, su pasión y muerte en manos de pecadores, era para los fariseos y jefes del pueblo una clara muestra de que Dios no estaba con Él. Ellos nunca habían creído en Jesús y ahora se burlaban de Él: Se ha confiado en Dios. Que ahora Dios lo libre, si tanto lo quiere. “Si Dios hubiese estado de su parte, lo habría liberado”, pensaban para sí mismos. Da la impresión de que Jesús se encuentra totalmente abandonado y dejado a las manos de sus verdugos en los últimos momentos de su vida. Misterio no fácil de comprender. Pero la muerte de Jesús es también desconcertante para los que creyeron en Él con amor sincero, como es el caso de los dos discípulos de Emaús. Conversan por el camino, retoman el tema del Maestro, hablan acerca de los milagros de Jesús, piensan que era un hombre que Dios había acreditado con palabras y obras y, sin embargo, su muerte ha lanzado por tierra todas sus esperanzas: “nosotros esperábamos, pero ahora la realidad nos ha desengañado, ya no podemos esperar porque ha muerto en una cruz”.
Los sentimientos de tristeza, de dolor, de pena por los que pasan los de Emaús son profundos. ¿Cómo pudo Dios abandonarlo de tal modo? ¿Acaso el Padre abandona a su Hijo a quien tanto ama?. Esta es la pregunta que todo cristiano debe afrontar y darle una respuesta desde la propia experiencia de Jesús resucitado; porque la fe proclama precisamente que Dios lo resucitó librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que la muerte lo retuviese bajo su dominio. El cristiano es el hombre de esta fe robusta. El hombre que ha comprendido que Dios no abandona jamás, que Dios ha sido fiel a su amor hasta el fin, hasta la muerte y una muerte de cruz. Vemos como las dudas y tristezas por las que pasan los de Emaús, quedan despejadas con la explicación que Aquél caminante les da de la Sagrada Escritura y del momento de la fracción del pan. En nuestra vida es importante leer, meditar y conocer la Sagrada Escritura, con la que despejamos dudas, fortalecemos la fe, afianzamos la esperanza y encontramos consuelo en nuestro caminar muchas veces lastimado por los errores del camino. A Jesús lo encontramos y lo experimentamos en la Escritura y sobretodo en la Eucaristía, en la fracción del pan. Se trata de un momento íntimo y misterioso en el que el Señor se nos revela con todo su amor y nos invita a transformarnos en Él.
San Agustín: ¿Cuándo se hizo conocer el Señor? Al partir el pan. He aquí nuestra certeza: al compartir el pan conocemos al Señor. Él ha elegido ser reconocido de este modo por nosotros que, sin haber visto su carne, comeríamos su carne. Quienquiera que tú seas, tú que crees, que te reconforte la fracción del pan. La ausencia del Señor no es una verdadera ausencia. Aquel a quién tu no ves, está contigo. Cuando Jesús hablaba a los discípulos de Emaús, ellos no creían que estuviese resucitado. Ellos mismos no esperaban el poder “revivir”: habían perdido la esperanza. Caminaban, muertos, junto a la vida. Y tú, ¿quieres la vida? Haz como los discípulos de Emaús y reconocerás al Señor. El Señor era como un viandante que debía ir muy lejos, sin embargo, han sabido retenerlo junto a sí. En la fracción del pan el Señor se ha hecho presente. Aprende dónde buscarlo, aprende dónde encontrar al Señor.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano