La extinción de los barrios

Breve relato de El Barrio Antiguo de Monterrey y otras grandes urbes

Por: Yolo Camotes

Según el diccionario, el barrio es la parte de una población relativamente grande, que contiene un grupo social espontáneo y con carácter peculiar, físico, económico o étnico por el que destaca.

Todas las ciudades de México cuentan con sus barrios tradicionales; rincones históricos que forman parte del corazón de la ciudad.

En la Ciudad de México, por ejemplo, se tiene el Barrio de Tepito, en Guadalajara el de Santa Teresita, en Puebla el barrio de Analco y en Monterrey el Barrio Antiguo, todos con gran historia y personajes famosos.

En Tepito por ejemplo tenemos al “Ratón” Macías, famoso por su frase: “todo se lo debo mi manager”, en Guadalajara al “Gato de Santa Tere” un felino cuyo dueño es un chamán urbano que por más de 10 años sale por una ventana para jugar con propios y extraños.

En Puebla tenemos al temido “charro negro” y en Monterrey en el Barrio Antiguo “al padre de jalón”.

HABLÉMOS DEL BARRIO ANTIGUO

El Barrio Antiguo de Monterrey es un sitio digno de visitar, no sólo por su belleza arquitectónica, sino por su historia, ya que al recorrer sus calles prácticamente nos remontamos al pasado.

Caminar por sus callejuelas aun no tan remodeladas, nos lleva al Monterrey 1880, una urbe ubicada a gran distancia de los principales centros coloniales españoles, los cuales se ubicaban al centro y occidente.

Donde hoy en día se encuentra Monterrey, en el pasado, hubo dos intentos de asentamiento que fracasaron.

El primero de ellos se llamó Valle de Santa Lucia y fue fundado en 1577 por el sacerdote portugués, Alberto del Canto.

El segundo intento fue como San Luis Rey de Francia y fue fundado en 1582 por el también portugués Luis Carvajal y de la Cueva, primer colonizador del Nuevo Reino de León.

La fundación definitiva ocurriría el 20 de septiembre de 1596 y estaría a cargo de Don Diego de Montemayor que le pondría por nombre Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey en honor a Don Gaspar de Zúñiga y Acevedo Conde de Monterrey, en ese entonces Virrey de la Nueva España.

Con estos antecedentes, podemos ver para 1880, la gente del Barrio Antiguo ya vivía como uno de los primeros grandes asentamientos urbanos.

En esa época, la religiosidad era el punto central de la sociedad, donde la asistencia a misa era obligada en la catedral.

En 1880, el verano de Monterrey era caluroso como en nuestros días, pero en aquel entonces la gente llenaba las aceras del Barrio Antiguo con sillas mecedoras llamadas austriacas o de la malinche para refrescarse por las tardes.

Los cumpleaños y los días de santos eran motivos de convivencia y de alegría con grandes comidas y por supuesto vistosas piñatas, igual durante las fiestas navideñas.

Casi todas las casas de aquella época contaban con un piano o se tocaba algún instrumento como el violín o la guitarra para alegrar las tardes.

Las muchachas jóvenes formaban estudiantinas y participan en las fiestas religiosas, cívicas y sociales del barrio, donde todos se conocían y estaban enterados de las alegrías y desventuras de sus vecinos.

En nuestros días, las leyendas se adueñan de lo que queda de este tipo de barrios, desde sombras y pasos, hasta historias de apariciones del pasado.

Muchos misterios abundan en este lugar, tesoros enterrados en el tronco de hogares, mujeres emparedadas, pianos que se tocan solos por la noche o sonidos de algún jinete misterioso que trota a caballo a la media noche.

Muchos de los que vivimos o crecimos en un barrio, sabemos que no se trata solo de calles, sino de urbes que laten, como si fueran un pedazo vivo de la ciudad.

En los barrios la gente te conoce y te respeta; sobre todo, como dice el dicho, en momentos de dificultad el barrio te respalda, desde la invitación a una posada, o la coperacha para sufragar alguna necesidad o gasto funerario.

Como todo en este mundo, el barrio tiene su ciclo, gradualmente estos espacios en México han ido desapareciendo por las migraciones, o simplemente por los nuevos proyectos urbanos que demuelen todo a su paso.

En Monterrey, muchas casas de lo que antes formaron el Barrio Antiguo fueron demolidas para dar paso a los berrinches gubernamentales.

Tal es el caso de la construcción del imponente Macroplaza a finales del siglo pasado, o en la ciudad de Guadalajara la cual destruyó una cantidad indeterminada de edificios históricos para construir el Centro de las Cruces y su Plaza Tapatía.

Durante la última década del siglo 20 y la primera del 21, el Barrio Antiguo de Monterrey fue conocido como el centro de la vida nocturna del lugar, debido a medidas ejercidas por el estado en un intento fallido de crear reformas que empujarán la reactivación del centro urbano regiomontano.

En Guadalajara y la Ciudad de México también se demolieron barrios y casas para construir bellos fracasos urbanos como la ya mencionada Plaza Tapatía o más recientemente los centros peatonales de la Ciudad de México convertidos por las noches en lugares de vagabundos y malhechores.

Estos modelos urbanos importados principalmente de Europa, no encajan con la tradición barrial de México, donde prevalecían las vecindades

Aun así, se empeñan en construirlos por un tema de “estética” e imagen, pero dando al traste con el corazón de los barrios.

En actualidad está de moda recorrer playas y zonas turísticas de las ciudades, pero se olvidan de visitar los barrios que son parte esencial para comprender la historia de cada ciudad.

Hoy se cree que un barrio es una rareza, un centro de comercios y restaurantes al aire libre con jóvenes bebiendo café, pero la realidad de los barrios es otra, una de fraternidad, cultura y valores únicos.

En el pasado, los barrios aludían al honor, a la lealtad, a la sencillez, y aunque también era frecuente que hubiese carencias, en los barrios podías ser tú mismo, todos te conocían por tu nombre y nadie te juzgaba por tu dinero o por tu ropa.

La historia de los barrios no ha concluido, en cada rincón, en cada plaza, en cada mercado e iglesia donde existe una memoria del pasado, existirá un barrio digno de recordarse.

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