Las trampas y sorpresas de la memoria

Nuestra memoria no es como una fotografía sino más similar a un lienzo en desarrollo

Por: Staff / La Voz

REDACCIÓN / LA VOZ

No existe una única memoria, sino varias memorias diferentes según su duración y tipo de recuerdo. Volver a recordar es como hacer una fotocopia sobre otra fotocopia anterior: se producen pequeñas variaciones.

Se pueden distorsionar los recuerdos e incluso insertar falsos recuerdos a una persona mediante diversas técnicas.

Tenemos dos riñones, un hígado, un corazón, dos piernas, un páncreas… pero no tenemos un cerebro, somos nuestro cerebro. Sin él, además, no sólo no seríamos como somos sino que ni siquiera estaríamos vivos. No es casualidad que sea la muerte cerebral o encefálica la que certifique definitivamente la defunción de su persona. Con el cese irreversible y permanente de la actividad de este preciado órgano se marca con fuego el fin de una vida.

A pesar de la vital importancia del encéfalo (que incluye al cerebro como el protagonista principal y a elementos como el cerebelo y el bulbo raquídeo, entre otros), se desconoce en buena parte cómo funciona esta majestuosa red de neuronas interconectadas.

Por esa razón, circula de vez en cuando una broma entre investigadores que dicen que los últimos científicos que se quedarán sin trabajo cuando se conozcan todos los entresijos de su materia de estudio serán los neurocientíficos. Los enigmas a los que se enfrentan estos investigadores son apabullantes y las evidencias sugieren que sólo se ha visto la punta del iceberg de lo que queda por descubrir.

Entre las funciones más importantes del encéfalo destaca la memoria. El célebre  escritor Jorge Luis Borges hablaba así de ella: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. A pesar de su vital importancia, la memoria sigue siendo, en su mayoría, un misterio. Pese a lo cotidiano que resulta para nosotros grabar y rememorar recuerdos, muchos de los procesos implicados se desconocen por el momento. Apenas sabemos, por ejemplo, qué ocurre entre las redes neuronales cuando una persona recuerda con emoción el día en que nació su hijo, conoció a su pareja o vio aterrorizado estrellarse los aviones en las Torres Gemelas aquel fatídico 11 de septiembre.

La principal razón por la que es tan complicado conocer a fondo la memoria es su extrema complejidad. Cuanto más se sabe sobre ella, más difícil resulta desarrollar un modelo que “esquematice” su funcionamiento adecuadamente. Y no sólo eso, cuanto más se profundiza en el estudio de la memoria, más áreas encefálicas se descubren que participan directa o indirectamente en esta compleja función cerebral.

La memoria es un proceso que consta principalmente de tres etapas. La primera es la codificación de aquello que percibimos. Es decir, la transformación de un estímulo o un pensamiento a un cambio bioquímico y eléctrico a nivel neuronal. Este fenómeno permitirá guardar los recuerdos en la fase de almacenamiento, durante segundos, minutos o incluso toda la vida.

La permanencia del recuerdo dependerá de la magnitud de los cambios que se den entre las conexiones (sinapsis) de las neuronas de las áreas responsables de la memoria. Un cambio transitorio, como una potenciación o un debilitamiento temporal de ciertas sinapsis, llevará a recuerdos también temporales. Mientras tanto, cambios de gran magnitud como el establecimiento de nuevas conexiones sinápticas pueden llevar a recuerdos más duraderos.

En esencia, la memoria consiste en una constante transformación de las redes neuronales en las áreas participantes, en cambiar las conexiones aquí y allá consiguiendo o potenciando nuevos recuerdos mientras se olvidan o modifican otros. En la última fase, la de recuperación, es cuando se produce la extracción de esa información guardada entre las conexiones neuronales. Es lo que comúnmente llamamos “recordar”.

Al contrario de lo que mucha gente podría creer, no existe una única memoria, sino que existen varias memorias diferentes según su duración y tipo de recuerdo. A su vez, para estos diversos tipos de memoria, participan también diferentes componentes encefálicos. Esta es la razón por la que, por ejemplo, las personas en las etapas menos avanzadas de la enfermedad de Alzheimer no tienen problemas en acceder a sus recuerdos más antiguos o montar en bicicleta mientras que pueden no recordar ni lo que hicieron hace 5 horas.

Si sólo existiera un único tipo de memoria, con las mismas áreas y sistemas encefálicos implicados, la afectación de ésta (por una enfermedad neurodegenerativa, un traumatismo, etc.), significaría una devastación total, con una gran incapacidad para rememorar tanto recuerdos antiguos como nuevos, e incluso también para hacer cosas tan mundanas como vestirse o atarse los cordones de los zapatos. Por suerte, esto no es así y disponemos de tres tipos de memorias en cuanto a duración y multitud de tipos y subtipos de memorias que cumplen propósitos muy concretos.

Nuestro tipo de memoria más fugaz es la memoria sensorial, que dura menos de 2 segundos y proviene de los distintos sentidos. Por ejemplo, cuando miramos durante unos instantes a un cuadro, la información visual que retenemos sólo durante esos irrisorios instantes es lo que llamamos memoria sensorial.

Aquellos detalles que se hayan percibido como más importantes por la persona o que más le hayan llamado la atención pasarán a la memoria a corto plazo, el resto de recuerdos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Puede parecer complemente inútil, incluso un chiste, que una memoria dure tan poco, pero es muy útil para “alargar” durante breves instantes nuestra percepción y así poder realizar trabajos con ella. De esta forma, siguiendo el ejemplo anterior, cuando alguien pinta un cuadro de algo que está viendo, mientras da las pinceladas está haciendo uso de su memoria sensorial visual entre vistazo y vistazo.

La siguiente memoria en duración es la memoria a corto plazo. Se mantiene unos segundos o minutos, y su capacidad para retener recuerdos es mínima, alrededor de 7 ítems (aunque unas personas retienen más y otras menos). La prueba médica más utilizada para valorar este tipo de memoria es mencionar palabras sueltas a una persona, seguir la conversación, y, a los pocos minutos, preguntarle a la persona qué palabras se han dicho. Un ejemplo muy famoso es: “Bicicleta, cuchara, manzana”, que se utilizó para dar título al reconocido documental de Pascual Maragall sobre el Alzheimer.

La memoria a corto plazo resulta muy útil para realizar cualquier actividad o trabajo, en algunos sentidos es como la memoria RAM de los ordenadores. Nos permite disponer de información “fresca” ya procesada y analizada para realizar una determinada tarea: apuntar un número de teléfono que acabamos de oír, responder a una pregunta que nos acaban de hacer o cualquier otra actividad que suponga una interacción con información recibida hace apenas unos segundos o minutos. Sin embargo, toda aquella memoria a corto plazo que, por su importancia, por sus circunstancias o por la repetición de la información, provoca un cambio más permanente entre las conexiones cerebrales, pasará a formar parte de la memoria a largo plazo.

La memoria a largo plazo es la memoria por antonomasia y puede durar meses, años o incluso toda la vida. Es la primera en la que todo el mundo piensa cuando se refiere a recuerdos porque es la que, en cierta medida, define nuestra personalidad,  nuestras acciones e influye también a la hora de contemplar y comprender el mundo. La memoria a largo plazo es el enlace de nuestro pasado con nuestro presente y la lente con la que anticipamos el futuro.

A diferencia de la memoria sensorial y la memoria a corto plazo, la memoria a largo plazo es vasta e infinita (teóricamente). Todos los recuerdos que tenemos, desde los conceptos más básicos como “silla” o “perro”, pasando por nuestras experiencias personales, hasta llegar a informaciones más complejas como pilotar un avión o hacer un trasplante de corazón forman parte de la memoria a largo plazo.

Dentro de la memoria a largo plazo se distinguen dos grandes grupos de memorias: la memoria explícita o declarativa y la memoria implícita o procedimental. La memoria explícita es aquella que se da de forma consciente y se refiere a hechos, acontecimientos, sucesos, conceptos… Como ejemplos de memoria consciente serían el recuerdo de un cumpleaños, saber que la capital de Rusia es Moscú, en qué consiste un electrocardiograma o qué ocurrió en la Revolución Francesa.

La memoria implícita se da de forma inconsciente y automática y, por esa razón, también es la más desconocida para la gente. Se asocia a hábitos, destrezas, aprendizaje asociativo, respuestas emocionales… Ejemplos de esta memoria serían montar en bici, atarse los cordones de los zapatos, tocar un instrumento musical, sobresaltarse por una serpiente o teclear en el ordenador.

Hasta ahora hemos hablado principalmente sobre el funcionamiento estándar de la memoria. Sin embargo, los recuerdos están rodeados de trampas que nos hacen dudar de su fiabilidad y, al mismo tiempo, de sorpresas que nos causan asombro por su grado de detalle. A continuación, veremos estas extrañas peculiaridades, la cara y la cruz de nuestra enigmática memoria.

Hoy en día muchas personas siguen pensando que nuestros recuerdos quedan almacenados en nuestro cerebro como una fotografía o los datos de un ordenador: exactos, tal cual se registraron en su momento. Nada más lejos de la realidad. Nuestra memoria no es como una fotografía sino más similar a un lienzo en una eterna fase de boceto al que nunca se le deja de dar pinceladas. Y, así, por suerte y por desgracia, nuestros recuerdos tienden a distorsionarse con el tiempo. Albert Einstein probablemente lo sabía y dio un consejo muy sabio sobre este aspecto: “No guarde nunca en la cabeza aquello que le quepa en un bolsillo”.

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