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Opinión

Ante todo hacer el bien

P. Noel Lozano
Por P. Noel Lozano - 17 diciembre, 2017 - 03:05 a.m.

El evangelio constantemente nos reta a vivir de muchas maneras la caridad cristiana. Más allá de las obras de misericordia, está también lo que a cada persona le dicta su corazón. Las diversas formas de expresar y vivir la caridad cristiana tienen un común denominador: buscan no sólo no hacer el mal a los demás, sino ante todo hacerles el bien. Hay una manifestación de la caridad que va todavía más lejos. No se contenta ya tan sólo con “hacer el bien”, sino además busca ayudar al otro a que sea mejor. Éste es el mayor bien que les podemos ofrecer: Ayudar al prójimo a superarse, en todos los aspectos de su personalidad, pero muy especialmente en su estructura emocional, moral y religiosa. El amor es así; no tolera que la persona a quien se quiere sea una persona disminuida y sin un horizonte de crecimiento; la caridad necesariamente buscará a toda costa ayudar a que cada día, cada persona sea mejor, más completa, más íntegra. A esto debe llevarnos la caridad cristiana en relación con los demás, de lo contrario nos quedamos en cosas meramente altruistas, buenas en sí, pero podemos siempre ayudar no sólo a construir un mundo de gente buena, sino de gente que trascienda.

?En nuestra vida cotidiana podemos encontrar innumerables aplicaciones, por ejemplo: en la convivencia con la propia familia, con el círculo de amigos, con el novio o la novia, y con los compañeros de trabajo etc. Busquemos siempre estimularnos y ayudarnos unos a otros. Evitemos especialmente en estas fechas decembrinas posibles excesos a los que a veces nos podemos sentir tentados: fiestas, derroches económicos, gastos innecesarios y un sin fin de cosas que no te dejan nada y pueden quitarte mucho. Una de las mejores ayudas que nos podemos dar unos a otros es la del consejo, y consejos encauzados a crecer en lo personal, además un acto de caridad muy noble es ayudarnos unos a otros en el crecimiento de nuestra relación con Dios, buscando a toda costa evitar caer en ocasiones de pecado y ayudar a los demás a no caer.

?Una forma muy elevada de vivir la caridad cristiana “haciendo mejores” a otros consiste en precisamente evangelizar o catequizar a quienes no han recibido ninguna o muy poca instrucción en la fe cristiana. Una de las deficiencias más notorias que se puede percibir hoy en día en muchas personas, son la falta de una adecuada instrucción en el conocimiento y en la práctica de las verdades de nuestra fe. Las causas son variadas y complejas; pero un factor que sin duda ha contribuido mucho es que durante algunos años tal instrucción estaba en manos casi exclusivamente de los párrocos, de las escuelas católicas y de las congregaciones religiosas, sobre todo femeninas. Esto, desde luego, era de por sí insuficiente hace años. Ahora que ha llegado la crisis de valores y de atractivo religioso, se ven afectados todos los sectores de la sociedad, y repercute también dentro de la Iglesia. Vivimos una drástica disminución de las vocaciones religiosas y sacerdotales, además del desbarajuste general: doctrinal, litúrgico, disciplinar, pastoral, y por supuesto, catequético. Las consecuencias son más que evidentes: muchas personas que difícilmente superan la formación religiosa recibida en su preparación para la primera comunión. Se comprende fácilmente por qué hay tantos católicos e incluso cristianos que sucumben ante el acecho de las mil y una maneras de “espiritualidades” de moda que han invadido el mundo. Urge llevar el evangelio, Palabra de Dios a los hogares católicos.

?Hay que caer en la cuenta que la evangelización y la catequesis no son, cosa exclusiva o monopolio de clérigos y religiosos. Es una tarea que incumbe a todos los creyentes, a cada uno según el estado de vida al que Dios lo ha llamado. Todo el que se dice cristiano, por el bautismo tiene un compromiso de llevar a los demás la “Buena Nueva” del Cristo Jesús, que se hace hombre y viene a compartir con nosotros su divinidad y a humanizar más nuestras realidades cotidianas. A todos los cristianos nos corresponde asumir la parte que nos toca en esta tarea. Hacerla propia y llevarla a realización es un acto sublime de amor, de ese amor sobrenatural por el que Jesucristo, entregado a la predicación del Reino durante su ministerio público, nos reveló el rostro de su Padre, un rostro de misericordia, de compasión, de perdón, de comprensión y de amor.

Desde luego, hay muchas formas más de practicar la caridad cristiana. La mejor de ella será siempre la oración por los demás. También en esto Jesús nos ha dado un ejemplo a seguir. El testimonio más claro lo tenemos en ese discurso de la última cena, recogido en el capítulo 17 del evangelio de san Juan. Es una bellísima oración que Jesús hace por los apóstoles y por todos los que en los siglos sucesivos habríamos de formar las filas de sus discípulos: “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros… Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad… No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado… Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo”.

Es muy hermoso saber y profundizar en el evangelio, nos ayuda a darnos cuenta que con éstas o con palabras semejantes, Jesús habría rezado por toda la humanidad innumerables veces durante su vida terrena. Y aún ahora, según nos dice la Carta a los Hebreos, estando en el cielo, junto a su Padre: “vive para siempre para interceder en favor de los hombres”. Ojalá que a ejemplo de Jesús sepamos ser magnánimos para ofrecer oraciones continuamente unos por otros, por la Iglesia y por todos los hombres, como un compromiso constante que es parte de nuestro apostolado personal y manifestación de la caridad desinteresada que anida en nuestros corazones, alimentando siempre ese deseo de “ante todo hacer el bien”, y que mejor manera que con la oración de intercesión.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.

P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano

Debemos poner en la lista de pendientes, e integrar dentro de nuestras costumbres habituales la dedicación de una parte de nuestro tiempo y de nuestros bienes, a la practica de las obras de misericordia. Esto forma la parte más hermosa de la vida de todas las generaciones de cristianos, desde los primeros tiempos del cristianismo. Encontramos ya en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas de san Pablo que hubo en aquellos años un período de sequía y de hambre en toda Palestina; ante eso, los cristianos que vivían fuera de Palestina, organizaron bajo la dirección de san Pablo una gran colecta para socorrer a los cristianos de Jerusalén.

Todos debemos dar continuidad con esa cadena ininterrumpida de gestos de amor, mostrando así al mundo una de las facetas más hermosas del cristianismo y de la Iglesia, el estar siempre del lado del que nos da la oportunidad de ver el rostro de Dios. Que todos los presentes, los regalos, las ayudas no sean huecas, que vayan siempre acompañadas con la presencia de Dios. Dar con el evangelio en la mano. Dar con el corazón levantado hacia el Señor e inclinado hacia los necesitados.

Somos muy sensibles para ayudas inmediatas ante situaciones que no esperábamos. Pero tenemos que estar siempre con los ojos abiertos, para que la preocupación por ayudar a quienes padecen cualquier tipo de desgracia no se reduzca sólo a unos gestos aislados realizados a nivel personal: dar una limosna a un pobre, regalar ropa a los niños de un orfanatorio, contribuir en un dispensario, etc. Que todos a nuestro alrededor compartan esta inquietud, debemos crear una cultura de solidaridad y ayuda, en la que participen no sólo algunas personas, sino también las instituciones, las públicas y las privadas, y la sociedad en general se sienta comprometida con los demás.

Es triste ver cómo el acelere, las modas y maneras de pensar modernas, llevan a muchas personas a vivir por decirlo de alguno manera: “en un egoísmo salvaje”, donde lo único que les interesa a muchos son sus proyectos personales o su propia institución, incluso a costa de atropellos y faltas de justicia con los demás. El evangelio nos lanza a trabajar por humanizar y cristianizar la sociedad, personas e instituciones, haciendo que prevalezca la preocupación por servir a los hombres, en especial quienes están más necesitados, haciéndonos presentes en sus vidas con la presencia de Dios.

Hoy los padres de familia tienen el reto de educar a sus hijos en este espíritu de caridad y solidaridad cristiana, evangélica. Compromiso de enseñarles a ser sensibles ante las miserias que sufren muchísimos seres humanos. Compromiso de enseñarles sobre todo desde su corta edad a compadecerse y a sacrificarse por los demás, desprendiéndose de lo que tienen para compartir y aliviar, en cuanto esté a su alcance, las penas de la gente que sufre. El testimonio de los padres de familia en este campo es decisivo, decisivo para formar hombres y mujeres con una sana estructura personal y humana, alejando las sombras de tener hijos especiales e indiferentes a todo lo que sucede a su alrededor. El testimonio de caridad habitual de los padres de familia es la mayor inversión en transformar corazones sensibles y humanos con los demás.

El comprometernos con las obras de misericordia es algo siempre al alcance de todos, pues siempre tenemos allí, al alcance, a los pobres, a los enfermos, a los necesitados. Personas a las que les podemos compartir, dar y de manera especial llevar la Palabra de Dios como luz y conforto para sus propias vidas.

Santa  María  Inmaculada, de la Dulce Espera,  Ruega  por nosotros.

P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey

 www.padrenoel.com;  www.facebook.com/padrelozano; 

padrenoel@padrenoel.com.mx;  @pnoellozano

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